Heraldo-Diario de Soria

EL FIN DEL MUNDO

José Antonio Gómez Barrera

´El conde de la Esteva´

Poco antes de que Carmelo Romero regresara de ´Valdelpozal´ y diera a luz a su última novela con aquel título y los testimonios clarividentes de sus personaje principales, esto es la señora Manuela y el señor Antonino, nos sorprendió en los paseos de la Dehesa un convecino con un cumplido, leía habitualmente este quincenario, y una pregunta, aparentemente complicada, sobre nuestro conocimiento de un viejo periódico agrario y de su director, aquel maestro que firmaba sus artículos con el seudónimo

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El vecino, con el que se coincide un día sí y otro también en el parque de la ciudad, es Carlos Fernando Lallana Calavia, tan desconocido para nosotros como lo era su abuelo, Félix Calavia García, pese a que de éste escribiéramos su nombre como amigo del honorable Manuel H. Ayuso Iglesias en ´El Ateneo de Soria´. No era el caso, en verdad, del semanario ´Cultura Agrícola´, que teníamos en la recámara para uno de estos artículos desde que, en el Archivo Municipal, pudimos leer y fotografiar el original del ejemplar cuya cabecera aquí se reproduce. Por fortuna, los 84 números editados del dicho periódico entre el 1 de octubre de 1912, en que abrió los ojos, y el 8 de mayo de 1914, en que los cerró, tienen su sitio preferencial, en papel y en película filmada, en la hemeroteca de la Biblioteca Pública de Soria, razón por la cual sorprende su escasa repercusión historiográfica. Y, sin embargo, a nosotros, legos en la materia, nos pareció entonces, cuando sostuvimos entre las manos el ejemplar citado, y nos parece ahora, requeridos por el sentir familiar de Lallana Calavia, que tanto era el tiempo de revisar sus páginas como de hacer justicia a otro soriano olvidado. Y es que, hace 103 años que, víctima de una prolongada enfermedad, murió aquél que en la pila bautismal recibió por nombre el referido y en la imprenta, a su capricho, lo alternó con los más prosaicos de ´El conde de la Esteva´, ´El marqués de Terrones´, ´Juan del Campo´ o, incluso, ´El de la Goma´. Pero, no nos atropellemos, vayamos por partes; ocupémonos primero de la persona, y hagámoslo después de la obra.

Mancheta gráfica del número 15 de ´Cultura Agrícola´, del 10.01.1913. [AMS/JAGB]

Mancheta gráfica del número 15 de ´Cultura Agrícola´, del 10.01.1913. [AMS/JAGB]

Félix Calavia García nació en Soria, el 30 de agosto de 1879; perdió pronto a su madre biológica y a dos hermanos [Guillermo, de tres años, y Desiderio, de no más de quince meses], nacidos de la unión posterior de su padre con Prudencia Huerta Vargas, natural de Ágreda y 23 años más joven. Aquel, el industrial Marcelino Calavia Ruiz, nacido en Villar del Campo el 2 de junio de 1833, propietario de una fábrica de curtidos en el Puente y de una tienda de comestibles en la calle Zapatería, frente al arco de la plaza Mayor, falleció entre los pequeños, en los primeros días de mayo 1897; y estos hechos, tan lúgubres, debieron desbaratar en exceso el equilibrio social del joven Félix que, apenas un año después, se vio envuelto, junto a otros cinco muchachos de parecida edad, en una riña ocurrida en la tienda-taberna que Cándido Medina tenía abierta en el número 14 del Collado, resultando de la misma el fallecimiento de uno de los concurrentes. En el juicio por jurado que siguió de inmediato, y en el que todos los implicados quedaron absueltos del cargo de homicidio y lesiones, Santiago Ceberio, el abogado defensor de nuestro protagonista, dijo de éste “que no causó ni herida ni violencia alguna”, pero aquel asunto, y las desgracias antes vistas, debieron hacer que su vida virase en profundidad. Si hasta entonces, en su adolescencia más temprana, se había formado y ganado el sustento como dependiente cajista en la imprenta de El Avisador Numantino, a partir de esa fecha se aplicó en los estudios [tal vez en la Escuela de Artes y Oficios, a la que su padre había contribuido a impulsar desde enero de 1887, y en la de Magisterio], y el 27 de mayo de 1903, a sus 24 años, le fue expedido el título profesional de Maestro. Comenzó así su vocacional entrega al Magisterio, al que dedicó 18 intensos años [5 como interino y 13 en propiedad], ya fuera en la Escuela de Arcos de Medinaceli [quizá su primer destino], ya en las de Dombellas, Vinuesa, Matute, Sepúlveda, Valdeprado, Cubo de la Sierra, Almenar, Aliud, Noviercas y Treviana, en la provincia de Logroño. Dieciocho cursos y once escuelas [no se cuenta su postrero final, desde febrero de 1921, como profesor Auxiliar de Caligrafía de la Escuela de Artes y Oficios de Soria], y aún habrían sido más si el maldito cáncer que le conduciría a la tumba no le hubiese apartado de sus pequeños discípulos por prescripción facultativa.

