Nombramiento de sacristán y maestro por 105 reales y 76 medias de trigo (siglo XVIII)
Los salarios que se pagaban por ambos oficios se hacían en dinero y en grano seco y enjuto, medido con la medida real de Ávila

Grupo de amigos en Quintanas Rubias de Arriba.
La villa de Quintanas Rubias de Arriba, de la que otrora fuera señor temporal y espiritual el titular de la diócesis de Osma, remonta sus orígenes a época paleolítica y neolítica y a tiempos celtíbero romanos, como lo ponen de manifiesto los no escasos restos arqueológicos que han llegado hasta nuestros días.
Allá por el año del Señor de 1528, cuando se llevó a cabo el censo de pecheros de la Corona de Castilla por orden del emperador Caros I, contaba con cuarenta y cuatro vecinos obligados a pechar. Años después, en 1591, el censo de la misma Corona, de esa fecha, señalaba para la villa que nos ocupa un total de treinta y cuatro, de ellos treinta y tres pecheros y un clérigo, sin contabilizarse hidalgo alguno. A mediados del siglo XVIII, el Catastro del marqués de la Ensenada, contabiliza cuarenta y uno y, poco después, Juan Bautista Loperráez señala cincuenta y seis.
La parroquial de la Villa, servida por un cura y un sacristán, estaba, y está, puesta bajo la advocación del apóstol San Andrés, del que el refranero asegura que «Bendito el mes que empieza con los Santos y acabada con San Andrés». Iglesia, integrada en el arciprestazgo de San Esteban de Gormaz, en la que estuvieron erigidas, cuando menos, las cofradías de la Santa Vera Cruz, de la Asunción y del Santísimo Rosario. Y en término de la Villa radica la ermita de Santa María Magdalena, sencillísimo edificio de planta rectangular y tejado a cuatro vertientes.
Puesto que hemos hecho referencia al sacristán, y lo mismo ocurría en otras parroquias de la diócesis, éste, aparte de sus ocupaciones al servicio del culto y lo a él anejo y dependiente, se dedicó a enseñar a leer, escribir y contar a los niños de la Villa. Capítulo que, hasta el momento, haya sido estudiado por alguno de los estudiosos que se ha dedicado a escribir la historia de la Educación en la provincia de Soria. Escuelas de Primeras Letras, pagadas por los diezmos y regidas en su mayoría por sacristanes, cuyo funcionamiento estaba regulado por las Constituciones Sinodales de los obispos Pedro González Manso (1532-1537) y Sebastián Pérez de Aguilar (1583-1593). Así las cosas, ¿se puede seguir negando que la Iglesia haya sido «mater et magistra»? Pues a veces, y muy a nuestro pesar y nos duele decirlo, sí.
Pero acerquémonos a las Quintanas Rubias de Arriba y, en concreto, al día 5 de octubre de 1727, fecha en la que se reunió su concejo, justicia y regimiento, «en las casas que tienen destinadas a su consistorio para tratar y conferir las cosas tocantes al servicio de Dios nuestro señor y bien común de esta república». Presentes el Lic. Felipe Pérez, cura propio, Manuel de Benito y Blas Macarrón, alcaldes ordinarios, Martín de Ayuso y Tomás Martínez, regidores, José Sebastián, procurador general «que son de quienes se componen el ayuntamiento», y varios vecinos apellidados Andrés, Ayuso, Campanario, Cardenal, Delgado, Fresno, García, Gómez, Macarrón, Medina, Palomar, Recacha, Rodrigo…
Manifiestan que por haber fallecido Roque Macarrón, sacristán y maestro anterior, al que se había contratado el 10 de agosto de 1721, pretendía la plaza el Lic. Simón de Fresno, clérigo de menores órdenes, natural de la Villa para, a título de ella, ordenarse in sacris. El concejo, nemine discrepante, le presentó a Jacinto Valledor y Presno, obispo de Osma (1723-1730), para «sacristán, por los días de su vida, con tal que no goce otra renta eclesiástica que tenga congrua», pues teniéndola la plaza quedaba vaca para que la gozase otro.
El concejo, durante el tiempo que sirviera dicho oficio se obligó, en cada un año, a pagarle sesenta medias de trigo; más doce, en las eras, por «asistir a la enseñanza de los niños de la escuela»; y otras cuatro por el trabajo y asistencia a los oficios divinos en víspera de los días de Todos los Santos y Ánimas, «que todo junto importa setenta y seis medias de trigo». Asimismo, cada uno de por sí por lo que le tocaba, le daría ochenta y nueve reales y medio de los aniversarios perpetuos fundados en la parroquial y doce reales por hacer el monumento la Semana Santa, que juntas estas dos porciones importan ciento y cinco reales y medio… El caso es que Simón acepta «y estima mucho la honra y merced que en ello le hacen este concejo y señor cura».
Otro contrato se haca, en este caso por un año, el 18 febrero de 1782, a favor de Ángel de Pedro, vecino de la Villa, admitiéndole por maestro de niños y sacristán. En consecuencia se obligó a asistir de tal sacristán en todo lo necesario, como también a la enseñanza y educación de los niños que vayan a la escuela. Por esto último se le había de dar, por cada alumno que lea, dos celemines; los que escriban, cuatro; los que cuenten, seis. También cobraría de cada vecino, estante y habitante, una media de trigo y lo mismo a la viuda, estando obligado a tocar todo el año a medio día, y una campaña de niebla y nublado desde la cruz de mayo a la de septiembre.
En esa conformidad se obligó, «sin dar motivo de queja», a cumplir con lo pactado en ambos cargos y en los términos referidos. Documento protocolizado por ambas partes; de una, los componentes del Ayuntamiento, Felipe de Freno, alcalde ordinario, Miguel de Fresno y Nicolás de Alonso, regidores, y Domingo Macarrón, procurador síndico general; y de la otra, Ángel de Pedro. Actuó como escribano Dionisio Rodríguez San Miguel, figurando como testigos Vicente Nevares y José Martínez, firmándolo los que supieron.

Lado Oculto
El instituto Manuel Ruiz Zorrilla, de El Burgo, su promotor y quien se adjudicó los honores
José V. de Frías Balsa

Lado Oculto
Cuando la trashumancia en Soria era de cerdos (siglos XVI y XVII)
José V. de Frías Balsa
Y puesto que a maestros y escuela nos referimos dejar constancia que la de esta Villa, hacia el año de 1845, era frecuentada por dieciséis alumnos de ambos sexos, y estaba dotada con treinta y dos fanegas de centeno. Obligado es un recuerdo para un maestro, allí nacido y criado, Alfonso Fresno Fresno, para su hermano Felipe y para Julia, su señora madre.