Heraldo-Diario de Soria

Juana Largo

Otras píldoras contra el dolor

La autora reflexiona sobre el poder analgésico de la cultura y la poesía ante un mundo repleto de dolor más allá de lo físico

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Efectivamente, existe y hace gran efecto en la vida, el dolor. No solo meramente físico, sino también los demás dolores… Ahí está, en medio de la vida, entreverado con ella (parece ser que, cada año que pasa más, persistentes y agudos), debido a una serie de factores trágicos, que resultan de diversas crisis, pandemias, guerras, migraciones desgraciadas, cambio climático, fenómenos políticos, políticos turbulentos, alzas del precio del crudo, del gas, de los alimentos, de las viviendas, laborales, etc…

Ahí está y no se da solo ya solo el malestar tedioso o “acédico”, que pudiéramos haber tenido antes y, ante el cual, nos hacía pensar, con recelo y con amargura, en el psicólogo o en el médico especialista del ramo, siendo ahora al contrario, en que vamos de cabeza lanzados…, ahí está y hay un malestar que supera al malestar que llamábamos de umbrales normales, y ese malestar ahora, nos podemos dar cuenta, parece ser que es lo que resulta proporcionado por la influencia de muchos mass media, con la tecnología en inflación, con las redes caóticas, con la banalidad de la televisión, impeliéndonos todos ellos a una existencia dislocada, de la imagen y de la palabra y de las diversas sensaciones, que nos ocasiona no solo problemas morales, sino también mentales y aun físicos…, es decir algo que se pone fuera de nuestro marco, revolucionándolo todo, y que habría que llamarlo a falta de mejores vocablos, como “violencia” cuando no patente, entonces latente, levantando un enorme problema de cúmulos existenciales agudos de las poblaciones

Se queda como de fuera de juego, pero invocándonos a la mayoría, y que no lo hemos llamado, pero que atañe tanto al nivel de la naturaleza como al humano con ella, algo que, antiguamente se concebía como trastorno general y que atacaba al medio y al humán, pero que ahora se desboca y nos produce un gran perjuicio extremadamente moral, ante lo que se desata casi todo, y que pareciera ser el peaje a asumir para poder vivir o estar en este mundo y que nos cuesta asumir (sobre todo a la parte de la población más vulnerable, como enfermos o ancianos, niños y jóvenes y mayores, como también a las mujeres, etc…)

Y este dolor, que, si fuéramos fríos o desalmados, acaso nos debiera ser un dolor sin valor o gratuito y pasajero, es todo lo contrario, pegado a nuestros zapatos, atacando al sistema global, que debiera no hacernos “sufrir”… Pero que, como tenemos conciencia, no nos puede dejar de influir y atacar…

Y muchas personas lo pasan o lo pasamos mal, de lo más negativamente…

Pero la pregunta es: ¿Cómo encontramos lo lenitivo de este dolor de “muelas” permanente?...

La sedación sicológica no para de dar abasto.

Pero, las guerras no se van a parar por ello, ni el poder de los tiranos y las hipotecas no van a dejar de funcionar. Es decir, lo que produce dolor, cada vez más incrementado, no va a cesar nunca, ni en un planeta nuestro que fuera cien veces más voluminoso, ni en nada. El mal se ha desatado…, bueno, se desató hace mucho tiempo ya, pero ahora, acaso por la autoconciencia en “on” que nos dan los medios de masas, parece que nos damos más cuenta.

Y parece que, de no ser lo contrario a una incerteza, que, en este mundo de dolor, hubiera que volver los ojos a Dios.

Y, antiguamente, muchas personas, ante las grandes catástrofes, efectivamente volvían los ojos a Dios y la oración podía ser un medio paliativo. Ahora, si no la oración, podemos tener los poemas. El mismo mundo laico, ha creado un automatismo de identificación de autor y lector que nos hace más suaves algunas circunstancias.

Por eso, ahora, aun existiendo otros modos de soportar la “fatalidad”, tenemos, sobre todo, como si hubieran ganado una Oposición de los Ministerios de Cultura sanitarios, los poemas. La oración, sí, pero manda más el poema y la literatura. Y eso ahora puede ser una manera de hacerle frente a ese Ruido del Mundo, para que nos calmemos.

Algo tan sencillo como abrir un libro de haikus en un metro o en un autobús, puede hacer mucho más que otras ofertas de sedación.

Pero, por supuesto, en el batiburrillo de libros comerciales y no comerciales del mundo, hay que saber, cada una o cada uno, seleccionar.

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