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José María Martínez Laseca

Nostalgia de Gerardo Diego

SOBRE VIVIR

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Nostalgia es un sentimiento de pena por la lejanía, la ausencia, la privación o la pérdida de alguien o algo queridos. “¡Fui muy feliz durante mi breve estancia en Soria!”, pudo muy bien exclamar, con nostalgia, Gerardo Diego Cendoya (Santander, 3 de octubre de 1896 – Madrid, 8 de julio de 1987), tras su paso por estos pagos del alto llano numantino. Siempre hay una primera vez que nos marca a todos de una manera especial. Y tras aprobar las oposiciones, con fecha del 9 de abril de 1920 se produjo su nombramiento como catedrático de Lengua Castellana y Literatura del Instituto General y Técnico de Soria. Entonces, el único existente en la provincia. Soria era, pues, su primer destino como funcionario docente.

Lo mismo que lo fue antes (1907-1912) el de Antonio Machado como catedrático de Francés. En cierto modo, podemos decir que Gerardo Diego subió a nuestra ciudad, siguiendo la estela de Antonio Machado, para soñar, como él, en verso. Dada su condición de joven poeta. De hecho, el año anterior, había visto publicado su primer poema, “Vocación”, en la Revista Castellana (nº 29, enero-febrero de 1919) dirigida por Narciso Alonso Cortés, quien fuera su profesor de Preceptiva Literaria en el Instituto General y Técnico de Santander. Y aunque Gerardo Diego había compuesto en 1918 su emotivo “Romancero de la novia”, este no saldrá impreso hasta 1920.

En la “Primera antología de sus versos (1918-1941)”, apartado I, Iniciales (1918) figura con el título “Poeta sin palabras” el poema que dice: “Voy romper la pluma. Ya no la necesito. / Lo que mi alma siente yo no lo sé decir. / Persigo la palabra y solo encuentro un grito / roto, inarticulado, que nadie quiere oír. // ¡Dios mío, tú el Poeta! ¿Por qué no me concedes / la gracia de acertar a decir cosas / bellas? / Dame que yo consiga -merced de las mercedes- / interpretar las flores, traducir las estrellas. // Yo escucho sus secretos. Yo entiendo su lenguaje. / No el ser sordo, el ser mudo es mi condenación. / Para mí es como un alma dolorida el paisaje / y el mundo es un sonoro y enfermo corazón. // Llevo dentro, muy dentro, palabras inefables / y el ritmo en mis oídos baila sus armonías, / mientras vagan perdidas, ciegas e inexpresables / yo no sé qué interiores, soñadas melodías. // Como un niño que tiende sus bracitos desnudos / a las cosas y quiere hablar y no sabe y llora... / así también ante ellas se abren mis labios mudos / de poeta sin palabras que el gran milagro implora. // Tú, Señor, que a los mudos ordenabas hablar, / y ellos te obedecían. Pues mi alma concibe / bellas frases sin forma, házmelas tu expresar. / Ordénale ya "Habla" al poeta que en mi vive. //

Según opinaba su maestro Narciso Alonso Cortés, en 1948: “Es la eterna avidez de los poetas, que buscan sin tregua la expresión del ideal absoluto y tratan naturalmente de encontrarla en lo incorpóreo, lo etéreo, en la eliminación de la materia y la consecución de esa “poesía pura” que tanto juego ha dado en los últimos años. Mas ¡ay! que siempre tropezarán con el obstáculo de la palabra, incapaz de volatilizarse entre fragancias inefables. Sería necesario que pudieran trasfundir, por radiación, los sentimientos de su espíritu en el de los demás, y que todos fuéramos aptos para recibirlos e interpretarlos”.

Siempre a vueltas con las palabras, Gerardo Diego declarará su oposición a toda inmovilidad o estancamiento. De este modo con su libro “Imagen” (1922) demuestra

una audacia poética, que mantendrá en “Manual de espumas” (1924), y que continuará después. Y aunque se le atribuya en su prolífica creatividad poética una dualidad problemática: neotradicionalismo / vanguardismo, nos encontramos en realidad con un poeta considerable, dueño de un universo de temas, obsesiones y formas y otro muy ágil capaz de todo tipo de destrezas técnicas.

Ni que decir tiene que, consecuencia de su estancia en nuestra ciudad, desde su llegada el 21 de abril de 1920 hasta que en septiembre de 1922 se trasladó al Instituto de Gijón, Soria se convirtió en una de sus obsesiones o temas recurrentes de su poesía. Desde su primoroso librito “Soria: galería de estampas y efusiones” (Valladolid, 1923), reanudado por “Soria” (Santander-Madrid, 1948) y culminado en “Soria sucedida” (Barcelona, 1977). Es este un poemario benemérito, muy digno de ser frecuentado en nuestras lecturas, que muestra una visión entrañable de Soria.

En este soleado mes de agosto, yo siento nostalgia de Gerardo Diego. Anhelante arquitecto de colmena, quien fue labrando celdilla tras celdilla la miel de la mejor y más sana poesía española. La del 27. Y es una lástima que el brutal impacto de la pandemia del Coronavirus –tan contagioso como letal– en nuestras vidas cotidianas haya opacado los actos conmemorativos del centenario de su llegada a Soria.

¡Qué gran suerte ha tenido la ciudad –y las tierras y las gentes– de Soria en ofrecer la transparencia de su alma a la lúcida mirada de poetas como Antonio Machado y Gerardo Diego!

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