Heraldo-Diario de Soria

Juana Largo

Las guerras son buenas para las depresiones

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Un panorama desolador como el actual poco puede dar de sí para que aumente la tristeza. Primero con la guerra de Ucrania, que ya nos encontrábamos bastante marchitos y desesperanzados, y ahora Israel y Gaza, lo que lleva a colmar el vaso de la irracionalidad.

Es cierto, si no tenemos bastante, tenemos taza y media y resulta que habíamos salido del Covid para entrar casi de inmediato en estas desventuras. Como recordándonos que todavía nos debemos a la Edad de Piedra, y puede que sea cierto, que no hayamos evolucionado más que en armas y su uso y su técnica, habiendo dejado aparcado el problema de la humanidad en su aspecto tanto inteligente como creativo y de disfrute como pudiera ser el ocuparse del ser humano cuando había una relativa paz y cuando en general hay paz, que nos permite ello más cultivo y hasta pensar en que hay una cierta evolución o un cierto progreso. Me parece que esto del progreso, ahora que vemos cómo está el mundo, es una entelequia, y algo que no se puede alcanzar nunca.

Yo no sé los antiguos, las mujeres y los hombres de estos veintiún siglos si llegaría a pensar que no solo el planeta sino el mismo cerebro se nos hicieran más pequeños. Pues la lucha sigue, aquí y allá, cada vez más cruenta y cada vez más sinsentido.

Ante esto cabe la posibilidad de apagar medios de comunicación y ponerse a jugar al parchís (o a pergeñar libros, como hacen ahora muchas personas) y no darse cuenta de la realidad, como los avestruces.

Y es que, si haces caso a la realidad, puedes acabar mal. Si tenías una depresión, ahora puedes tener depresión y media o doble. ¡La realidad, la externa, es tan decepcionante! Algunas personas no solo se ponen a jugar al parchís o a las cartas, sino que tienen, fallo suyo, su mirada puesta nada más que, ante la realidad externa, catastrófica, en la realidad interna, con lo cual se pueden crear muchas enfermedades.

Cuando nos dicen en la escuela que tenemos que tener juicio crítico y atender siempre a la realidad externa, como si nos animaran a disfrutar de la naturaleza, resulta que sí, que miramos a la realidad externa o a la naturaleza externa y todo son desvanecimientos porque tenemos que bajar los ojos ante tanto desastre. Lo malo es que, en las guerras, aparte de volvernos locos, nos cambian el panorama bucólico que podíamos ver por la ventana. Y lo malo también es que, en las guerras, siempre ganan los mismos, los que son fuertes ya de por sí, pues pueden hacer sus trampas, por ejemplo con los mercenarios y los enlaces que hacen unos países con otros para, según dicen, defender los debidos intereses de cada país.

Y ahora el fenómeno es universal. Con la cuestión de la tecnología, podemos tener noticias de todas las disputas y guerras que se dan por el mundo. Lo cual llega a abrumar.

Pero no solo abrumar, sino hacernos caer en la desolación y en la “quietud dañina”, pues tenemos que ser pasivos desde nuestras ventanas del televisor y comprobar que sí, que, efectivamente, el mundo va pero que muy mal.

Esto en los que padecían del mal del siglo, la depresión, es acrecentarla mucho más, cuando no es el que caigamos definitivamente de la montaña al abismo. ¡A ver quién nos encuentra ahora en el fondo del abismo!

Cuando pensábamos que gran parte de los problemas y conflictos del mundo estaban particularizados y lejanos, aun podíamos tener esperanza de curación con las depresiones y podíamos ir al especialista y, tras la cura, recomenzar una nueva vida.

Ahora no. Ahora las guerras atacan a nuestro ser más íntimo y no solo nos hacen ser pesimistas, sino seres destrozados a los cuales nadie viene a salvar. Las guerras y la curación mental son atroces y nos atacan en lo que más queremos, pues es esto lo que muchas y muchos queremos: no guerras, sino paz.

Por desgracia el mundo vive en el Paleoceno y nadie nos levanta la moral. Una guerra mucho menos. Al contrario, caemos cada vez más, y como sin remedio, en el mismo agujero. Es un “escándalo”, algo además vergonzoso el tener estas contiendas delante de nuestras narices, aunque no sea más que en el televisor. Lo malo también es que las cadenas de televisión nos hacen cebarnos en las calamidades del mundo de forma sensacionalista. Y es como si no tuviéramos escape al infortunio. ¡Si hasta los terapeutas están afectados de mal y de hiel de las bombas y metrallas y males de las execrables guerras de Occidente y de donde más sitios vengan! Miguel Delibes decía en un famoso libro suyo (“Un mundo que agoniza”), pero refiriéndose a los desastres naturales, lo siguiente: “Si esto es el mundo, que lo paren, que yo me bajo”. Así van las cosas. ¡Como para curar depresiones!... Esto sería un lujo…

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