Heraldo-Diario de Soria

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No es la primera vez que lo digo porque estoy convencida de que es una de las vías por las que pasa el avance del feminismo.

Las mujeres, también las más jóvenes, nos hemos socializado, de manera más o menos consciente, en los valores que el patriarcado nos ha atribuido y que, de alguna manera consideramos que forman parte de la feminidad. Me refiero al cuidado del otro, al cuidado de los vínculos entre las personas, a tener en cuenta al otro antes que a nosotras mismas y nuestros deseos, al uso del diálogo frente a la confrontación, a la inhibición de la agresividad si lo consideramos necesario.

Consideramos que estos valores no los podemos detentar en exclusiva, porque entonces seríamos las sufridoras dependientes, lugar del que queremos salir y, del que en gran medida ya hemos salido.

No queremos estos valores sólo para nosotras, queremos compartirlos con los hombres, porque sólo si los hombres cambian se producirá el cambio social verdaderamente feminista y apaciguador.

El feminismo, hay que repetirlo una vez más, no es una lucha de mujeres contra hombres, de mujeres que no hacen más que pedir derechos, como si no tuvieran suficiente con lo conseguido.

El feminismo aspira a cambiar el mundo para hacerlo un lugar más habitable en el que quepamos todos y las fracturas sociales se aligeren.

Exportar estos valores a los hombres, compartirlos con ellos es una manera de aportar un grano de arena en la construcción de un mundo más amable.

Sin embargo las tendencias, en gran parte dominantes, capitaneadas por el capitalismo digital y el neoliberalismo imperantes nos dirigen en la dirección contraria, hacia la universalización de los valores tradicionales de la masculinidad: competitividad, agresividad, ejercicio del poder, afán de sometimiento del otro y ausencia de mentalización.

Estos valores son los que mejor se adaptan al sistema. Las mujeres también los adoptan como forma de triunfar en un mundo que, si no es así, las excluye. Y esto es así en el ámbito profesional, en las relaciones sociales y en el ejercicio de la sexualidad

Me preocupa especialmente la contaminación, el secuestro de la sexualidad libre, por parte de la pornografía. Dese los 8 años, los niños y dese los 12, las niñas están aprendiendo sobre su cuerpo y su sexo a través de las redes sociales. Ellos aprenden actitudes de dominio y posesión violenta en donde la posible opinión de ella es irrelevante. Y ellas aprenden a soportar el dolor y la humillación para poder gustarle. Aprenden a ser cosificadas como objeto sexual.

Todo esto, revestido de libertad y modernidad, nos puede hacer retroceder muchos años durante los que intentamos implementar unas relaciones más igualitarias. No podemos transigir, tenemos que poner coto a esta nueva manera en la que se nos quiere colar los viejos modelos de sometimiento y sumisión que tanto dolor han procurado a las mujeres y que forman parte de la esencia de toda violencia machista.

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