Heraldo-Diario de Soria

TRIBUNA

Jesús Lope

«La guerra de los dos obispos», un conflicto de poder en el obispado de Osma

El autor analiza la trayectoria de la Diócesis de Osma desde la Reconquista cristiana a principios del siglo XI en el que se trasladó la ciudad del cerro del Castro al llano, junto al río

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Tras la reconquista cristiana a principios del siglo XI, la ciudad de Osma se trasladó desde el cerro del Castro al llano, junto al río. Aunque en el Concilio de Husillos de 1088 se establecieron sus límites, la sede episcopal aún tardará en restablecerse. En 1103, el benedictino Pedro de Bourges, conocido como San Pedro de Osma, fue nombrado primer obispo de la refundada diócesis.

La sede episcopal carecía de recursos y ni siquiera contaba con una catedral. Ante este panorama, Pedro de Bourges, no se limitó solo a predicar el Evangelio en estas tierras recién repobladas, sino que también reorganizó el obispado según los principios de la reforma gregoriana que, inspirada por las ideas de Gregorio Magno, buscaba renovar la Iglesia desde dentro, con un clero más formado, célibe y libre de corrupciones como la simonía y la independencia de la Iglesia frente al poder de reyes y nobles, fortaleciendo la figura de los obispos como guía espiritual y autoridad moral.

Sin embargo, el santo obispo falleció pronto, durante los funerales del rey Alfonso VI en Sahagún se sintió repentinamente indispuesto y, deseando despedirse de su querida diócesis, murió de camino, en Palencia, el 2 de agosto de 1109.

La diócesis de Osma siguió siendo durante décadas una de las más pobres del reino hasta que, a mediados del siglo XII, empezó a consolidarse gracias a la progresiva incorporación de bienes y rentas. Según Del Val, (1985) hacia 1154, el cabildo -comunidad de canónigos encargada de la catedral- ya había conseguido cierto poder: era señor de la villa de El Burgo y tenía derechos jurisdiccionales sobre varias aldeas del entorno, la cercana Ucero entre ellas.

Con el paso del tiempo, especialmente a partir del siglo XIV, la situación cambió. La crisis económica que marcó el final de la Edad Media, unida al crecimiento del poder de los reyes, transformó el equilibrio de fuerzas dentro de la Iglesia. Los influyentes cabildos, empezaron a perder terreno frente a los obispos, que contaban con el respaldo de la monarquía.

En el obispado de Osma, obispo y cabildo, con administraciones diferenciadas e intereses enfrentados no tuvieron una convivencia fácil; controlaban diferentes partes del territorio. Cada uno tenía su propia administración y defendía sus propios intereses, lo que generó tensiones y enfrentamientos. Sin embargo, ambos encontraron en sus respectivos señoríos una fuente de rentas y un espacio propio de poder.

En esta lucha de intereses entre el cabildo burgense y la mitra episcopal de Osma, un acontecimiento destacó sobre todos los demás, tanto es así que lo hemos titulado «La guerra de los dos obispos».

Un Obispado dividido

La paz se rompió el 27 de diciembre de 1474, con la muerte del obispo Pedro García de Huete, gran mecenas que había finalizado las obras de la catedral gótica, construido las murallas y fundado el Hospital de San Agustín del Burgo de Osma.

Su desaparición dejó un vacío de poder y abrió el camino a una dura pugna por la sucesión episcopal.

La tensión estalló entre dos aspirantes: por un lado, Luis Hurtado de Mendoza, hermano del conde de Castro Álvaro de Mendoza y señor de la villa de Gormaz, respaldado por el cabildo oxomense; por otro, Francisco de Santillán, hombre de confianza del papa Sixto IV, afincado en Roma y hermano del comendador mayor de la Orden de Alcántara, Diego de Santillán. Dos linajes poderosos, dos intereses enfrentados.

Ambos contendieron por la sucesión en un conflicto bélico que llevó al primero a ocupar militarmente El Burgo y al segundo a tomar la Villa de Ucero, consumando así lo que Máximo Diago ha denominado “la temporal división del obispado” entre 1474 y 1477 (Diago, 1993, p. 295).

Cuando la Diócesis fue campo de batalla

La vecina Tierra de Ucero se había ofrecido al proyecto señorial de los obispos como una tentadora posibilidad. La oportunidad para su adquisición se presentó dos siglos antes, en 1270, tras la muerte de Juan García de Villamayor, señor de Ucero, mayordomo Mayor de Alfonso X el Sabio y Almirante de la Marina castellana, cuyo testamento disponía la venta de la villa y aldeas de Ucero para con su importe “satisfacer a los muchos por él perjudicados y ofendidos en vida”. La venta se cerró treinta años después, en 1303, cuando los testamentarios vendieron el castillo y la villa de Ucero, con todas sus aldeas, al obispo Juan Pérez de Ascarón por 300.000 maravedíes, como Loperráez dejó escrito en su Descripción histórica del obispado de Osma. (Loperráez, 1788, III, doc. 96 pp. 242-245).

