Heraldo-Diario de Soria

Historia

Osonilla pleitea con Tardelcuende ante el alcalde mayor de la ciudad de Soria

El caso, sobre el molino y sierra de agua en el río Izana, se resolvió mediante la permuta de ciertas tierras entre las partes litigantes

Monumento a la batalla de Osonilla en Tardelcuende.

Monumento a la batalla de Osonilla en Tardelcuende.HDS

Publicado por
José V. de Frías Balsa
Soria

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Nuestra impericia e imprudencia nos privó, ha no mucho y tras largos años de investigación, de referencias sobre unos mil molinos radicados sobre los ríos que discurren por la geografía soriana, con noticias documentadas de propietarios, obras en ellos realizadas, arrendamientos, pleitos… desde, al menos, principios del siglo XV a principios del XIX. Entre ellos, de los numerosos ejemplares reseñados en el catastro del Marqués de la Ensenada, del que una copla popular predicaba

«ya no quieren las damas

a los marqueses,

pues temen las intrigas

y sus reveses;

y que no es cuento

notad en Ensenada

tal escarmiento».

Comenzaremos diciendo que nos parece una razón un tanto fantasiosa asegurar, como se ha escrito, que el señorío del coto de Osonilla fue concedido por el rey Sancho IV a su alcalde, Pedro Martín de Soria, el 24 de diciembre de 1286, «por servicios que nos fizo, señaladamente porque nos dio a Colada, espada que fue del Cid e del Rey de Aragón». El lugar, antes, había pertenecido, en lo civil, a la ciudad de Soria, y, en lo eclesiástico, a la diócesis de Osma, encuadrado en su arciprestazgo de Rabanera.

En 1729 era señor del coto, como ha escrito Blanca Secades González-Camino, Manuel Vicente de Cereceda Villanueva y Maiso, esposo de Gregoria Antonia de Andoin y Artazuriaga, en la que tuvo a Antonio José, Manuel Francisco, María Lisa y Ventura Josefa. Sigue como señor, en 1723, el primogénito, Antonio José, que no debió tener descendencia por lo que sucedió su hermana, María Luisa de Cereceda y Villanueva, casada con Juan Fernando Uriarte Remírez de Baquedano, vecinos de Vitoria. Éstos ya figuran como señores en 1751, cuando se hizo el citado catastro.

En esta última fecha Osonilla contaba con siete vecinos y medio. El lugar estaba integrado por quince casas, ocho de ellas habitadas y las otras siete deshabitadas. La serrería, junto al río Izana, se hallaba alquilada a Juan Gómez, de oficio serrador, que pagaba de renta anual la nada despreciable cantidad de 1.000 reales. Lo que hace suponer, según Blanca Secades, «que el negocio de la tala de árboles para su aprovechamiento como madera en la serrería suponía un pingüe beneficio para la propiedad de la finca». Otros siete vecinos se dedicaban a las tareas agrícolas.

Cinco años después, el 6 de diciembre de 1756, los señores aseguraban pertenecerles «un molino con su sierra de agua corriente y cauce, y sobre si hacen daño o no dichas aguas a una porción de tierra que en su inmediación corresponde a Tardelcuende» y otras cosas, habían tenido algunas diferencias con su concejo y vecinos. Por quitarlas y seguir con la buena unión que siempre habían tenido pedían les permutasen «su porción de tierra inmediata a la dicha nuestra sierra de agua, molino y cauce» por otra suya de igual precio, según la estimación de personas inteligentes.

El caso es que dieron poder a José de Rodrigo, presbítero, teniente de cura de Cascajosa y Osonilla, para que en su nombre conviniera y ajustara, a su arbitrio y voluntad, con tal concejo y sus vecinos la porción de tierra y sitios que en dichos parajes se habían de dar las partes respectivamente, «a fin de que tenga efecto nuestra buena intención y acaben de cesar dichas discordias o diferencias». Se le facultaba, igualmente, para otorgar, en su nombre, la escritura o escrituras correspondientes de convenio, ajuste, transacción, trueque, cambio, permuta y enajenación

Conocemos por la reunión celebrada por el concejo, justicia y vecinos de Tardelcuende, el 29 del mismo, que ante el alcalde mayor de Soria habían seguido pleito contra los susodichos, por haberse metido a tomar las aguas y levantar presa en término del lugar para conducirla a la sierra de su propiedad. Hallándose la causa en estado de sentencia, «por bien de paz» y teniendo presente lo dudoso del fin y los gastos que podrían seguirse, las partes acordaron nombrar personas que lo determinasen, entendiendo del derecho de cada una de las partes.

Los electos fueron, por el concejo, Juan Andrés y Juan Antonio de Ciria, vecinos de Ituero y Aldealafuente, respective. Y por Juan Fernando, Manuel de Urquía y Gómez, alcalde mayor de Fuentepinilla, y Gerónimo Miguel Coronel, vecino y escribano público en esa villa. Decidieron que los primeros dieran al segundo hasta quince yugadas de tierra, donde estaba la presa en litigio, y los señores, en recompensa, entregaran al lugar veinte yugadas, donde llaman Manadero hasta la senda de la seca.

Ya en 1757, en Fuentepinilla, el 7 de febrero, se juntaron José de Rodrigo, teniente de cura de dichos lugares, y Gabino de Marcos, Juan Barranco, José Hernández y Bernardo la Fuente, vecinos de Tardelcuende, con sus respectivos poderes. Usando de ellos el presbítero entregó al concejo las veinte yugadas de tierra del señorío inmediatas al término del lugar «donde llaman Manahizo», para cuyo deslinde se pusieron diferentes mojones. Y Gabino, Juan, José y Bernardo, en nombre del lugar y sus vecinos, dieron en cambio a María Luisa de Cereceda y Villanueva y a Juan Fernando Uriarte Remírez de Baquedano, su marido, señores de Osonilla, catorce yugadas y media de tierra propia del concejo, donde dicen «La Presa», contiguas y confinantes al término del señorío, cuya porción de terreno se unió a él y para su deslinde se pusieron varios mojones.

Las tierras de suso declaradas, deslindadas y amojonadas se dieron entre las partes en trueque, cambio y permuta recíproca con todas sus entradas y salidas, usos y costumbres, derechos, servidumbre y aprovechamientos, libres de todo censo, tributo, lámpara, aniversario, hipoteca ni otra carga alguna.

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