Heraldo-Diario de Soria

Andrés Calavia

Sordidez sin límites

LA ERA ALTA DESDE MIAMI

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La emigración cubana de Miami es eminentemente republicana, pase lo que pase. Su influencia  económica y política en la vida del sur de Florida está fuera de toda duda. No son pocos los representantes de los ciudadanos en las instituciones del estado que nacieron en la isla de Cuba y que llegaron a Miami con apenas unos meses, nada más triunfar la revolución castrista de 1959. Son los ‘cubanoamericanos’, aunque también se denomina así a aquellos que ya nacieron en los Estados Unidos pero que tienen fuertes raíces cubanas.  Desde el viaje de aquellos primeros exiliados, muchos de ellos ya desaparecidos, los cubanos no han dejado de llegar a Miami, su tierra prometida ubicada a poco más de trescientos kilómetros de casa.  Y siempre amparados por la máxima generosidad de un sistema inmigratorio estadounidense que, por contra, se torna en un camino de espinas para el resto de los mortales. Doy fe. 

Dicen que las últimas oleadas de  cubanos llegados a América tienen muy poco que ver con aquella inmigración de profundas razones ideológicas. Ahora, en bastantes casos, es  poco más que una aventura. Hasta tal punto es así que no faltan los que llegan a Florida, obtienen los beneficios que todavía les otorga la legislación como exiliados políticos y luego, en navidad y en verano, vuelven a Cuba de vacaciones. Así de doloroso es su exilio. Entre ellos las ideas republicanas ya están bastante mezcladas con las demócratas. Los mismos cubanos hablan del ‘exilio verdadero’ y del resto.  Los primeros se quejan de comportamientos poco edificantes por parte de los segundos,  que desprestigian, y hasta deshonran, el enorme sacrificio realizado por generaciones de cubanos expulsados de su tierra por la dictadura comunista.

Entre las actitudes más rechazables, las de cubanos, generalmente de edad avanzada, que gastan su pensión en viajar a la isla con su pasaporte gringo para hacer uso del servicio de prostitutas. Mujeres, muchas de ellas niñas, a las que no les queda otra que vender su cuerpo por unos pocos dólares para poder comer. Contábamos con que españoles, italianos, alemanes o americanos sacasen tajada de la desgracia ajena. Es ley de vida. El rico somete al pobre.  Pero lo que no cabía esperar es que los  ciudadanos que un día abandonaron la isla para alejarse de tanta penuria económica, social y política volvieran a su país para aprovecharse de sus propios compatriotas y de los infortunios de los  que ellos huyeron. Es algo profundamente denigrante. Sordidez sin límites.

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