Heraldo-Diario de Soria

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Las cosas, normalmente, tienen una forma concreta de colocarse. No siempre nos damos cuentas fácilmente y ha habido errores sonados, como los casos en los que en salas de exposiciones o museos se han puesto en la pared obras de arte al revés, a veces inexplicablemente y otras, con obras abstractas, en la que es comprensible el despiste. En el caso de los símbolos cambiar su disposición natural puede tener un significado especial. Es lo que ocurre con las banderas. Puede ser un signo de desprecio, una señal de rendición o una petición de auxilio. Así que cuando Pedro Sánchez compareció en la cumbre de la OTAN o en su visita a Marruecos, con la enseña nacional con el escudo hacia abajo hubo interpretaciones para todos los gustos, aunque fuera un error de los organizadores. Esta semana, en Soria, ha habido muchos sorprendidos al circular por la carretera y encontrarse el cartel identificador de algunos pueblos invertido. Inicialmente, se pensó en el error. El año pasado, en una carretera que cruzaba un línea de ferrocarril en desuso el cartel la identificaba como Soria-Castellón y tardó tiempo en corregirse para poner Soria-Castejón. Pero en este caso no hay equivocación, sino una acción de protesta de los agricultores, aunque ninguna organización soriana se haya asumido la autoría. Es para significar que el sector agrario anda de cabeza o para decir que es necesario darle una vuelta a las políticas relacionadas con la agricultura en Europa. Esta forma de protesta se inició en Europa y a España llegó, a través de Cataluña, por imitación de los agricultores franceses. La Revolta Pagesa estaba detrás de la acción en tierras catalanas y se ha extendido a otras provincias españolas, como las de Aragón y, ahora, Soria. Estas acciones sobre las señales de las carreteras son precisamente eso, una señal de que los agricultores que hace justo un año iniciaron una oleada de protestas en España siguen insatisfechos con su situación. La burocracia, dicen, les obliga casi a pasar más tiempo en la administración que en el tractor. Las cosas hay que regularlas y la agricultura también, pero la racionalidad debería prevalecer siempre. Es muy comprensible que el sector se vea impotente cuando Europa es cada vez más exigente con los productos utilizados y con el tipo de agricultura que se realiza y luego se firme acuerdos con otros mercados para la introducción de productos que no cumplen con los requisitos que se imponen aquí a las producciones. La competencia, incluso internacional, es sana y necesaria, pero en igualdad de condiciones. No se trata de vetar lo que llega de fuera, sino de no dejar en inferioridad a los productores europeos por tener distintas reglas. Los agricultores andan de cabeza y debe preocuparnos, porque son los que se encargan de llenar nuestras despensas. Despreciarlos es un peligro y no hay más que mirar hacia la pandemia para saber el problema que representa no tener lo esencial a mano. Los carteles con los nombres de los pueblos al revés pueden ser señal de alarma.

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