Heraldo-Diario de Soria

Juan Antonio Gómez Barrera

Boceto en acuarela de un día memorable

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El bello y completo trabajo de Herrero Gómez, publicado en el número 88 de ´Revista de Soria´ [primavera, 2015], nos evita recrearnos en el padre del artista [Ricardo de Villodas, nacido en Madrid en 1846 y fallecido en Soria el 4 de agosto de 1904], en la relación de los Villodas con Soria [la madre del pintor, Estéfana de la Torre, era hermana de María Notario esposa de Silvino Paniagua, comerciante soriano propietario de la célebre confitería “La Azucena” ubicada en el número 23 del Collado], y en las circunstancias que hicieron que aquellos grandiosos lienzos históricos [por su tamaño, más de seis metros de longitud cada uno; por su temática, clara imbricación entre la decadencia de la república romana y la España contemporánea tras los efectos de la “Gloriosa”; y por su tratamiento, obras academicistas dispuestas a obtener medallas o menciones especiales en las exposiciones nacionales e internacionales a que acudieran] fueran adquiridos por el Excmo. Ayuntamiento de Soria en 1961. De igual modo podría decirse que el asunto de la acuarela que nos ocupa ha sido ampliamente tratado en la bibliografía soriana, pasada [verbigracia, ´El Monumento a Numancia erigido sobre las ruinas de la ciudad celtibérica a expensas del Excmo. Sr. D. Ramón Benito Aceña, e inaugurado solemnemente por S. M. el Rey D. Alfonso XIII, el 24 de agosto de 1905´, Madrid, 1906] o presente [por ejemplo, en nuestro trabajo ´Tras los orígenes de la Arqueología Soriana´, Soria, 2014]. Y, sin embargo, nos parece tan acertada, tan nítida y tan espontánea en su naturaleza; es tan poco conocida entre

Fernando de Villodas, ´Fiesta junto al obelisco de Numancia´, Cartulina, aguada y carboncillo, 0,44 x 0,58 m, Soria, 24.08.1905 [Museo de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, Madrid]

Fernando de Villodas, ´Fiesta junto al obelisco de Numancia´, Cartulina, aguada y carboncillo, 0,44 x 0,58 m, Soria, 24.08.1905 [Museo de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, Madrid]

los sorianos de a pie; y, por lo demás, tan vagamente definida en su clasificación institucional [en el inventario de la Real Academia en que se guarda se señala el autor que la firma, Fernando de Villodas; sus características formales, “Cartulina. Aguada y carboncillo”, y medidas, “440 x 580 mm”; y un título atribuido, “Fiesta junto al obelisco de Numancia”, a todas luces impreciso]; que resulta imprescindible datarla en su fecha exacta, reproducirla en esta página y, además, glosar con algún detalle la jornada en que el mayor de los hijos del laureado pintor Ricardo de Villodas montó su caballete en el Cerro de la Muela y, mientras las élites del país y de la ciudad inauguraban por fin un monumento completo en el solar de la heroica ciudad, él, Fernando de Villodas, mezclado entre literatos [Santiago Arambilet, José María Palacio, Vicente Vera], fotógrafos [José Casado, Aurelio Pérez-Rioja de Pablo, José L. Demaría Vázquez “Campúa”] y las gentes del pueblo hasta allí llegadas, tomaba ligeros apuntes para documentar, con rigor e instantaneidad, otra fecha memorable de la historia del país que tan respetuosamente guardaba los restos de su progenitor.

