Heraldo-Diario de Soria
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Hace un par de semanas me desayunaba con un artículo de opinión del director de este periódico con el título «El Embajador ante la OCDE y los cerdos en Soria». Yo soy el Embajador ante la OCDE y me apresto a hablar sobre los cerdos en Soria y en España, donde vamos por los 58,5 millones de cerdos sacrificados al año (2021), en un negocio que se ha convertido en un auténtico motor exportador para nuestro país. Es obligado reconocer los aspectos económicos positivos de esta potente actividad industrial. Pero en mi modesta opinión ha llegado el momento de controlar más su crecimiento. Esta industria, todos lo sabemos, es altamente contaminante de la tierra y de los acuíferos a través de la producción masiva de purines. Si se ubica cerca de núcleos de población, atenta directamente contra la calidad de vida por los olores y la proliferación de moscas e insectos. Los índices de nitratos en el suelo español ya son elevados y deben ser corregidos, nos dice Europa. La administración central comienza a prestar mayor atención al cuidado de nuestros acuíferos. No sería muy aventurado pensar en que en un futuro las distancias desde los núcleos urbanos a las macrogranjas se ampliaran, o incluso pensar en subvenciones para que las macrogranjas que se fundaron en el pasado y se han quedado excesivamente cerca de núcleos de población obtuvieran ayudas para su reubicación, del mismo modo que en Holanda se comienza a subvencionar su cierre.

Esta industria, también lo sabemos todos, apenas genera puestos de trabajo, pero sí es el último tren que muchos antiguos agricultores y ganaderos con un cierto capital pueden coger para hacer un buen negocio en tanto el mercado chino y otros mercados emergentes no emprendan una política de sustitución de exportaciones.

Cierto que da trabajo e ingresos a sus dueños, y salida rápida a la cebada producida por los productores agrícolas tradicionales para ser transformada en pienso en una economía circular integrada. Pero estos dos efectos, ni las macrogranjas en sí mismas, ni los efectos complementarios agrícolas, son suficientes para que los pueblos que se deslizan por la pendiente de la despoblación puedan hacer variar esa dinámica. En 2022, las macrogranjas estaban ubicadas en 1.260 municipios de todo el país. La mayoría de estos municipios (el 84%) tiene menos de 5.000 habitantes y el 80% está experimentando una disminución en su población en los últimos 10 años.

Frente a las moratorias que han decretado diversas CCAA (Castilla La Mancha, Navarra, Aragón y Cataluña), en Castilla y León se aprecia una tendencia contraria, hacia la despreocupada proliferación de esta industria. En Soria a finales del 2020 la cabaña porcina ya ascendía a 518.845 cerdos y se superó el millón y medio de cerdos engordados para la exportación de carne. Las últimas autorizaciones para instalar macrogranjas en el sur de la provincia vienen todas ellas cortadas por el mismo patrón: poblaciones menores de 400 habitantes, que se están despoblando. A vista de pájaro es como si estuviéramos ante un proceso de cuidados paliativos: que los que van a morir lo hagan con algún beneficio, aunque sea para unos pocos, para aquellos que siempre tuvieron más capacidad económica. Caciquismo hasta en la decadencia final.

¿Existen otras alternativas? ¿Es éste un destino inexorable? Habría que decir alto y claro que este no es el único destino que pudiera existir para la Soria vaciada. Hoy la actividad económica se ha liberado de la geografía: los «nómadas digitales», el trabajo desde el campo para la ciudad, las empresas digitales y digitalizadas, la logística, el turismo al enorme patrimonio histórico que atesora Soria, sus centenares de castillos, pueblos medievales, historia cargada de enseñanzas, son los nuevos recursos económicos. Pero éstos no son siempre compatibles con tener al lado, a menos de un kilómetro, una macrogranja de 3.502 cerdos, como ocurre en Monteagudo de las Vicarías.

Muchos se preguntan, ¿pero no es compatible tener macrogranjas y construir un destino turístico de primera categoría para un pueblo como Monteagudo? Y la respuesta es: claro que puede ser compatible si se extreman los cuidados para ubicar dichas macrogranjas donde no afecten ni a la calidad de vida de la gente, ni al turismo, ni a los activos de biodiversidad del territorio.

Eso es lo que nosotros, este embajador y su mujer, un auténtico motor del arte moderno que llenó Monteagudo de color y actividades artísticas en el castillo, ayuntamiento y galería de arte en un año y medio de desbordante actividad, nos atrevimos a pedir al Ayuntamiento –después de haber invertido una buena parte de nuestros ahorros en ese proyecto–. Pero no pudo ser. El Ayuntamiento optó por afirmar su autoridad. No solamente no se ha podido negociar, sino que ha habido un auténtico linchamiento moral de esta sencilla y razonable postura: que se reubique esa granja, que está a 900 metros del pueblo, y que se discuta con los vecinos la ubicación de las dos nuevas granjas que se van a instalar.

Disentir se ha querido entender como dividir; contraponer la ubicación actual de las macrogranjas frente a las necesidades de construir un destino turístico nacional se ha interpretado como una ruptura del sagrado silencio a observar porque si es roto es una afrenta al pueblo entero, cuando en realidad es el instrumento de dominación de unos pocos sobre la mayoría.  As bestas como narrativa de los conflictos de colisión frontal entre los que están y los que llegan, aún siendo extrema, no tiene en cuenta algunos elementos tan reales como nefastos: el caciquismo dominante y el silencio resignado que autoimpone a las comunidades, el poder político manejado con mano de hierro al servicio de ese caciquismo en vez de atemperar los ánimos y mediar los intereses, o el aliento de toda la estrategia de acoso y derribo a través de las redes sociales y a cargo de un panfleto local que orquesta el proceso. Pena que se haya elegido la confrontación, el autoritarismo y el triunfo unilateral de una industria altamente contaminante sin las debidas cautelas. Pena que la innovación que suponía la irrupción de una alternativa integral de desarrollo turístico de primera calidad nacional basada en el arte haya sido abortada.

Pero no es momento de lamentos. Comenzar a reclamar una moratoria para Soria no es una opción descabellada, darle una importancia mucho mayor a las cuestiones de ubicación de una industria altamente contaminante debe pasar a un primer plano. Quizás, y con esto concluyo, en estos tiempos de promesas y proyectos, alguien se atreva a plantear un horizonte económico y social más positivo y de progreso para Soria, más allá de lo que se presenta como solución que más que impedir el declive, en realidad lo acompaña.

El destino nunca está escrito, se lo fabrican los pueblos golpe a golpe, verso a verso. 

(Manuel Escudero, es Embajador de España ante la OCDE)

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