Heraldo-Diario de Soria

Ateneo de Soria: Jerónimo Rubio y Pérez Caballero, presidente por unanimidad

SIN ROSTRO. En la “nomina” de presidentes del Ateneo de Soria, en la que se ha de incluir a Nicolás Rabal, Benito Ruiz, Jerónimo Rubio, Alfredo Gómez-Robledo y Mariano Íñiguez, nos faltaba poner “caras” al segundo y al tercero. Con este último saldaremos la deuda hoy mismo, con la fotografía que aquí se ofrece; y queda pendiente, en espera de algún “descubrimiento”, la del doctor Ruiz Zalabardo. En su día, a todos compusimos un retrato en prosa, pero bien se sabe que una imagen vale más que mil palabras

Jerónimo Rubio y Pérez Caballero (1876-1959), en juvenil fotografía tomada de la orla universitaria (1893).

Jerónimo Rubio y Pérez Caballero (1876-1959), en juvenil fotografía tomada de la orla universitaria (1893).[Colección particular TPF]

Publicado por
Juan A. Gómez Barrera
Soria

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 Quien tenga a mano ´El Ateneo de Soria´ [tanto en la edición de 2006 como en la de 2023] verá lo poco que de este profesor de tan noble nombre se conocía. En su tiempo, en noviembre de 1918, un “plumilla” apodado Azorincejo [tal vez seudónimo de Manuel Ayuso o de Virgilio Soria, incluso de Mariano Cabruja], con columna en el dominical ´La Idea´, lo definió como “republicano-maurista, amigo de las paradojas y completísimo crítico literario”; y, tras identificarlo como catedrático de Lengua y Literatura del instituto de la ciudad, le enmarcó en una semblanza que para sí la hubieran querido muchos, pues le hacía, en lo tocante a su materia, “de entusiasta, cautivadora y fácil conversación”; destacaba en lo físico “su aspecto fuerte y resistente, sus pies anchos, su andar brusco y tortuoso, su nariz y ojos escudriñadores y su trato franco y abierto”; le adornaba con “una gran sensibilidad espiritual y un [elevado] gusto artístico”; y decía que era “crítico preciso, imparcial y delicado”. Por si pareciera poco aún añadía en su conclusión su naturaleza, que veía “alegre, humorista, un tanto burlona, pero siempre simpática, lo que le permitía ganarse con facilidad la amistad y el afecto de cuantos con él trataban”.

Unos meses antes de descripción tan ponderada, en mayo de aquel griposo año, Jerónimo Rubio y Pérez Caballero fue nombrado por unanimidad presidente del Ateneo de Soria, en el inicio de la etapa más larga y brillante de éste; y unos meses después, en julio de 1919, cesó en su cátedra y la dejó libre para la futura llegada del mejor sucesor posible, el joven Gerardo Diego Cendoya.

Hubo quien le dio nacimiento en Soria y otros que lo consideraron oriundo de Duruelo, y sabido era que llegó a su cátedra en julio de 1914 y que pasados cinco años marchó para Almería, ubicándose luego en Madrid, donde [con un interregno breve en Toledo] permanecería hasta su jubilación, y donde moriría en 1959. En ese tiempo postrero, apenas llegó alguna breve colaboración para ´Celtiberia´ –sobre la obra y la vida de los músicos Joaquín Espín (1952) y Federico Olmeda (1955) y del poeta Agustín de Salazar (1956)–, revista que le homenajeó, a su muerte, con una sucinta nota necrológica (1959). Pero tampoco en esta, trazada por José Antonio Pérez-Rioja, se insertaba imagen alguna ni se decía mucho más, insistiéndose en su condición de “soriano de nacimiento”, en su gracia de “notable escritor”, en su “mente lozana” y en su “pluma ágil y correcta”, puesta al servicio de esta tierra “a la que tanto amaba”.

Con tan exiguo bagaje, liberados nosotros de la redacción del primer texto del Ateneo y de la exigente biografía de Blas Taracena, nos pusimos a la tarea de completar aquella reseña con nuevas investigaciones y con la búsqueda de una imagen que le pusiera rostro. Y así, en el Archivo Municipal, localizamos su inscripción en el padrón de población de 1914, el cual informó que Jerónimo Rubio Pérez, de profesión catedrático, había nacido en Madrid el 9 de diciembre de 1876, que habitaba el segundo piso del número 14 de la calle del Ferial, y que lo hacía en compañía de su esposa María Jesús Díez Gessner [nacida el 9 de marzo de 1885 en Logroño], de sus hijos Luis, Engracia y Clotilde [todos de naturaleza madrileña] y de una sirvienta, Rufina Rubio Hernández, venida al mundo precisamente en Duruelo. 