La llamada “fiesta junto al obelisco de Numancia” tuvo lugar en la tarde del jueves 24 de agosto de 1905 y fue la culminación de un proceso que Ramón Benito Aceña inició el 8 de septiembre de 1903, el mismo día en que Alfonso XIII y los príncipes de Asturias visitaron por vez primera las veneradas ruinas. En aquella ocasión, la muerte reciente de su hermana María impidió al senador acompañar a la familia real como habría sido su deseo, y no pudo presenciar en persona la atención que el monarca prestó a las explicaciones que los representantes de la Comisión de Monumentos le dieron acerca de la “pirámide” inacabada de 1842. El prócer, en un momento delicado de su vida, supo, igual que aquellos jefes políticos de mediados de la centuria anterior, que aquel individuo que fuera capaz de promover y conseguir alzar un “obelisco” a los héroes de Numancia en el mismo lugar donde estuvo enclavada, conseguiría el reconocimiento por siempre de los moradores de aquella tierra y de la nación entera. Y debió saber también, tras tanta experiencia fallida, que la única forma de llevar a cabo tan honorable acto era asumiendo él mismo el proyecto y su financiación. Así lo pensó y así lo hizo: el 12 de mayo de 1904, ocho meses después de idearlo, Aceña tenía sobre su mesa los planos elaborados por Bernabé La Mata; el 15 de junio, en el ventorro de la ciudad [quizás “la Venta del Aire”, tan próxima a Valonsadero como a Garray], dos picapedreros de primera andaban ya labrando la piedra según escribió en carta al mecenas José Arribas, propietario, por mitad con el vizconde de Eza, de los terrenos donde se ubicaría el obelisco; y el 4 de enero del año conmemorado, el marmolista Emilio Molina Payés, hizo entrega de las lápidas que habrían de colocarse en el plinto de la pirámide bien provistas de las inscripciones aprobadas por la Real Academia de la Historia tras el asesoramiento de Eduardo Saavedra. Casi en tiempo de record, el monumento a Numancia se llevó a efecto en la totalidad de los términos prescritos, pese a que el 25 de noviembre de 1904, cuando se estaba en plena tarea de labra de los sillares, falleció el proyectista y debió hacerse cargo del mismo Patricio Martínez, supervisado por Rodolfo Ibáñez,

arquitecto provincial, y por Félix Martialay, ayudante de Obras Públicas. Y dígase todavía, por si algo pudiera faltar en la fiesta, que el 12 de agosto, doce días antes del hecho, apareció por la “montaña sagrada” para iniciar sus excavaciones el catedrático de la Universidad de Erlangen Adolfo Schulten.

Fernando de Villodas, asiduo en la ciudad por aquellas fechas y ya referenciado en la prensa nacional por alguno de sus trabajos, no estuvo entre los asistentes al banquete de gala ofrecido por don Ramón a Alfonso XIII; tampoco entre los que ilustraron los reportajes periodísticos de la inauguración ni en el ya citado libro conmemorativo publicado un año después. Pero aquel boceto, aquella aguada sobre cartón que ilumina nuestro artículo, se tomó en esa tarde, tras las henchidas palabras patrióticas del senador, en la técnica más rápida y delicada posible, como si fuera una obra de art decó o un sugestivo y fino cartel anunciador de un baile de máscaras, igual a los muchos que haría para el Círculo de Bellas Artes. Imposible identificar entre las gentes a ninguno de los principales actores asistentes; solo masas, manchas ligeras, vaporosas de pintura y carbón, sin rostros, y sí, en último término, la pirámide, el obelisco, el monumento que aún perdura.

Fernando, como su hermano Alejandro, escultor, nació en Roma, en 1883, y pese a que en web tan prestigiosas como las de Art Price o Thyssen-Bornemisza señalan la fecha de 1920 como la de su muerte, la prensa soriana recogió la que sería su última visita a la ciudad en fecha 14 de octubre de 1927, recordando los retratos que tenía presente de Angelita Morales, de los señores de González de Gregorio, y de Alfonso XIII para la Diputación Provincial. Y el periódico, La Voz de Soria, cerraba su crónica celebrando que “volviese más frecuentemente por Soria y que en Soria dejase más muestras de su pericia artística”, la misma que usó en Numancia el 24 de agosto de 1905.

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