Heraldo-Diario de Soria

Historia

No todo vale... en urbanismo

Un rincón de Soria que debería salvarse. ¿Recuerdan la «ciudad callada» de aquel paisano literato llamado Ángel Lacalle? Pues, aunque él hablara de silencio y no de mudez, en esta Capitaleja seguimos igual que en la lejana fecha de 1926. Muchos de nuestros hijos marchan de ella y apenas vuelven; y los que nos quedamos, por amor, convencidos y mayores, les guardamos el lugar sin que nos importe, o así pareciera, que alguien destruya la singularidad de sus casas y la belleza de su entorno

Travesía Cinco Villas.

Travesía Cinco Villas.[Eduardo Peña, óleo sobre lienzo, 60 x 48 cm, ca 1945; col. Casino Amistad Numancia; fotografía actual, JAGB].

Publicado por
José A. Gómez Barrera
Soria

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(A la memoria de Jesús Bárez, que seguro nos habría escuchado)

Es verdad, no somos personal reivindicativo por excelencia; tampoco es misión de estas letras trazar estados de opinión, pronunciar juicios críticos o iniciar campañas de actuaciones varias, tareas que, desde luego, corresponden a altos comisionados o a los electos representantes en la cosa pública. Aquí, en estas páginas, no hay más que breves intentos de recuperar, rememorar o aprehender el pasado legado por quienes, con anterioridad, construyeron, vivieron y disfrutaron de esta tierra. Nosotros, a lo sumo, y con absoluto respeto por quien tiene la tarea u obligación de hacerlo, sugerimos algo. Por ejemplo: la vigilancia del tapial, muro o simple pared que enlaza con el espacio postrero de la Audiencia [palacio de Suero de Vega o de Sorovega o de Betetas o, si se quiere, torre de Doña Urraca] y el arranque de los antiguos garajes de Gonzalo Ruiz, sospechando que, tal vez, se trate de los restos de la iglesia de Ntra. Sra. del Poyo [HDS, 17.XII.2018]. Proponemos, también, mirar y mirar los archivos, el municipal o el histórico, cada vez que un profesional reciba el encargo de una empresa, pública o privada da igual, de mudar, alterar o rectificar un inmueble convertido, por sus características históricas o arquitectónicas, en un elemento más del paisaje urbano; es lo que se pidió en relación con la conocida «casa de los tres arcos», de la calle Aguirre, que proyectó en su solución final Ramón Martiarena con fecha 30 de mayo de 1928, con su simetría exquisita en sus partes y con una decoración pictórica que ensalzaba su alzado y daba al lugar un colorido que le hacía alegre y dinámico [HDS, 2.XII.2019].

 Lamentablemente la remodelación última ignoró los planos originales depositados en el Archivo Municipal, no atendió a su color de base y ensanchó los arcos bajeros para lograr escaparates más amplios, algo que ya había ocurrido años atrás con otro edificio singular de la zona, la casa modernista de la calle Estudios, obra de Félix Hernández [1914]. Igualmente reclamamos, tiempo después, un cuidado especial para el edificio «Zapatería 18», no solo porque el Plan Especial de Reforma Interior y Protección del Casco Histórico del Excmo. Ayuntamiento de Soria [de mayo de 1994] lo calificase como «espacio libre a mantener» sino porque en su segundo piso vivió, entre 1868 y 1872, Francisco Bécquer, el tío «Curro» de los hermanos Bécquer [HDS, 14.V.2020]; por desgracia hasta ahora nada ha ocurrido, salvo que las obras del «trinquete» lo están deteriorando más. Y, en fin, se nos llenó la boca de palabras y palabras con otra idea, brillante por lo demás, como era la conversión del palacio de Alcántara, por entonces recién adquirido por el Consistorio, en el Museo de Arte Contemporáneo que la ciudad necesita [HDS, 29.XII.2020], hecho que aún se hace más evidente con el dinero empleado en la compra de la colección Arense por parte de la Excma. Diputación, en un acto que le honrará siempre. Y es que, si Ayuntamiento y Diputación llegaran a una colaboración efectiva en lo que aquí se insinúa, los sorianos podríamos disfrutar de esas obras artísticas y de otras, como el gran cuadro de Alejo Vera, como los «maximinos», y como tantas esculturas y tantas pinturas y tantas fotografías que muchos de los artistas sorianos actuales estarían dispuestos a donar a aquellas con la simple condición de que fueran expuestas de forma permanente para gozo y solaz de paisanos y forasteros de hoy y mañana.