En el Archivo del Instituto, en el Libro de Registro de Nombramientos, comprobamos su titulación exacta, Catedrático de Lengua y Literatura Castellanas y de Preceptiva Literaria, su nombramiento el 25 de junio de 1914, su toma de posesión siete días más tarde, y su cese, y traslado a Almería, el 31 de julio de 1919. Y en el Archivo General de la Administración, al que acudimos para completar datos y dar con el retrato deseado, no dimos con éste, pero sí con una secuencia formativa y profesional que lo situó en la Universidad Central [en la que se licencia en Filosofía y Letras en noviembre de 1893]; en los ministerios de Fomento, Instrucción y Agricultura [en los que desempeñó tareas de auxiliar de secretaría y escribiente entre 1898 y 1914]; en oposiciones a las cátedras de Lengua y Literatura españolas de los institutos de Figueras, Cuenca, Baeza, Teruel, Málaga, Jaén y Soria [en las convocatorias de 1905, 1907,1910 y 1913]; y en los propios institutos de Enseñanza Secundaria de Jaén [de mayo a junio de 1914], Soria [de junio de 1914 a julio de 1919] y Almería [desde esta última fecha hasta noviembre de 1933]. El AGA nos informó también de su actuación como juez de tribunal de oposiciones en las convocatorias de 1915 y 1917, y lo sería, asimismo, de las de 1920 [justamente en aquellas en que Gerardo Diego obtendría la plaza de Soria], y nos hizo conocer, con los originales, sus programas de las asignaturas “Elementos de Historia General de la Literatura”, “Literatura preceptiva” y “Lengua castellana”.

Sin embargo, fue en la prensa oficial, nacional y local, soriana y almeriense especialmente [con un centenar de citas entre ambas], donde encontramos las notas singulares: ´La Correspondencia de España´ nos señaló que en 1889 obtuvo “premios y menciones honoríficas” en los estudios de bachiller cursados en el Instituto Cardenal Cisneros de Madrid; ´La Rioja´, que contrajo matrimonio en Logroño, en Santa María de la Redonda, el 19 de septiembre de 1905; la ´Gaceta de Madrid´, que en mayo de 1914 obtuvo por oposición la cátedra de Lengua y Literatura del instituto de Jaén; ´El Avisador Numantino´ y ´El Porvenir Castellano´, que, a primeros de julio de aquel mismo año, permutó aquella cátedra por la de Soria, trasladándose a la ciudad andaluza Emilio Aranda que por entonces ocupaba igual puesto en el Instituto General y Técnico de Soria; el ´Diario de Almería´, que el 20 de septiembre de 1919 llegó a aquélla para hacerse cargo de su destino en el Instituto de Segunda Enseñanza; y ´La Libertad´ y ´El Debate´, entre octubre y noviembre de 1933, su designación como director del Instituto “Goya”, uno de los cinco [junto al “Lope de Vega”, “Quevedo”, “Lagasca” y “Pérez Galdós”] que la República creó en Madrid. Además, en la prensa soriana [en El Porvenir citado y también en ´Noticiero de Soria´], con su nombre, pero sobre todo con el seudónimo “Juan de Urbión”, publicó seis artículos sobre literatura y las fiestas de San Juan [a las que consideró “absolutamente sustanciales” si mantenían su carácter de fiestas “del pueblo y para el pueblo”]; y lo mismo hizo en la almeriense [en ´La Independencia´ y en el referido ´Diario de Almería´], aunque en estos siempre con su nombre y, en la mayoría de los casos, con comentarios sobre la enseñanza, los libros y la política nacional.

Tras Madrid, cerrado como quedó el Instituto “Goya” desde julio de 1936, debió recalar en Toledo, quizá por sanción dadas sus pasadas ideas republicanas, volviendo al poco a la capital, desde donde enviaría a imprenta, especialmente para las revistas ´Celtiberia´, ´Al-Andalus´ y ´Teruel´, textos varios de crítica literaria, biográficos e históricos.

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