REGALADO
José María Ayala
La muerte de de cualquier periodista disminuye. Por eso no preguntes por quién doblan las campanas. Doblan por nosotros. La muerte casi repentina, casi a traición, casi sin causa de José María Ayala, delegado de ABC en Castilla y León, nos lleva al abismo de la pena. Y la pena nos deja plomo en las alas. Era Ayala un periodista consciente y constante, pero también dedicado, ilusionado y apasionado. Discreto y humilde, como marcan los cánones de los periodistas clásicos que se dedican día y noche a la información y a configurar un periódico con el que interpretar la realidad regional de costa a costa. Pero el cáncer a veces es feroz y no distingue en el oficio ni repara en la virtud. Nos iguala a todos con una crueldad intolerable. Pasó una docena de años codo con codo con José Luis Martín, el flamante director y presentador de pelo gris de Cuestión de Prioridades. Hasta que el de Salamanca decidió dar el salto a la gran pantalla autonómica. Un acierto, a decir de la audiencia y los espectadores. Fue entonces cuando Ayala tomó las riendas del ABC en las nueve provincias, una comunidad, y, en tiempos en los que el papel vive acorralado por la desinformación gratuita que medra en las redes digitales, supo mantener firme el rumbo de la edición del veterano diario. El rumbo del periodismo de siempre, el que no caduca pero sí prescribe, el que se desvive por la verdad y la veracidad. Ayala estaba en el periodismo como estaba en la vida. Sin estridencias ni alborotos. Con el pudor y el pundonor que proporciona la vocación informativa, esa que te conduce inevitablemente a la noticia. Seguramente las principales virtudes del oficio nuestro son el sentido común, la cordura y la coherencia, que nos encaminan a la consistencia. Ayala estaba forjado de esos pormenores. No preguntes por quién doblan las campanas. Doblan por José Luis Martín, por ti y por mí, porque la pena tizna cuando estalla (Miguel Hernández).