Galia Soriana: cepas viejas regadas de ideas nuevas
Vid ancestral, variedades ‘exóticas’ o pirámides de hormigón se dan la mano en una de las bodegas más pujantes de Vino de la Tierra de Castilla y León

David Calvo, de Galia Soriana.
«Están locos estos romanos», le repetía el bueno de Obélix a Astérix en su pequeña aldea gala. En la bodega Galia Soriana la ‘locura’ la tienen dentro «pero para bien», explica con una carcajada David Calvo. Está frente de un proyecto que sorprende en la concepción, la bodega, el viñedo y la copa. Baste decir que en el The Wine Advocate ha entrado entre los diez mejores vinos vinculados a la zona del Duero en la última añada de los puntos Parker.
La idea original, surgida en 2009, no es otra que mantener el patrimonio vitivinícola de los pueblos que quedaron fuera por poco de la Denominación de Origen Ribera del Duero. «Inicialmente lo fundó un buen amigo de Bertrand Sourdois (Bodegas Antídoto, Dominio de Es), Jérôme Bougnaud (con experiencia en Pingus, Quinta Sardonia o El Regajal). La filosofía era rescatar el viñedo viejo con variedades minoritarias a las que se les daba poca importancia».
Otros socios dejaron el proyecto, Bougnaud regresó a su Cognac natal y Sourdois propuso dar continuidad «rescatando el proyecto con los mismos pilares pero ya sólo ‘marca Soria’. El corazón se estableció en Piquera de San Esteban y se fue «aumentando el proyecto por otros pueblos con muy buena tradición vitivinícola pero que se quedaron fuera de la Denominación de Origen».
«A algunos no les interesó en su momento entrar en la Denominación, otros llegaron tarde y hay algunos más alejados», pero sus viñas viejas y su aprovechamiento familiar dejaba vinos exquisitos. Para evitar el abandono, el proyecto ha ido asumiendo esas vides bajo la Indicación Geográfica Protegida (IGP) Vino de la Tierra de Castilla y León.
Todo tiene sus pros y sus contras. «En Ribera del Duero siempre vas a tener una marca y en el mundo en el que vivimos va a tener mucho tirón, pero la ventaja que tenemos es que encontramos, entre comillas, viñedos sin las transformaciones que conllevan las denominaciones de origen» como por ejemplo las restricciones varietales.
Desde Galia Soriana se apuesta por «trabajar en ecológico, en orgánico», como se viene haciendo desde hace siglos sobre estos pies. Ese viñedo secular «está preparado para trabajar con burros o mulos... Al final es un trabajo muy manual, pero es muy agradecido el fruto que da».
Esa uva se traduce en dos vinos, «Aldeas de Galia y Clos Santuy. Aldeas es la interpretación de la añada y de lo que es la comarca transformada en vino». Cada año varía –heladas y lluvia mandan– pero por ejemplo se calcula que la cosecha puede dejar 30.000 botellas este año. Se vinifica «por pueblos: en uno ha granizado, en otro ha helado, en otro ha ido todo bien... Fermentamos por pueblos y luego hacemos un ensamblaje y una crianza en pirámides de hormigón y en barricas de roble francés».
«Luego tenemos Clos Santuy», cerca del grand cru con 96 puntos Parker en alguna añada, «el único vino del proyecto original, 100% soriano, de una parcela en pie franco en Piquera de San Esteban a unos 975 metros de altitud, suelo arenoso-gravoso, poca profundidad. Es de Albillo y Tempranillo» con 23 meses en roble. Deja 1.000-1.500 botellas al año.
Al estar en la IGP Vino de la Tierra de Castilla y León, Galia Soriana puede combinar las numerosas variedades de la zona en cepas antiquísimas. «Tenemos una base principal en tinto de Tempranillo. Pero claro, también nos encontramos Garnacha, Alicante Bouschet, Bobal, Monastrell, Graciano... y hay variedades en las que todavía no sabemos lo que es. Para el próximo año queremos hacer un poco de identificación con laboratorios para saber las cositas que tenemos. Al final venía un primo que traía una variedad lejana y nos encontramos cosas que sorprende que estén aquí».
El resultado cosecha críticas excelentes hasta convertirse en una de las bodegas descollantes de la IGP. «Estamos teniendo una gran acogida». México, Estados Unidos o Suiza son algunos de los mercados en los que se abre paso Galia Soriana, que una cosa es la tradición artesana y las pequeñas parcelas dispersas y otra bien distinta ponerse límites. La puntuación Parker fue un espaldarazo, porque «tú lo pruebas y ves que está cojonudo, pero cuando también lo ven los demás se agradece». David también explica lo grato que resulta de puertas para adentro.
Hablando con los propietarios originales que «te cuentan que las plantó su abuelo, cómo vinifican o la historia de su pueblo». El ver que las vides ancestrales siguen produciendo y se aprecian gusta. «La gente te dice que qué pena que llegamos tarde, porque en todos los sitios había más viñedo pero con la despoblación quedaron sólo rinconcitos. Pero quedan. Hay mucho apoyo».
Esa fragmentación lleva a darle «una vuelta constante» ante la diversidad de métodos en cada pueblo, kilos disponibles o tipología de plantación. «En función del año pensamos qué le viene mejor, si un poquito más de hormigón, madera un par de días más en inoxidable. Pero ya vamos conociendo cada pueblo, sus virtudes y sus defectos. Aldeas es el ensamblaje». Las ideas bullen y «estamos trabajando ahora en una línea de vinos naturales, de mínima intervención, llamando al consumidor que busca algo distinto, rico, que no sea el ‘sota, caballo y rey’. Buscamos este cauce, distinguirnos por la calidad y el buen sabor».
Vista la bodega y hecha la preceptiva entrevista, toca subirse al Duster –la C-15 del siglo XXI para muchos viticultores– para recorrer caminos y descubrir dónde nace todo. Van apareciendo pequeñas parcelas donde parecían improbables y dos corzos se apartan con parsimonia de la sombra de una encina. Primera parada, el viñedo único del que sale Clos Santuy.
«Clos viene del francés 'cerrado', aunque aquí le llaman 'la pared'. Santuy es por un pueblo abandonado en la época de la peste entre Piquera de San Esteban y Fuentecambrón, del que aún queda la ermita y las bases de algunas casas. Es un recuerdo a su tierra, que se repartieron otros términos», apunta David. Allí el otoño se despliega en toda su paleta, desde los últimos verdes al rojo pasando por dorados y ocres. Los escultóricos troncos de las vides orientadas «un poco hacia el norte» se recortan contra las lomas del fondo.
Una calma que se volverá a ver en el siguiente hito, «el guardaviñas que recuperó un vecino del pueblo y que tenemos en nuestra etiqueta». Allí se yergue la pequeña construcción que otrora hubiese alojado al guarda temporal de las uvas. A lado, una parcela de apenas una docena de cepas explica por sí solo el trabajo que conlleva mantener vivas las pequeñísimas explotaciones familiares. David señala una espectacular vid encendida en rojo, fotografiada por The Wine Advocate para su edición de 2025. «Esta es valenciana, Bobal». Pero ahí está, en plena Castilla y León.
Cada año hay más propietarios interesados en presentar sus viejas viñas para ver cómo reviven si dan la calidad requerida. ¿Están ‘locos’ estos sorianos? Quizás un poco por lo singular del proyecto, pero una vez que se prueba... bendita locura.