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TEMPORAL

Aislados por la nieve pero con pan y humor

Los ventisqueros aíslan a Barcones, pero sus vecinos mantienen su vida cotidiana

Un joven camina por la SO-152, junto a un enorme ventisquero.-VALENTÍN GUISANDE

Publicado por
Toño Carrillo
Soria

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Amanece en Soria y la nieve y el hielo mantienen tres carreteras cortadas. Para llegar a Barahona, a Garray o a San Pedro Manrique hay algunas alternativas, pero para alcanzar a Barcones, en el sur, no. La localidad está aislada por los cambiantes ventisqueros y la SO-152 es intransitable.

Roberto, desde el bar, coge el teléfono. «Lo llevamos con resignación, qué se le va a hacer. Estoy esperando un pedido de un distribuidor, pero a ver si puede pasar la quitanieves porque no puede llegar». Junto a él, por casualidad, está el ‘valiente’ de la jornada, el panadero que se ha jugado el tipo para que no falte una barra tierna en las mesas del pueblo.

«La carretera está muy mal, no tanto porque haya caído mucha nieve, pero sí porque hay mucho hielo y más por el aire que ha movido la nieve hacia la carretera. Os dejo, que tengo que atender un pedido», comenta antes de que dé tiempo a preguntarle siquiera el nombre. Si el intrépido panadero ha podido, DIARIO DE SORIA / EL MUNDO no va a ser menos.

Gruesas cazadoras, buenas botas, una pizca de irresponsabilidad  y dos palabras mágicas para la nieve -Land Rover- es todo lo necesario para entrar en el pueblo aislado. Por el camino, nieve en los campos pero asfalto limpio hasta dejar a un lado La Riba de Escalote. Allí comienzan los problemas. Primero, en una mesetilla la carretera se funde en blanco con las fincas de labor. Después, la capa crece y crece hasta encontrar ventisqueros a la altura de la rodilla. En algunos puntos, las señales indican que bajo la nieve hay una curva. Si lo anuncian será verdad, porque lo que es observarlas a simple vista...

Barcones aparece como un pequeño portal de Belén. Sólo que en lugar de figurantes, sólo hay un gato de panza blanca y lomo negro en las calles que sale disparado ante la irrupción. Primera parada, el bar de Roberto. Sátur, vecino de toda la vida, apura una cerveza fresquita acompañado de dos vecinos de localidades cercanas que le ayudan con las ovejas. «Como estas las hemos tenido mucho peores, hombre», espeta. Es sus recuerdos está «cuando íbamos con las mulas, con cuatro caballerías»  y no con las pick up 4x4 que ahora les ayudan es sus labores cotidianas.

«Es un invierno duro, pero de momento sólo llevamos así cinco o seis días», apunta Ricardo, que le ayuda con las ovejas. Y es que Sátur lo tiene claro. «Con la nieve lo peor siempre va para el ganadero, para ir a cuidar los animales». Y eso que ahora le auxilia, además de su fiel perro, una cachorrilla de apenas unas semanas que tirita en sus brazos.

No obstante, en las casas la cosa cambia. El romanticismo de la leña es historia. «Hombre, que aunque seamos un pueblo ya hay calefacción en casi todas las casas», apunta Ricardo. «Si hay que echarle 1.000 litros de gasóleo se le echan y si son 2.000, pues 2.000. Estamos a 22 grados día y noche. ¡Si yo duermo encima de la cama!», confiesa. «¿Vosotros sois de pueblo o de capital?», inquiere con esa media sonrisa que tan bien define el carácter soriano, mientras pide otra ronda. Roberto recuerda que cierra a las 15.00 horas, pero sirve.

En Barcones viven «26 ó 28 personas, y el triple de perros», bromean en el bar. No obstante, en la gélida mañana sólo cuatro almas animan el pueblo. Además del panadero, hace escasos minutos ha pasado «la cartera, con un coche pequeñito, una latilla» que no obstante ha conseguido «pasar lo peor, los ventisqueros». No todos lo consiguen a la primera. «Esta mañana, cuando hemos intentado venir, no hemos podido. La segunda vez nos hemos metido detrás de la quitanieves y hemos llegado. Había unos ventisqueros así», señalan a la altura del pecho. Y piden la última, «que cierro a las tres».

«Pero bueno, que esto no es nada. Hace 10 años...». Ricardo no termina de contarlo. «Hablas ya como los abuelos», se escucha a su lado antes de la carcajada general. Hay risas, sí, pero también trabajo duro. Apuran la última cerveza y llega el momento de salir a la calle. Allí, de un pequeño cobertizo, sale otro 4x4 mientras Sátur vuelve a casa con la barra de pan bajo el brazo. En las calles se alternan hielo y nieve, pero no le hacen falta botas de gore-tex para moverse con soltura. Unos zapatos, elegantes y modernos, son suficiente para dejar en evidencia a unos visitantes al borde de la policontusión.

Mientras, los reporteros buscan huellas en las calles para ver en qué casas puede haber más vecinos. Un timbre, dos, tres, diez... La despoblación aísla tanto o más que la nieve. El crujido de un témpano en el dintel advierte que el peligro no sólo está en el suelo.

Sátur da las gracias por la visita y toca regresar a Soria. El viento ha hecho de las suyas y donde antes se veía asfalto, ahora hay palmos de nieve. La labor de la quitanieves, cual mecánica Penélope, se desvanece en minutos. Atrás queda un pueblo aislado donde el humor y el pan alimentan el espíritu de resistencia numantina.