Siglo y medio después, aquel territorio volvía a ser decisivo. Castilla ardía de nuevo, ahora en una guerra civil entre los Reyes Católicos y el rey portugués Alfonso V, esposo de Juana la Beltraneja y aliado de una parte de la nobleza castellana.

En este doble escenario tuvieron lugar los acontecimientos narrados por Loperráez que ponen de manifiesto las alianzas existentes entre cabildo y alta nobleza, obispado y monarquía.

A juzgar por las quejas presentadas pocos años después, en 1490, por los concejos de Cabrejas y Ucero, haciendo saber a los monarcas que sus vecinos recibían continuos agravios de los alcaides de las fortalezas puestos por el obispo y las concesiones que aquellos hicieron para resarcir a los pobladores, podemos inferir que el enfrentamiento entre los dos pretendientes acabó haciendo recaer sobre los indefensos campesinos y villanos del Burgo, Ucero y su Tierra todas las consecuencias de la violencia y el pillaje desatados.

Así se lee en un documento que se guarda en el Archivo General de Simancas:

«Don Luys Furtado de Mendoça se metia en los lugares del dicho obispado e quando tovo la villa del Burgo desde la qual se avian fecho grandes robos e dannos a la dicha villa de Usero e su Tierra la qual dicha villa dis que tenia el dicho comendador mayor por el dicho obispo don Francisco de Santillán desde donde asy mismo fasia guerra al dicho Luys Furtado». (AGS, RGS, III-1480, fol. 1889)

Así fue como el viejo solar de los obispos se convirtió en campo de batalla y la diócesis de Osma, por tres años, en dos mitras enfrentadas.

El final de las hostilidades: una paz sin gloria

La guerra por el obispado terminó sin vencedores claros ni heroicidades que contar. Fue el rey Fernando el Católico, siempre hábil en el tablero de alianzas, quien logró apagar el fuego. Con la mediación del cardenal Pedro González de Mendoza -figura clave del reinado y alma política de Castilla-, se alcanzó un acuerdo entre los dos pretendientes. Luis Hurtado de Mendoza renunció finalmente a sus aspiraciones a cambio de una serie de concesiones que no conocemos todavía.

La balanza se inclinó hacia Roma. El candidato del cabildo, apoyado por la nobleza local, no pudo imponerse. Es probable que Fernando, sabiendo medir con astucia el peso de cada aliado, optara por ceder ante las exigencias del papa Sixto IV, a cambio de alguna contrapartida diplomática.

Como señala Teófilo Portillo, no fue ajeno a esta decisión el hecho de que Francisco de Santillán, tras un periodo de desencuentro con los Reyes Católicos, hubiera restablecido su relación con la corona justo antes de tomar posesión de la diócesis en 1477. En cambio, Luis Hurtado arrastraba el lastre de haber sido capellán mayor de Juana la Beltraneja y partidario del rey portugués en la contienda por la sucesión al trono.

Pero si hubo un vencedor, Francisco de Santillán, no dejó huella duradera en la sede que había disputado; fue, como tantos otros en su tiempo, un obispo ausente. Apenas instalado en el cargo, en 1478 fue enviado como embajador a Roma. No tardó en caer en desgracia ante el mismo papa que lo había promovido, y en 1479 terminó encarcelado. El silencio volvía a caer sobre la cátedra de Osma.

Santillán figuró formalmente como obispo hasta 1482, aunque nunca volvió a la diócesis. Por unos meses le sucedió como administrador de la diócesis el propio cardenal Mendoza, pronto elevado al arzobispado de Toledo. Mientras tanto, la sede oxomense, como en tantas otras etapas de su historia, quedó en manos de un provisor, el cuidado interino de una Iglesia sin pastor visible.

La restauración del obispado de Osma había sido en su origen una empresa de reconstrucción moral y espiritual marcada por el impulso gregoriano y la figura austera de un santo, de Pedro de Bourges.

Pero los siglos trajeron otras batallas. El poder espiritual, una vez consolidado, se convirtió en objeto de ambición mundana. Lo que nació como un ideal evangélico terminó en lucha de poderes, y los obispos, en lugar de pastores, fueron piezas de una partida jugada entre Roma, la corona y la nobleza.

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