Sobre los profesionales de la sanidad humana y animal en Barca y Lodares del Monte
El oficio de saludador no solía ser fijo en los pueblos y en caso de necesitar sus servicios se acudía en busca del más próximo

Al fondo, Barca.
Procedente del Archivo de Barca se guarda, en el Histórico Provincial de Soria, el «Libro en donde se asientan los Vienes que actualmente tiene esta Villa de Barca: Como también todos los Contratos de los Sirbientes de ella: da principio Este Año de 1767: Siendo Alcaldes: los Señores Juan de Huerta Jodra y Phelipe Jil: y Rexidores: Pedro Miguel y Francisco Xil: Fiel de fechos Juan Antonio Merino». Las actas abarcan, cuando menos, desde el año 1767 al de 1803. Cuanto ha llovido desde entonces, ¿o no?, Abel Moreno y Paquita.
Ante José Tarancón, mayor en días, y Pedro Ángel, alcaldes ordinarios, y Francisco Gallego y Agustín Lázaro, regidores, se presentó, el 20 de febrero de 1772, José Antonio Mateo, preceptor de medicina en Almazán, y se obligó a curar a los vecinos de Barca, durante seis años. Por ello la habían de pagar una media de trigo cada uno de sus habitantes en cada un año. Los no vecinos, lo que acordaran con el preceptor, pero siendo menos que lo que daban los primeros y lo mismo ocurría con los oficiales y viudas que no fueran de allí. A los menores los debía asistir sin interés alguno.
Se comprometió el Concejo a «ponerle en casa la conducta recogida que sea, según costumbre y obligación a su cumplimiento». Y, además, se le habían de dar los 2 reales de vellón que tenía concertados en la escritura anterior por razón de llamada y las dos fanegas de centeno por el real que se le daba de pulso.
El 25 de noviembre de 1772 se procedió a la renovación del contrato del cirujano en presencia de los citados componentes del Concejo más Juan de Huerta Martínez, procurador síndico general, y Pablo Abad, regidor de Lodares del Monte. Francisco Gonzalo, que así se llamaba, renovó el contrato por un año. En su cometido estaba el visitar a todos los enfermos, en Barca y su anejo Lodares. Asistir a cualquier criado, de uno y otro pueblo, hasta hacerles dos sangrías y de allí adelante habrían de pagarle lo que fuera justo por su trabajo y asistencia. Si fuera necesario poner sanguijuelas se le había de pagar, por cada una de ellas, medio real; pero si eran propias del enfermo no se le daría cosa alguna. Caso de producirse algún golpe de mano airada se le abonaría el justo trabajo de curar, según las tarifas del Real Protomedicato. Al anejo debía acudir una vez a la semana, en concreto el miércoles de cada una de ellas, caso de no haber causa urgente en Barca, o ser día fortuito, que en tal caso sería el jueves.
Cada vecino de Barca le pagaría de salario trece celemines y medio de trigo. Los clérigo y menores «serán de cuenta de tal cirujano su salario». Los de Lodares le darían once fanegas de trigo. La villa le pagaría la mitad de la renta de la casa en que viviera, pudiendo echar un cerdo a la montanera y lo mismo la caballería de montar a la dehesa. En 1774 aún sigue desempeñando su oficio.
Para desempeñar el oficio de boticario se presentó Andrés de Sigüenza, en nombre de Juan de Beyre, vecino de Almazán, el 6 de diciembre de 1772, obligándose éste a servir la botica de Barca, según costumbre, desde el día de San Miguel de 1772 a igual fecha del año 1778.
Cada vecino, por su cometido, le debía dar «de propina» una media de trigo a excepción de las viudas y menores huérfanos sin padres ni madre, que sólo pagarían tres celemines. Dando diez fanegas de cebada los vecinos por la botica, quina y más necesario para las caballerías. Y por lo que tocaba a los no vecinos y oficiales era condición el que éstos pagasen siempre menos que el vecino, «siendo este menos compostura con dicho boticario y cada uno de dichos no vecinos». También era condición que si durante el tiempo del contrato falleciere el boticario, no podían despedir a Andrés Sigüenza, apoderado del titular.
Por lo que se refiere a la sanidad animal hay que citar al maestro albéitar, al que define el «Diccionario de Autoridades» como «el que cura las enfermedades de las bestias conforme arte». Es decir, el veterinario. Fue el 19 de febrero de 1769, estando junto el concejo de la Villa, Francisco Calvo y Gregorio Teresa, alcaldes ordinarios, Alonso Gutiérrez y Pedro Rodríguez, regidores, Pedro Ángel, procurador síndico general, y otros vecinos, cuando admitieron a Juan Manuel de las Hoces, vecino de Almazán, por maestro de albeitería y herrador.
Éste se obligó, a ejercer el oficio hasta el 30 de noviembre de 1769, siendo obligación del concejo, «o por reparto, que a cada vecino le toque según caballerías», satisfacerle lo que le correspondiese de la conducción de diez fanegas de trigo «que tiene costumbre pagar cada un año a dicho maestro esta villa». También se comprometió a acudir a la villa cuando le llamase algún vecino para visitar cualquier caballería, o echar algunas bizmas -emplasto para confortar, compuesto de estopa, aguardiente, incienso, mirra y otros ingredientes- que se pudieran ofrecer a las reses vacunas y en asunto a su arte a lo que ocurriera en dolencias de las caballerías y reses.
Cuando le llamasen a Almazán, «donde tiene y tendrá su residencia», para curar y medicinar cualquier caballería o res vendría sin escusa, caso de no estar enfermo. De no hacerlo no se le abonaría el salario concertado. También tenía le precisa obligación de herrar cuantas caballerías le llevasen, dándole por cada herradura de las mayores diez cuartos y por las menores siete.
Con las mismas condiciones se contrató a Fermín Gil, también vecino de Almazán, para ejercer el oficio desde el 29 de septiembre de 1790 hasta otro tal día de 1791. Se le daría de salario de trece fanegas y media de trigo.
Y resta hacer alusión al saludador, palabra que el citado diccionario asegura que «comúnmente se aplica al que por oficio saluda con ciertas preces, ceremonias, y soplos para curar del mal de rabia». Y el de la Real Academia dice que es el «embaucador que se dedica a curar o prevenir la rabia u otros males, con el aliento, la saliva y ciertas deprecaciones y fórmulas».
Pues bien, Antonio Serrano, vecino y saludador de Medinaceli y su partido, el 11 de abril de 1774, se obligó a «venir a saludar las personas y toda especie de ganados de esta villa en cualquier tiempo que ocurra desgracia de mordeduras, de mal de rabia». El contrato se hizo por nueve años a contar desde ese día. Por su trabajo han de darle en cada uno de ellos dos fanegas de centeno.
Un recuerdo para un ilustre hijo de la Villa y gran amante de la provincia, Alfredo Ortega del Castillo, viudo de María Jesús Melendo Pérez, que falleció en Zaragoza el 13 de febrero de 2024, a los 82 años de edad. Acompañamos en el dolor a su hija María del Carmen esposa de Alberto, padres de Markel y Carmen.