Con esos mismos argumentos fácil sería elaborar otro artículo hablando de la «barbarie» cometida hace apenas unos meses con la casa más céntrica y emblemática de la ciudad: la históricamente conocida como «de Ángel del Amo Ropero», construida por el insigne Martiarena en 1934, de adscripción racionalista según el claro entender de Miguel de Lózar, y cuya decoración pictórica casaba muy bien con el eclecticismo de sus formas. 

El paisaje urbano del Collado, y aún el mirar de la ciudadanía, había hecho causa común con su idiosincrasia, hasta que, de la noche a la mañana, apareció convertida en «un terrón de azúcar» o en «un merengue», a los que ni en la noche el haz verdoso de los focos direccionales ni el mismo color de la espiga arriba colocada impiden la añoranza de la belleza perdida. El propietario o el usufructuario puede hacer en el interior de su vivienda lo que quiera, pero no en su exterior, que es, por definición, propiedad de todos.

Pero no es esta la guerra que aquí se quiere entablar. Y no ha de ser un conflicto, es, otra vez, una sugerencia, más modesta, más simple, más usual. La imagen del óleo que nos acompaña [obra de Eduardo Peña Ruiz (1914-2017), hijo mayor de Maximino Peña, depositado en el Casino Amistad Numancia] nos sitúa en el lugar exacto, en la Travesía Cinco Villas, no precisamente para poner la mirada en la torre del palacio del conde de Gómara, ni en la remodelada plaza del Carmen [plaza de Ramón Ayllón, exactamente], sino en la modesta casa, hoy en ruinas, del primer término. 

El rincón fue dibujado con exquisitez por Pedro Chico, y sirvió a La Voz de Soria del 6 de enero de 1923 para ilustrar el poema «Soria fría» de Machado en sus referencias a las «casas denegridas» y a las «sórdidas callejas» de la ciudad. Casa tan humilde, inhóspita y, seguramente, insalubre, estaría en el pensamiento del abad Gómez Santacruz y de los doctores Guisande e Íñiguez cuando solicitaban actuaciones sanitarias inmediatas sobre el hábitat de la capital. Por fortuna, poco o nada queda de aquella época, y lo que queda está condenado a desaparecer. Nadie gastaría un suspiro por ella. Y, sin embargo, a nosotros, nos parece un tesoro. Debería salvarse; debería restaurarse; debería consolidarse. Sería un testigo vivo de la Soria antigua. Un canto, en la ciudad de la piedra y el ladrillo, al barro [al adobe] y a la madera.

Sí, estamos por salvar la casa número 7 de la travesía al barrio de La Arboleda y al viejo Matadero. Que se rehaga, con seguridad, por dentro; y se deje tal cual por fuera. Y que en su interior se instale un centro informativo del Ayuntamiento, una oficina que dé explicaciones a los turistas o visitantes de la zona de las excelencias del convento del Carmen y el efecto telón de la fachada de su iglesia nueva; de la que fue Escuela de don Abdón Senén García, en el mismo cuerpo monástico, y del Grupo Escolar Manuel Blasco, que tan bellamente construyó la Segunda República; del reaprovechamiento de la portada del convento de las Concepcionistas en el cuartel de la policía municipal; de las ruinas de San Nicolás, tan significativas; de San Pedro, de la iglesia Concatedral y su claustro de magnífico románico; del abatido convento de San Agustín en piedra y traza renacentista, cuya historia legendaria merecería mejor trato; y de la muralla, tan esforzadamente recuperada. 

Este espacio es otra Soria lejos del centro urbano; es su origen y su base; y desde ese habitáculo tan modesto, rehabilitado, podría tener una nueva luz.

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