Heraldo-Diario de Soria

Más se perdió en Cuba

Ignacio Soria

Hermógenes, el guarda

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Ya huele a San Juan en la ciudad de Soria. Será que nos estamos haciendo mayores, pero el otro día tomando café por la mañana comentaba con unos amigos lo rápido que pasados los cuarenta corren los años. Hace cuatro días nos tomábamos las doce uvas con el belén montado en casa y el árbol de Navidad esperando los regalos, y en nada sanjuanes otra vez. De pequeños los años se nos hacían eternos y ahora son casi etéreos. En nada el Catapán, y unas semanas después, todos a Valonsadero. De adolescentes y pasadas las fiestas veíamos los próximos sanjuanes lejísimos, casi inalcanzables. Cuando comprábamos las agendas escolares en septiembre, corríamos a buscar para subrayar bien grande en qué días de junio caían las fiestas y con cierta añoranza recordábamos los cinco días de fiestas pasadas con los amigos. Todo soriano tiene grabado en su retina algún San Juan en particular. Quizás porque ese año fue el del primer amor, quizás porque sucedió algo que le marcó de por vida, quizás porque ese año conoció a unos amigos que ya lo fueron para siempre, o sencillamente porque se lo pasó a lo grande. Las fiestas una vez vividas –el soriano y sanjuanero lo sabe bien–, son como una droga y quieres más. Son, en definitiva, un cúmulo de recuerdos que te hacen sonreír como con pocas cosas puede hacerse. No hay dos sanjuanes iguales y no los habrá nunca. Esta semana a muchos también nos han venido recuerdos a la cabeza de nuestras fiestas y nuestro querido monte Valonsadero. Y no me refiero a la noticia publicada sobre los carteles seleccionados para anunciar las próximas fiestas, sino al fallecimiento de una persona muy querida en la ciudad y muy ligada inherentemente a nuestras fiestas y a nuestro monte. Me refiero a Hermógenes, el guarda de Valonsadero durante décadas, y que nos dejaba hace unos días. 

Las nuevas generaciones quizás no hayan oído hablar de este hombre, pero los que lo conocimos, hemos sentido mucho su muerte. Quizás muchos recuerdan sólo la icónica imagen de Hermógenes abriéndose paso entre la multitud, llaves en mano, para abrir la puerta de los corrales el día de La Saca. Algún año, incluso manteaban a Hermógenes sin pensar en que ya tenía cierta edad. Pero yo guardo otros recuerdos entrañables de él, de su querida esposa, Manoli, de sus hijos, su nuera Conchi o los padres de ésta, en la Casa del Guarda que ellos regentaban. 

Tengo grabado en el recuerdo la casa primigenia, ya desaparecida, con la cocina al fondo y donde de niño tantos ratos pasé cuando me llevaban mis padres. En esa cocina me quedaba embobado mientras la mujer de Hermógenes prepara los huevos fritos y el chorizo que junto a un buen pan de hogaza degustábamos después. Ella fue la precursora del mítico menú. Qué tiempos aquellos y qué buenos recuerdos…

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