Heraldo-Diario de Soria

Sobre la escritora de Soria Leonor Ruiz de Caravantes Villaverde, ignorada en la Historia de la Literatura Soriana

En una de las páginas de la trilogía que firman al alimón el escritor Juan José Millás y el paleontólogo Juan Luis Arsuaga, dice el primero que ahora, de mayor, escribe más que antes porque ha perdido el miedo a la escritura, más aún, porque ha perdido el pánico. No sabemos si será ese nuestro caso, pero es verdad que emborronamos cualquier papel en blanco con el único objetivo de averiguar una ausencia, contar una historia apenas conocida o, por simple que parezca, recrear el pasado

Árbol genealógico de la escritora.J.A.G.B.

Publicado por
Juan A. Gómez Barrera
Soria

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Ciertamente, si en la Historia de la Literatura Española la poetisa Leonor Ruiz de Caravantes –o Carabantes, o R. Carabantes de Fraile, pero nunca como aquí se rotula con absoluta exactitud– ha sido ignorada, en la particular Historia de la Literatura Soriana es, sin más, desconocida. Una autora tan importante en las letras hispanas como Emilia Pardo Bazán contó entre sus libros –y su biblioteca aún cuenta– con su poemario más distinguido [´Crisálidas´, 1887]. La editora y escritora más distinguida del espiritismo en nuestro país, la malagueña Amalia Domingo y Soler (1835-1909), no solo le dio cabida en su revista semanal, ´La Luz del Porvenir´, reproduciendo en ella un buen ramillete de sus poemas, también le hizo un prólogo y le dedicó una larga composición que tituló «Leonor». Y, unos años después, el más crítico pensador del espiritismo y el libre-pensamiento, el agustiniano de Almarza Conrado Muiños Sáenz (1858-1913), trazó un sentido y bien hilvanado prólogo a su segundo poemario, ´Flores y Espinas´ (1890), y con él marcó el cambio en la ruta lírica de la escritora, difundió su obra, amplió su popularidad y, lo que hoy más interesa, le fabricó un pequeño hueco entre las escritoras del siglo XIX español. Sin el prólogo de Muiños, amistoso, cercano, paternal –a pesar de que apenas les separaban un par de años en la onomástica- y, en buena parte, absolutorio en su análisis doctrinal, ningún erudito actual habría llevado a nuestra paisana a los compendios decimonónicos hoy conocidos: ya fuera el manual bibliográfico sobre las ´Escritoras españolas del siglo XIX´ que compuso con gran maestría Carmen Simón Palmer (1991), ya ´Autoras en la historia del teatro español (1500-1994)´ cuyos tres volúmenes se publicaron en 1996 bajo la dirección de Juan A. Hormigón, ya ´Mujeres ilustres en Valladolid (siglos XII-XIX)´ que firmaron, en 2003, José Ramón González, Mercedes Rodríguez, Elena Maza y Margarita Torremocha; incluso, por último, el artículo periodístico que publicó en 2022 Enrique Berzal en El Norte de Castilla. Mas, sin embargo, no mereció que su apellido figurase en la ´Antología del Recuerdo de Soria´ (1956), pese a publicar ella un curioso y biográfico poema al castillo de Almenar y su hermana Elvira otro a la Virgen de La Llana, insertos en el número correspondiente al año 1894; ni las citas al uso en la ´Bibliografía Soriana´ (1975); ni unas líneas reivindicativas en los necesarios e imprescindibles ´Apuntes para un diccionario biográfico de Soria´ (1998), obras toda ellas del admirado José A. Pérez-Rioja. Por eso se dice lo que se dice, y por eso los artículos de Heraldo-Diario de Soria y la urgente antología poética que en QR aquí se ofrece.

