Memoria, dignidad y justicia... y difusión
No se puede recordar aquello que no se conoce. Para recordar hay que haber conocido y haber olvidado. Es entonces cuando juega su papel nuestra capacidad de recordar. Y cada uno recordará de forma diferente un mismo hecho, según las circunstancias, la proximidad física al hecho en sí o, si se ha visto afectado y en qué forma, por el hecho mismo en cuestión. Por eso es una auténtica barbaridad legislar la memoria. E incluso un inquitante precedente, porque es muy posible que quien así actúa pretenda legislar también el pensamiento.
La pasada semana, alumnos del I.E.S. «Antonio Machado» (en días y semanas sucesivas se llevarán a cabo actos similares en otros institutos de la capital y de la provincia) pudieron escuchar una charla impartida por víctimas del terrorismo, ese que hasta hace muy pocos años sacudió España de forma brutal e indiscriminada. A quienes por edad, triste y lamentablemente tuvimos que vivirlo, nadie, desde luego, nos tiene que legislar para obligarnos a recordarlo siguiendo un frío articulado publicado en el B.O.E. Cada uno lo recordamos, como digo unas líneas más arriba, según nuestras circunstancias y proximidad, tanto física como afectiva, a los salvajes y criminales atentados que padecieron tantos y tantos ciudadanos de nuestro país e incluso ciudadanos de otros países que visitaban España.
Pero sucede que los jóvenes que ocupan los pupitres de los institutos de enseñanza secundaria nada saben de todo esto, porque nadie se lo ha explicado. A partir de determinado momento, alguien (pronombre no tan indefinido, porque siempre termina teniendo nombre y apellidos) cubrió con tupido velo aquella parte de la reciente historia de España y se ignoró, incluso en los manuales de historia que deben estudiar nuestros jóvenes alumnos.
«Memoria, dignidad y justicia» es un lema que acertadamente utilizan las Asociaciones de Víctimas del Terrorismo. Y acertado me parece el citado lema: memoria para que no caiga en el olvido de aquellos que lo leíamos, escuchábamos y veíamos casi a diario en los medios de comunicación; dignidad para quienes perdieron su vida (otros muchos quedaron con secuelas físicas y traumáticas de por vida) a manos de los intolerantes incapaces de soportar que haya quien no comparte su pensamiento e incapaces de aceptar la más mínima discrepancia con respecto a sus criterios; justicia para todas las víctimas, inocentes siempre, de aquella barbarie, porque no olvidemos que muchos de aquellos crímenes siguen impunes a día de hoy. Crímenes que, por otra parte, no discriminaban por edad, sexo o cualquier otra condición: niños, mujeres, hombres, jóvenes, ancianos, mujeres embarazadas... nadie estaba libre, todos éramos sus rehenes y todos sus potenciales víctimas. Pues bien, a ese «Memoria, dignidad y justicia», añadiría yo un cuarto vocablo y ese sería el de «difusión» para darlo a conocer a quienes no lo vivieron. La difusión debería ser tarea, fundamentalmente, de los manuales de historia, de todos ellos, también de los que utilizan los alumnos de los institutos. Sin olvidar, por supuesto, las hemerotecas, que no son sino manuales de la historia del día a día y que tantísima información conservan del ¿quién?, ¿qué?, ¿cuándo?, ¿dónde? y ¿por qué? De todos y cada uno de los hechos del diario acontecer.
La historia es la que es, nadie puede apropiársela y, por supuesto, muchísimos menos, puede gestionarla nadie de una forma parcial que siempre es una manera torticera de gestionar. Y, desde luego, la memoria no se adjetiva ni se legisla.