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TRAS LOS PASOS DE LA MUJER DUPLICADA (V)

Confirmado:Texas quiere a Ágreda

Los agredeños que han viajado a Texas para «reconquistar» la tierra que su famosa mística azul visitó en bilocación hace cuatro siglos pueden estar satisfechos. Regresan a casa con una declaración de amor bajo el brazo. Hoy Javier Sierra cierra el relato de sus peripecias por EEUU

La delegación de agredeños en Goliad junto a la alcaldesa, su juez y Jesús Manuel Alonso en el centro con el acuerdo que establece el 23 de marzo Día de Ágreda en Texas.-J. S.

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Javier Sierra / Texas
Soria

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«Estamos descubriendo partes de nuestra Historia que ignorábamos gracias a ustedes». Así se expresaba la alcaldesa de Goliad, Texas, el martes pasado durante la última jornada de visitas de la delegación agredeña en los Estados Unidos. Daba la impresión de que Anna Machacek no se había visto nunca en una así.

Rodeada de españoles que le contaban entusiasmados que una paisana suya de hace 400 años se desdoblaba para predicar a sus antepasados, escuchaba maravillada sus relatos y asentía. A los agredeños su presencia les impone. No en vano es la representante de uno de los pueblos más antiguos del Estado. «Aquí empezamos a oír hablar de lo que hizo sor María en 2001, pero gracias a visitantes como ustedes vamos descubriendo más cosas». Quizá haya sido eso –la poderosa fuerza del que tropieza con una raíz inesperada de su propio ADN– lo que ha llevado a este municipio a declarar el 23 de marzo como el ‘Agreda Spain Appreciation Day’. Esto es, una jornada en la que, en adelante, se rememorará el singular vínculo sobrenatural que une a su localidad (1.908 habitantes) con otra situada a 10.000 kilómetros, a los pies del Moncayo.

«La culpa de ese desconocimiento de la Historia la tiene la historiografía anglosajona», me apunta –como lo ha hecho varias veces en estos días– el doctor Félix Almaraz, de la Comisión Histórica del Condado de Bexar. «Cuando en el siglo XIX se cerraron las misiones españolas, la tradición católica, sus heroicos misioneros y todo lo que aprendieron se arrinconó causando un vacío que solo con visitas como la suya empieza ahora a rellenarse».

Los veintinueve agredeños a los que acompaño tienen razones para sienten orgullosos de lo que este viaje les ha regalado en el último tramo de su aventura. No solo ya tienen un «día oficial» en el Sur de Texas, sino que su alcalde, Jesús Manuel Alonso, se lleva al consistorio también la llave de la ciudad de Victoria –responsable del cercano Presidio y Misión de Nuestra Señora de Loreto, también franciscana y de 62.592 habitantes–; una placa de los Amigos del Parque Nacional de Goliad y otra de la Sociedad del General Zaragoza –un héroe local que impidió la invasión francesa de México en el siglo XIX– en la que reconocen sus lazos con España. «Texas les quiere», me dice el juez del condado, Pat Calhoun. «Y les necesita para recuperar esta memoria perdida», añade entusiasmado el gigantón de sombrero vaquero. «Hasta hace poco no sabíamos casi nada de la Dama Azul y su paso por Texas… Pero ahora llegan ustedes y nos lo cuentan».

La sensación que me producen todos esos elogios se parece a la que he venido recabando durante toda la semana. De algún modo, tengo la impresión de que los modernos agredeños han tomado el relevo a sor María de Jesús en la exploración –y con algunos, apostaría también que en la evangelización– del Suroeste de este país. No ha habido día sin misa; el lunes sin ir más lejos disfrutaron de una celebración con mariachis en la Misión de San Antonio. Y tampoco han dejado de regalar recuerdos de su pueblo, la mayoría de carácter religioso, como los ejemplares de la obra cumbre de la Dama Azul, la Mística Ciudad de Dios, que se convirtió en la «tarjeta de presentación» oficial de esta delegación.

«Mire usted, don Javier», me hace ver Félix Almaraz bajo una oportuna sombra justo detrás de la Misión de Nuestra Señora de Loreto, «seguramente nunca podremos demostrar que sor María se bilocó a estas tierras, pero es un hecho incuestionable que sin la creencia que aquí hubo en ese asunto en los siglos XVII y XVIII no se hubieran fundado misiones como ésta, en las que llegaron a existir plazas a las que los franciscanos llamaron ‘De la Concepción de Ágreda’. Nunca olvide que los misioneros que fundaron esta casa llevaban cartas de la Dama Azul con ellos y en sus líneas encontraban consuelo y aliento en la difícil tarea de educar a los indios y servir a su Corona para mantener a raya a los franceses que querían apropiarse de la región. ¿No le parece suficiente maravilla?».

Yo asiento, claro. Pero no le digo que en mi cabeza atruenan otras voces. Como la del alcalde Alonso, cuando en la rueda de prensa con su homónima de Goliad decía que «es muy importante que la influencia de la Dama Azul se reconozca como un hecho histórico» y allí mismo se leía el documento que exhortaba a «todas las gentes de Goliad a observar este día, a celebrar nuestras riquezas culturales y a reconocer el importante papel de la Historia en la vida de esta gran comunidad y nación». Pero también la de una india del clan Pacuachi, María Antonia Torres, que veinticuatro horas antes me decía que estaban dándonos la bienvenida porque somos descendientes del pueblo de esa Dama que jamás les hizo daño. O la de los nativos que nos han escoltado durante todas estas jornadas con sus cánticos monocordes, sus ritos de incienso y percusión y sus ofrendas a la tierra, como si buscaran reconectarse con los trances de la mística Soriana y reactivar –con discreción– aquel «Internet espiritual» que entonces nos unió.

Estoy cerrando mis maletas al tiempo que redacto estas líneas. Siento ya la nostalgia del que se va. Me parece que voy a echar mucho de menos los entusiastas discursos del alcalde de Ágreda y sus sueños de atraer turistas y peregrinos texanos a su pueblo. Todavía le queda pendiente trabajar en el protocolo de hermanamiento con el Estado. También extrañaré al cineasta Bill Millet y su inacabable rodaje de escenas conectadas con la Dama Azul a ambas orillas del océano. Y a vecinos como Isidro Omeñaca, el «multiusos» de Ágreda, y sus jotas; a Ángel Lapeña y su cerveza Lady in Blue hecha en el Moncayo; a Julio Moñux, el fontanero del convento y su impagable malo-buen humor; a las recatadas hermanas Modrego; al sabio jumano Enrique Madrid que tanto me iluminó al contarme cómo la Dama salvó a su pueblo; a Víctor y Eva, que no separaron su mirada del visor de sus cámaras… y a tantos paisanos de esa monja severa y de alma imposible de enclaustrar que hoy, 350 años después de su muerte, sigue produciéndonos fascinación y uniendo mundos tan lejanos.

Ése –y no otro– es su gran milagro. De eso ya no me cabe la menor duda.

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