Las constantes incidencias que deterioran el servicio ferroviario
No hay duda de que estamos en la segunda era del tren. De que los nuevos corredores y la alta velocidad ferroviaria han hecho eclosionar este modelo de transporte, que apenas hace tres décadas parecía destinado a la decadencia, engullido por las emergentes redes de autovías, autopistas y el florecimiento de aeropuertos regionales y locales. Pero es verdad que esa eclosión que llega además con una lluvia constante de bonos y descuentos juveniles veraniegos está poniendo a los servicios ferroviarios al límite de sus costuras. Y esos límites los pagan los usuarios del servicio público con constantes retrasos, demoras, cuando no cancelaciones.
Bien sea por un incendio, bien sea por un percance, un descarrilamiento... Cada vez son más frecuentes las incidencias. Y se agravarán con la llegada de la época estival, en la que el tren ya es, sin duda, seguramente la mejor de las opciones para ir al destino vacacional. Por servicios, agilidad, comodidad y los precios que ha traído consigo la competencia de las low cost y los descuentos estacionales.
Pero el sistema no aguanta. Y lo saben bien el ministro del ramo, el vallisoletano, y el presidente de la Renfe. De poco sirve tener la red más moderna de Europa, una de las más punteras del mundo, y un servicio competitivamente incomparable si las incidencias son el pan de cada día. Y esas incidencias, con constantes retrasos, que antes no existían, tiene un epicentro especial en Madrid, en las estaciones de Atocha y Chamartín, que por eso del centralismo ferroviario son las que distribuyen el tráfico ferroviario por todas las latitudes del país, en un modelo radial que pivota sobre la capital de España. Castilla y León y sus usuarios, especialmente los recurrentes por motivos laborales, son los que más sufren este tipo de incidencias y los atascos. Cuando no es en Chamartín es en un tren que se detiene tan poco en Zamora que no da tiempo a descender a los viajeros. Son incidencias constantes. Un goteo de contratiempos que, a este paso, acarrearán riesgos y percances mayores si Renfe no empieza por poner coto a su crecimiento indiscriminado a costa de deteriorar el impecable servicio y puntualidad que regían no hace tanto tiempo.
El servicio público, además de público, debe ser de calidad para estar a la altura de lo que pretende una sociedad que confía, cree y se encomienda a un servicio público. La gestión pública exige rigor y certidumbre. No vale que por ser público haya que aguantar y soportar constantes contratiempos. Ese no es el tren del futuro. Ese es el tren del tumulto y el barullo.