Heraldo-Diario de Soria

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LA SEMANA pasada, en relación con el Premio Tizón que ASAJA había concedido a los grupos ecologistas, comenté en esta columna la primacía de la productividad sobre el respeto al medioambiente.

Hoy quería completar esa idea con otra que se hace aún más visible ahora que las lucecitas navideñas ya brillan y todo incita a comprar, la obsolescencia programada. Básicamente, la obsolescencia programada consiste en la reducción de la vida útil de un producto por parte del fabricante para que el consumidor se vea obligado a adquirir un nuevo producto similar. Aparatos que repentinamente dejan de funcionar, piezas que no pueden desmontarse, recambios que no se fabrican, reparaciones mucho más caras que la adquisición de un nuevo artículo o simplemente productos que en menos de un año quedan desfasados y pasados de moda. Estas son realidades que cualquiera de nosotros ha experimentado y que, en la sociedad de consumo en la que estamos inmersos, componen el ciclo compra, tira, compra que tan bien reflejó Cosima Dannoritzer en el documental del mismo título.

Es la lógica que subyace al capitalismo, quien considera esta práctica beneficiosa ya que estimula la demanda al empujar al consumidor a comprar de manera acelerada. Ahora en plena crisis es constante el soniquete de que hay que activar la demanda, una población que no consume no engrasa la máquina productiva y las empresas no generan nuevos puestos de empleo. En el sistema en que vivimos esto es cierto en parte, pero por eso mismo hay que ser conscientes de lo que implica.

A nivel medioambiental, es inviable, ya que sobreexplota los recursos y genera enormes cantidades de residuos que, en buena parte, escondidos bajo la etiqueta de segunda mano, acaban alimentando montañas de basura en países sin recursos para gestionarlos. A nivel del comprador, es un modelo que ata y obliga al consumo, incluso con prácticas que rayan o incurren en fraude. Este es un problema global, con muchas ramificaciones y, por tanto, difícil de cambiar. Pero, por esa misma complejidad, es de obligada reflexión, también ahora que llega la Navidad.

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