Heraldo-Diario de Soria

Un inglés pasó por Soria camino de Marruecos

JAVIER MARTÍNEZ ROMERA

Richard Ball durante su paso por Soria a bordo de su Ford Y 8 HP. HDS

Richard Ball durante su paso por Soria a bordo de su Ford Y 8 HP. HDS

Creado:

Actualizado:

Muchos han sido los viajeros ilustres o singulares que, a lo largo de la historia, han atravesado tierras sorianas, ya fuera de paso o a propio intento. Muchos investigadores han escrito ya sobre el tema, desde Benito Gaya Nuño a José Antonio Pérez Rioja o José Antonio Martín de Marco, quien trazó en 2002 en su entretenido libro ‘Viajeros por tierras de Soria’ un amplio recorrido histórico por los más significativos o por los que habían dejado mayor huella documental y literaria en la historia.

En una época globalizada y de continuo movimiento como la actual resulta muy complicado llevar una contabilidad detallada como, tal vez, sí podía hacerse en siglos pasados. A la incompleta lista podemos añadir un caso de poca trascendencia histórica pero simpático y singular, el de un visitante extranjero que llegó a nuestra ciudad para un par de días en diciembre de 2014 y que merece quedar anotado en la crónica local curiosa.

La historia comenzó poco antes cuando, a comienzos de noviembre de 2014, recibí un email de un británico, míster Richard Ball, en el que me anunciaba su intención de realizar un viaje por España y que le llevaría incluso hasta el sur de Marruecos entre diciembre y febrero. Hasta ahí nada raro, salvo que el viaje quería realizarlo a bordo de su coche antiguo, un Ford modelo Y 8 HP de 1935. Aprovechando el viaje quería conocer a los propietarios del mismo modelo residentes en España y adaptaría la ruta a la disponibilidad de los mismos a recibirle.

El modelo protagonista del viaje, el Ford Y 8 HP, fue la respuesta de Ford a la crisis de 1929 y se trataba de un modelo económico, con un motor pequeño de 933 cc. que impulsaba un vehículo compacto, manejable, fiable y con una estética muy moderna en el momento de su presentación en febrero de 1932 y que Ford extendería poco después a sus modelos más grandes como el V8 de 1933. Diseñado en Estados Unidos, el grueso de su fabricación se llevó a cabo en Gran Bretaña, aunque también se montó en Canadá, Australia, Nueva Zelanda, Malasia, Irlanda, Alemania, Francia y en la factoría Ford de la Avenida Icaria de Barcelona de la que salieron 4.431 unidades, cifra importante para la época, desde noviembre de 1932 hasta el estallido de la Guerra Civil en julio de 1936.

La presentación oficial en España se realizó en mayo de 1932 en el Hotel Palace de Madrid y Ford utilizó a Miss España 1932, la señorita Teresa Daniel, como reclamo publicitario para promocionar el vehículo. El modelo fue ampliamente difundido después con la realización de una caravana Ford de cien vehículos que dio a conocerlo en las principales ciudades españolas en diciembre de 1932. El precio de venta de la versión Tudor de dos puertas era de 8.550 pesetas (51,39 euros) y 9.200 (55,29) la Fordor de cuatro, con ligera ventaja sobre las 8.750 (52.59) de un Austin, las 8.850 (53,19) de un Fiat o las 8.795 (52,86) de un Opel, todos de dos puertas.

En Soria se matricularon catorce unidades, la mayoría propiedad de médicos, veterinarios, abogados y otros profesionales liberales que conducían su propio coche, algo que la sencillez del ‘forito’, como se le apodó en España por su recogido tamaño, hacía posible. Fue publicitado incluso como el modelo más adecuado para las «mujeres modernas» que comenzaban a tomar el volante en aquellos años de efervescencia republicana. Hoy en día sobrevive en Soria la primera unidad llegada a Gonzalo Ruiz, Agencia Ford en Soria, el 3 de diciembre de 1932, según informa ‘El Avisador Numantino’ de ese día, y que fue matriculada el 11 de febrero de 1933 a nombre de don Avelino Lezcano de Deza, recibiendo la placa SO-908.

Una vez repuesto de la sorpresa inicial producida por aquel email, en realidad no tanta, conociendo la disposición aventurera de los británicos, su pasión por los espacios desérticos y su querencia a huir, con sabio criterio, de su isla en los fríos y húmedos inviernos. Así pues, la fecha quedó fijada para el sábado 13 de diciembre. Mr. Ball llegaría a Soria a media tarde, aceptaba mi invitación a cenar y partía al día siguiente por la mañana en dirección a Ciudad Real, su siguiente parada donde había quedado el 15 de diciembre con otro ‘fordista’, Fernando Fernández, propietario del único Ford Y 8 HP en versión furgoneta que, al parecer, se conserva en España.