Ahora bien, don Félix no fue un Maestro nacional más. Siempre preocupado por los métodos de enseñanza, ideó un artilugio, al modo de los ábacos numéricos mesopotámicos, para que un niño cualquiera, de entre 5 y 6 años, aprendiera a leer palabras impresas en no más de 15 días a dos sesiones de media hora por jornada [el “Llechegleclé”]. Más aún, el 18 de julio de 1918, su libro ´Conversaciones instructivas´, fue declarado por Real Orden de “utilidad para las escuelas nacionales de Primera Enseñanza” y, siendo como era un manual de Pedagogía y Didáctica, sus colegas sorianos lo usaron y promocionaron como “la primera obra de enseñanza objetiva-racional-integral” editada en España, y aún presumieron de que hubiera sido impresa en la Imprenta de Fermín Jodra y se vendiera en la Librería “Santa Teresa”, en el número 3 del Collado. Por crear, Félix Calavia creó la ´Caja Escolar de Aliud´, para ayudar a alumnos y padres de la Escuela; y no olvidó a sus compañeros, para los que promovió, e impulso desde la prensa, la asociación sindical y ´La Liga´, exigiendo dignidad para el Maestro y su tarea.

Y, sin embargo, antes que Maestro, fue cajista y aprendiz impresor en el gran ´Avisador´; y aquella experiencia juvenil debió dejar en su alma, además del olor a tinta, el gusto por la prensa escrita y, con ella, el amor a la Verdad, a la Justicia y al Progreso; el progreso de las gentes más humildes, del campo y de los agricultores. Para estos inventó ´Cultura Agrícola´: periódico semanal “dedicado a la instrucción y defensa del labrador”, cuyo lema no dejó nunca de ser, en clara alusión ilustrada, “todo para el agricultor y por el agricultor”. Ya se dijo: 84 números en otras tantas semanas sucesivas de los años 1912-1914; impreso en Soria, en los talleres de la familia Jodra, tan amiga; un periódico manual, en su totalidad casi hecho por él, aunque contó con la ayuda del maestro de Aldealseñor, Emilio Sainz, del inspector provincial de Veterinaria, Enrique Arciniega, y de Vicente Serrano; y, desde luego, sin alejarse del objetivo principal: el beneficio del campo y de sus gentes. Y no reparó en penas; y cuando hubo de cerrarlo, desilusionado por la “competencia” del Obispo y de los “agraristas” oficiales, continuó la lucha en El Porvenir Castellano, en El Defensor Escolar y, sobre todo, en La Idea, el periódico republicano fundado por Manuel Hilario Ayuso.

Quedan tantas cosas por decir, tantas causas por relatar –como sus luchas contra la pena de muerte, contra la negligencia de algunos cargos públicos y la voracidad de los ambiciosos, o en defensa de Covaleda y su pinar, que le generó un juicio final previo al celestial– que apenas hay espacio para transcribir su epitafio, aquel que confesó a sus correligionarios republicanos fechas antes del 13 de octubre de 1921 en que falleció: “Aquí yace un hombre honrado que jamás claudicó de sus ideales y supo cumplir con su deber”.

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