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José María Martínez Laseca

Un interés común

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Escribo esta columna en Almajano, mi pueblo natal. Pueblo de pan y de paz. Lo primero por su cultura agrícola-ganadera de siempre, desde su asentamiento definitivo  de gentes, siguiendo los criterios de sedentarismo del neolítico. De cría de ovejas de lana y leche, cerdos para la matanza familiar y ganado vacuno de tracción y del cultivo de cereales como la avena, la cebada y el trigo. Todo ello para poder sobrevivir a la dureza del medio. Con su actual panadería, cuyo pan, bien horneado, es apreciado en toda la comarca y en Soria capital. Y lo segundo, de paz, porque fue aquí, en el real de Almajano o del Azacán, donde –según refieren las crónicas de la época– se acordó que se firmase la tregua, entre el rey Juan II de Castilla, por una parte y los de Aragón (Alfonso V, el magnánimo) y la reina Doña Blanca de Navarra. Se juraría y ratificaría desde el 16 de julio al 22 del mismo mes del año 1430. Es lo que se conoce como “la tregua de Almajano o “de los tres reinos”. Ni que decir tiene que Almajano se ubicaba en un punto estratégico de encrucijada.

            Y esta cavilación vino a mi mente ipso facto al conocer la noticia de que los tres presidentes de las Comunidades de Castilla y León, Alfonso Fernández-Mañueco; de Aragón, Javier Lambán y de Castilla-La Mancha, Emiliano García-Page, se habían reunido en la colindante ciudad de Soria para firmar un acuerdo conjunto. La asociación estaba clara. En el caso de la tregua de Almajano, el interés común de los tres reinos se basaba en la suspensión de hostilidades entre los reyes concertantes para concentrarse, sobre todo los castellanos, en la culminación de la Reconquista. Y en esta reciente ocasión con el fin de reclamar a la Unión Europea fondos finalistas para las tres provincias de Soria, Teruel y Cuenca, que son las más representativas en el panorama nacional de lo que se ha dado en denominar la España vacía. E incluso, que se les aplicaran esas políticas de beneficios fiscales y de cotizaciones propias de las zonas con más baja densidad de población del norte de Europa. O sea, una suerte de privilegios, tratando de manera desigual a los desiguales, para atraer inversión y actividad a estas provincias, contribuyendo a su reactivación económica y mayor desarrollo, fijando la población en sus territorios. Muy similar a aquellas Cartas pueblas que otorgaban los reyes medievales con el fin de conseguir la repoblación de ciertas zonas de interés económico o estratégico durante la Reconquista.

            Ni que decir tiene que el acuerdo alcanzado entre las tres Comunidades Autónomas, recibió el beneplácito de las instituciones y agentes sociales de nuestra provincia y de las otras. Acaso, porque este hecho singular  que parecía tan sencillo de conseguir, se había ido demorado demasiado en el tiempo. Y por aquello de que lo que bien empieza (con consenso) puede acabar bien, alcanzando los objetivos deseados.

            Estamos hablando de provincias tradicionalmente vinculadas a la agricultura y a la ganadería. Que sufrieron la terrible sangría de la emigración de sus gentes del campo a las grandes ciudades, a partir de los años 60 del pasado siglo XX.  Con desplazamientos, también, a sus propias capitales. Como se hace evidente en el caso de Soria capital que ha ido succionando a la gente de los pueblos, demandantes de mejores servicios.

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