La «extrema curiosidad» que nos caracteriza nos inundó de preguntas sobre la naturaleza de Leonor desde el mismo momento en que rescatamos aquel folletón de La Región Soriana, cuestiones que se multiplicaron al no figurar su nombre en los «manuales» sorianos y al comprobar que en los generales en que sí lo hacía la fuente, única, era el referido prólogo del hijo de don Juan Muiños quien, una vez retirado de la benemérita, residió en Soria, al menos en 1879, en la meritísima calle Real. Según Fray Conrado, su paisana Leonor «nació y creció a la sombra del campanario de la ermita de la Virgen de La Llana», pero ni él –que obviamente lo sabía– ni quien le siguió en sus explicaciones mencionaron nunca jamás el pueblecito en donde estaba ubicada. No se citó Almenar, sí la capital, y ni la coincidencia del nombre con la otra Leonor más afamada animó a mencionarlo. Tampoco se supo, hasta hoy, el año de su nacimiento; y el de su muerte bien lo vio Berzal en el Noticiero de Soria del 8 de agosto de 1900. En ese mismo periódico, en el que no se cifraba la fecha exacta del deceso (que lo sería en Madrid, el 2 de julio de 1900), se mencionaba, sin dar sus nombres, a «sus ancianos padres y estimadas hermanas», y seis años más tarde, el bisemanal de los Pérez-Rioja, comunicaba que, en la villa de Almenar, a edad muy avanzada, había fallecido «el jefe de Telégrafos jubilado don Eduardo Ruiz de Caravantes». Para entonces, en el Archivo Municipal de Soria, habíamos rastreado el empadronamiento del cirujano, nacido en Almazán en 1812, Apolinar Ruiz de Caravantes, tal vez hermano de Eduardo, pues, aunque nacido éste en Madrid en 1830, su padre, Saturnino Ruiz de Caravantes, también cirujano, era natural de Almazán. El padrón de Eduardo, que hallamos después, lo ubicaba en Soria, en 1895, en la plaza de La Leña, junto a su tercera esposa María Cubillo y sus hijas Elvira y Beatriz, solteras, ambas nacidas en Almenar. Para esa época, Leonor vivía ya en Madrid, con su marido, el maestro bañezano [que no berciano, como deslizó doña Errata en la anterior entrega], periodista y escritor católico, Juan Fraile Miguélez (1859-1898). Debieron conocerse en Valladolid, y aquí contraerían matrimonio poco antes de que saliera de imprenta ´Flores y Espinas´, trasladándose después a Madrid donde Fray Juan de Miguel –seudónimo que empleó en honor de su hermano el escritor agustiniano P. Miguélez– ocupaba a diario las columnas de La Unión Católica (1887-1899), donde Leonor publicaría algunos poemas. Luego, entre el uno de julio de 1894 y el 27 de diciembre de 1897, fundó y dirigió El Mortero, con la pretensión de convertirlo en el «semanario ilustrado de primera enseñanza» que defendiera los intereses del magisterio español. También en esta revista incluyó algún poema Leonor, al tiempo que promocionaba, como obras de interés escolar, la tercera edición de la ´Oda a Santa Teresa´ (1896) y la segunda de ´Flores´ (1898), ilustrada ahora con 80 fotograbados de Enciso y una composición musical, sobre texto de la autora soriana, del profesor Tomás Fernández Grajal (1839-1914).

Juan Fraile murió en Madrid el 23 de septiembre de 1898. Leonor lo hizo, en el principal del número 3 de Ronda de Valencia del distrito de La Inclusa, en fecha ya señalada, a los 40 años de edad, y ocupó sepultura en el cementerio de La Almudena. La fría estadística, y prosa necrológica, que un buen amigo consiguió para nosotros desde la capital solventa algunas dudas, pero nos llena de tristeza la soledad y la ignorancia en que concluyeron sus días. Por el contrario, desde el AHP de Valladolid nos llegó el testamento que el 25 de octubre de 1882 firmó Eduardo Ruiz Caravantes a favor de su segunda esposa, Dionisia Morales, y de sus hijos Leonor, Elvira, Amalio, Leopoldo y Beatriz, completando sus datos con los servidos, con gran gentileza, por el Ayuntamiento de Almenar y por el AHDOS de El Burgo.

A más de fechas y parentescos, la documentación anterior nos ha permitido conocer el nombre de la primera esposa del padre, madre de los hijos ya referidos. Hablamos de Remigia Pascasia Villaverde Jalvo que nacida en Medinaceli en 1835 murió en Almenar el 21 de marzo de 1871, un mes y medio después de traer al mundo a su última hija que tuvo por nombre Beatriz Cecilia. Leonor tenía entonces once años.

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