Heraldo-Diario de Soria
Publicado por
César Mata
Soria

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La muerte siempre nos deja atónitos. Sin palabras. No hay explicación, aunque la cabeza pueda desarrollar un discurso lógico de cómo sucedieron los hechos. Sea o no previsible, siempre es enigmática. Del todo a la nada, de la vida a la muerte, en unos segundos, a veces horas… Nos acongoja, pues desnuda el artificio de la existencia y nos muestra su esencia frágil y ligera.

En planeta de los toros, en el que la alegría y el dolor conviven de modo inseparable, convierte la tragedia de la muerte en algo que la trasciende. Y más en un caso como el de José Alberto, el aficionado de Traspinedo que falleció el pasado sábado tras recibir dos cornadas en el encierro de Peñafiel. La juventud y la violencia de una herida por asta de toro avivan la llama del sufrimiento que supone la pérdida de una vida. El carácter jovial y generoso de este chaval, ahondan en el vacío que su pérdida deja a su esposa, Vanesa, su familia y sus numerosos amigos.

Surgen, también, al hilo de estas muertes en festejos taurinos populares, voces contradictorias. Desde los indeseables que dejan en evidencia el por qué de su causa animalista (en la que los animales están por encima del ser humano), hasta los bienintencionados que repudian toda forma de riesgo vital para la persona (causa por la que la Iglesia, en diversas épocas históricas prohibió los toros).

Pese a la zozobra emocional, nada impide, ahora, reconocer en José Alberto el valor de afrontar la vida conforme a sus propias convicciones y valores. Involucrado en la labor asociativa de Coso de la Fuentecilla, una entidad de aficionados de Traspinedo, comprometido con la gestión municipal y participante de su pasión, la tauromaquia popular, su vida fue el de un joven cabal y dispuesto a compartir.

Es cierto que ha encontrado la muerte en un encierro, como lo es que su actitud no fue temeraria, ni en las secuencias de la cogida se atisba el más mínimo gesto de anteponer su vida a la de la otra persona involucrada en el fatal e involuntario encontronazo. Nobleza y gallardía.

Para quien ama la vida con intensidad los toros suponen un modo de dar sustancia a ese sentimiento. Un compromiso con el resto de la naturaleza a la que pertenecemos y de la que, digan la que digan algunos, nos diferenciamos por la capacidad de decidir, de ser libres. También por la posibilidad de mostrarnos como seres dolientes más allá de lo físico, por nuestra condición moral.

En el angustioso camino hacia la enfermería, los gestos de Carlos ‘Perrera’, cogiéndole la mano, y Nacho, de Olivares, metiendo su puño en la herida, explican quién y cómo son los aficionados a los toros, pese a quien pese. Gente de fiar.

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