Heraldo-Diario de Soria

El marqués de Caracena, un mandamás importante en Milán y en los Países Bajos

Luis Francisco de Benavides fue un hombre importante en la corte de Felipe IV y nombró a Juan de la Guerra de la Vega gobernador de la comunidad de villa y tierra de Caracena, de su castillo y de la villa de Ines en el siglo XVII

Imagen del Castillo de Caracena.

Imagen del Castillo de Caracena.HDS

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José Vicente de Frías Balsa
Soria

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Luis Francisco de Benavides Carrillo de Toledo (1608-1668), marqués de Caracena y señor de la villa de Ines, nombró, el 14 de agosto de 1635, al capitán Juan de la Guerra de la Vega gobernador del estado de Caracena y de su fortaleza así como de la villa de Ines. La merced, por el tiempo que fuere de su voluntad, se hacía en agradecimiento a los servicios que hasta entonces le había hecho y esperaba le hiciese en lo sucesivo, sin olvidar, afirma el noble, «los que me han hecho vuestros padres y aguelos y haber sido mis gobernadores y alcaldes mayores de las mis villas de Caracena, Ines y su tierra» y, además, teniendo en consideración «la mucha confianza que de vos tengo de que haréis bien y fielmente el dicho cargo mirando por el servicio de Dios, nuestro Señor, y mío y bien de la república».

En consecuencia, le apoderaba y comisionaba, en forma de Derecho, para que pudiera usar el dicho oficio de tal gobernador y alcalde y de la manera que, hasta entonces, lo habían hecho y usado sus antecesores. Mandaba a sus justicias, concejo y demás personas que le recibieran al nominado y le tuvieran por tal, guardándole todas las honras y franquezas, preeminencias y exenciones que se solían y acostumbraban guardar a tales gobernadores y alcaides. Los vasallos, de no hacerlo así, serían castigados con la pena de cincuenta mil maravedís «para mi Cámara en que los doy por condenados lo contrario haciendo».

Dos años después, el 11 de septiembre de 1637, el secretario del marqués de Fromistá certificaba que el título anterior estaba refrendado de su mano, si bien reconocía «estar roto y molido por la doblura y haberse gastado el mes y año», aunque se acordaba que era la citada fecha.

Este mimo día, el mencionado capitán, residente en la Villa y Corte de Madrid, se encontraba de partida para ir a servir a su majestad. En tal situación apoderó a Juan de Mingueza, vecino del lugar de Pozuelo, jurisdicción de la villa de Caracena, con facultad de sustituir el poder en cuanto a diligencias y no más, para que en su nombre y como él mismo lo pudiera hacer, pedir y tomar la posesión real, civil y corporal del oficio de gobernador del estado de Caracena, de la villa de Ines y de la alcaidía de la fortaleza de Caracena.

Así las cosas, el 19 de septiembre Juan de Mingueza requirió a Luis de Ayala, alcalde ordinario de Caracena, a Lorenzo Salcedo, regidor, y a Benito Cosme Sanz, procurador general de esa villa, con el título del marqués, con el nombramiento y poder del capitán Juan de la Guerra de la Vega y con una carta del marqués de Frómista. Documentos que, vistos en el ayuntamiento, las autoridades tomaron en sus manos y obedecieron con el respecto y cortesía debidas y, en su cumplimiento, mandaron llamar al dicho Juan de Mingueza a las casas en que se hallaban. Llagado que fue el poderhabiente, le hicieron la cortesía debida y sentarse, conforme lo había hecho sus antecesores, en el asiento que le correspondía. Luego el alcalde le hizo poner la mano derecha en una vara de justicia y de él recibió juramento de que ejercería bien y fielmente el oficio que se le había encomendado de gobernador y alcalde mayor de esa villa y lugares de su jurisdicción y también el de alcaide de su fortaleza.

¿Qué decir de Luis Francisco de Benavides Carrillo de Toledo? Pues que estuvo al servicio de Felipe IV. Fue III marqués de Caracena, III conde de Pinto, V marqués de Frómista, señor de Ines… Mariscal de Castilla, Trece de la Orden de Santiago, del Consejo de Estado, gobernador y capitán general de Milán (1648-1656) y de los Países Bajos (1659-1664) y uno de los mayores personajes de su época, que ilustró grandemente con sus hechos y sus servicios el título de la villa soriana de Caracena.

Por lo que se refiere a su estancia en el estado de Milán es obligado recordar que el año 1655, Diego de Avellaneda y Haro, II conde de Castrillo, al que se enterró en el monasterio jerónimo de Espeja y en el que costeó grandes obras, estando sitiada la ciudad de Pavía en dicho estado, socorrió al marqués con cinco mil infantes y mil caballos montados, consiguiendo levantar el cerco.

Vuelto a España asumió el mando en la guerra contra Portugal, siendo derrotado en la batalla de Montes Claros, cerca de Villa Viçiosa, lo que no fue óbice para que el monarca, a pesar de las numerosas críticas y panfletos de los que el de Caracena hubo de defenderse, le mantuviese al mando del ejército y le nombrase, además, superintendente de las fortificaciones de España.

Contrajo nupcias con Catalina Ponce de León y Aragón (hija de Rodrigo Ponce de León, IV duque de Arcos, marqués de Zahara, conde de Bailén y Casares, y de Ana Francisca de Aragón), después, por segundas nupcias, condesa de Medellín. Fueron padres de: 1)

Ana Antonia Francisca de Benavides Carrillo y Toledo Ponce de León y Aragón (1653-1707), nacida en Milán. Fue IV marquesa de Caracena, IV condesa de Pinto y VI marquesa de Frómista, segunda esposa, desde 1672, de Gaspar Téllez de Girón y Sandoval (1625-1694), V duque de Osuna, marqués de Peñafiel. 2) Ángela de Benavides y Ponce de León, que casó, previa dispensa de consanguinidad en 4º grado otorgada por Inocencio XI el 13 de junio de 1678, con José Fernández de Velasco y Tovar, IX condestable de Castilla, VIII duque de Frías y VIII marqués de Berlanga.

Ya en el mundo de la fábula recordar lo que cuentan por esas tierras para explicar el nombre de la villa. Se dice que cierto día llamó a las puertas de la fortaleza una cuadrilla de viajeros solicitando licencia para pernoctar. El alcaide les hospedó y ofreció una opípara cena. A la media noche los asilados, cuando todos dormían, pasaron por las armas a los residentes en el castillo. De ahí el dicho «cara cena» costó al conde.

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