Tras una revisión del coche, similar a la que se hace cuando se sale a dar un pequeño paseo en coche antiguo, este gran conocedor y restaurador de motos y piloto de aviación, que había llegado incluso a tomar los mandos de un mítico Spitfire, el avión de caza con motor Rolls Royce que salvó a Inglaterra de la Luftwaffe alemana en el verano de 1940, se puso en marcha desde la localidad de Pontypool, en el sur de Gales, y cubrió la primera etapa hasta embarcar en el ferry de Portsmouth con dirección a Bilbao el 10 de diciembre. De allí a Vitoria y Logroño y, después, en una etapa en la que disfrutó especialmente de los espectaculares paisajes de las montañas de Piqueras, hasta Soria.

Ver circular a Mr. Ball en el Ford Y de 1935 era toda una estampa. Joven, mucho más de lo previsto, alto y corpulento, el coche le quedaba un poco pequeño y, cuando llegamos al Hotel Leonor donde pernoctó, tuvo que hacer algún contorsionismo para descender, también debido posiblemente al acalambramiento propio del largo viaje desde Vitoria, donde había dormido la noche anterior. En la rejilla portaequipajes del coche llevaba dos maletas antiguas, rígidas y pesadas. En una, los posibles repuestos necesarios para la travesía: un motor de arranque, una bomba de gasolina, bujías, etc., que no llegó a utilizar. En la otra maleta, idéntica, pero algo más pequeña, llevaba su ropa para el viaje, en un estudiado ejercicio de reducir el equipaje al mínimo imprescindible.

Poco después, ya refrescado, bajó al vestíbulo del Leonor impecablemente vestido con una elegante y muy británica americana de cuadros, como no podía ser de otro modo. El paseo por el centro de la ciudad iluminado le encantó, particularmente el Palacio de los Condes de Gómara, mucho disfrutó del reconfortante café caliente tomado en el Salón de los Espejos del Casino y dio buena cuenta de la cena, con el inesperado y feliz hallazgo de los torreznillos locales.

A la mañana siguiente partió temprano con una disposición y ánimo jovial que no me dejó ninguna duda de que alcanzaría su destino y cumpliría con precisión todas las etapas que se había marcado, como un Phileas Fogg del siglo XXI, aunque con un equipo de viaje más cercano al de la novela de Julio Verne que a la época actual.

Aparte de Madrid y Ciudad Real, el periplo español le llevó también a Córdoba, Gibraltar y Málaga. Por fin, tras cruzar el estrecho desde Algeciras, Mr. Ball y el ‘forito’ llegaron por fin a Marruecos y recorrieron las montañas del Atlas donde el ascenso a alguna cumbre obligó al Ford a circular dos horas en primera velocidad para poder realizar la subida.

En los días siguientes, el viaje continuaría por Marrakech, Errachidía, Erfoud, Agadir, Tarudant, Tiznit y Tan-Tan para llegar finalmente a Tarfaya, en el cabo Juby, frente a las islas Canarias y en la frontera con el antiguo Sahara Español. Pero, desde aquí, el punto más lejano del viaje, tocaba ya regresar a Gran Bretaña. El viaje de retorno lo realizó por la costa marroquí volviendo a Agadir y, de allí, a Safí, Casablanca, Rabat y, volviendo a cruzar el estrecho, de nuevo por tierras españolas con escala en Jerez y, de allí, a Lisboa para conocer a Rogerio Machado, el último de los propietarios de Ford Y 8 HP peninsulares en la agenda de Mr. Ball.

Tras la escala lisboeta bordeó la costa portuguesa y soportó estoicamente en un hotel de Galicia los dos días que el temporal de nieve de aquel invierno dejó las carreteras intransitables. La estancia por tierras españolas terminó en Santander, donde el fiable Ford y el incansable piloto embarcaron de nuevo para volver a casa pasando por Bristol. A Pontypool llegaron el 14 de febrero, después de 66 días y 9.300 kilómetros de viaje sin mayor problema mecánico que realizar un cambio de aceite, ni más incidencia que un pequeño desperfecto en la puerta trasera izquierda al golpearla la delantera, que se abrió de pronto por un fuerte golpe de viento en las desérticas llanuras marroquíes.

Quién le iba a decir al veterano Ford Y 8HP de 1935 que, a buen seguro, no había salido nunca de las islas británicas, la ajetreada vida que le esperaba en su vejez. Desde entonces Mr. Ball le ha dado un respiro, pero, conociéndolo, no tardará su fiebre aventurera en volver a aparecer y hacerle preparar su veterano Ford para nuevas aventuras como las que una vez le hicieron cruzar tierras sorianas.

 

tracking