Heraldo-Diario de Soria

Javier Martínez Romera

‘Los hombres perdidos’ y encontrados por Carmelo García Encabo

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Las cortes de Cádiz suponen para la historia española el establecimiento de la ideología liberal como eje de articulación de un sistema político y social opuesto al Antiguo Régimen. Este nuevo planteamiento político y social, que tardaría aún varias décadas en establecerse de forma definitiva en España, después de no pocos avances y retrocesos, vaivenes y guerras, no suponía el entregar, sin más, la soberanía nacional a un pueblo que los diputados liberales, al igual que los defensores a ultranza del absolutismo, consideran lejos de poseer la capacidad de gobernarse a sí mismo, por falta de capacidad, formación o, incluso, ideales. Así se palpaba en aquellas cortes celebradas en una ciudad bajo asedio, no muy lejos del tronar de los cañones franceses, y así lo expresaba de forma vehemente el diputado por Tarazona, Tiburcio Ortiz Bardají cuando clamaba que las Cortes españolas nunca se convertirían en «una reunión de hombres perdidos».

Es precisamente sobre esos hombres, sobre las clases más populares del siglo XIX y comienzos del siglo XX, sobre quienes ha centrado su atención el prestigioso profesor e historiador soriano Carmelo García Encabo en su último trabajo que lleva por título, precisamente, «Los hombres perdidos», con un subtítulo bastante aclaratorio para quien no conozca la anécdota histórica: «Un análisis de los grupos sociales en la contemporaneidad soriana».

Acaso no sea yo, aunque presentador del libro junto al vicerrector de la Universidad de Valladolid en el Campus de Soria José Luis Ruíz Zapatero en el acto celebrado el jueves 9 de mayo en el histórico Salón Rojo del Instituto Antonio Machado, la persona más adecuada para ponderar las virtudes y aciertos del libro por el indisimulado afecto personal y admiración académica que siento por mi antiguo profesor de Geografía de 2º de BUP, uno de esos docentes que, casi sin pretenderlo, condicionan de una manera determinante tu futura vocación profesional, afirmación que en gran medida compartiría mi compañero de mesa, el profesor Ruíz Zapatero, también ex alumno del incansable catedrático soriano e investigador muy interesado en el sesgo histórico de todo lo empresarial y contable.

Hoy como entonces resulta García Encabo un historiador de argumentos profundos, pero expuestos de forma reposada y didáctica, producto de un largo proceso de decantación mental de conocimientos y lecturas experimentado al conjugar sus vocaciones didáctica e investigadora. Sus clases de Geografía, allá por el curso 1992-1993, resultaban extremadamente atractivas al salirse de cualquier modelo encorsetado y desbordar constantemente el libro de texto con múltiples materiales adicionales tomados de la prensa o de alguno de sus trabajos, que siempre daban pie a la discusión de temas de interés como el urbanismo, la ecología o la responsabilidad social, conceptos actuales y aceptados, pero muy novedosos entonces.

Aquella metodología, que divulgó además en multitud de materiales y varios libros de textos publicados en aquellos años aún se hacía más patente en la otra asignatura que nos impartió aquél mismo curso, una optativa titulada «Taller de Iberoamérica», materia que se había colado en el programa de estudios de secundaria al socaire de las grandes celebraciones y fastos de 1992, conmemorativas del Quinto Centenario del Descubrimiento de América. Impartir aquellos contenidos hubiera supuesto un reto para cualquier docente, pero Carmelo García Encabo supo sortearlo llevando la materia hacia terrenos seductores, incluso para unos adolescentes: lecturas de crónicas de indias, documentales, conexión con la actualidad de la época e, incluso, una otoñal y lluviosa salida vespertina al desaparecido cine Rex para asistir a la proyección de «1492: La conquista del paraíso» de Ridley Scott, película que nos generaría después amplios debates en clase.

No mucho después, el profesor García Encabo partiría hacia nuevos destinos en Zaragoza, donde continuó impartiendo docencia hasta su jubilación en 2016, pero manteniendo siempre su vinculación con Soria, lo que lo convierte en un investigador muy conocido por sus múltiples trabajos de tema soriano, desde el «Inventario Histórico Artístico de la Provincia de Soria», en el que trabajó con otra profesora emblemática del Instituto Antonio Machado, María Ángeles Manrique, al interesante libro «Cartas muertas» junto a Reyes Juberías Hernández y el recordado Alberto Manrique Romero, esencial para conocer las vivencias, preocupaciones, frustraciones y anhelos de los habitantes de la Soria rural de la posguerra. También ha realizado multitud de trabajos sobre la historia contemporánea de Soria, las élites políticas, el comportamiento electoral -su tesis doctoral, «El voto peregrino» también publicada por Soria Edita-, o novedosos e interesantes planteamientos historiográficos sobre la historia local.

A este respecto, a lo que la historiografía se refiere, y, sobre todo, a la que versa sobre aspectos culturales, tiene García Encabo muy claro su enfoque y las coordenadas en las que se mueve como historiador, mostrando, como declara en el propio libro, un radical «alejamiento de algunos intentos, bastante burdos, por vincular formas culturales, de aparición más o menos reciente, con visiones arcanas de la Edad Media, incluso de la Celtiberia, adobadas con mundos mágicos imaginarios. Este sustento de erudición ha servido en no pocas ocasiones, como última referencia de una historia patriótica provincial de la que tan surtidos estamos y que tan escaso interés tiene».

Así lo dice y así lo aplica, puesto que «Los hombres perdidos» es un trabajo completo y exhaustivo planteado con solidez y riqueza de fuentes documentales pero que, pese a sus solidez argumentativa y documental, no deja exhausto al lector, más al contrario es de ágil lectura, los datos son de digestión liviana y la maestría del historiador-escritor aparece en cada descripción o en cada título de los múltiples subapartados en los que el libro se divide: «El rico Epulón y el pobre Lázaro», «Los jóvenes que bailaban y chutaban el balón y el gordo que no sabía jugar al tenis», «Los pinos flambeados», «Soldados para la patria», «Agua , sol y guerra en Sebastopol», «Los gallardos bandoleros», «La fuerza del cencerro» o «El eco de los pasos», sugerentes encabezamientos que nos dan a entender la amplia variedad temática del libro, desde una detallada contextualización de la estructura de la población en nuestra provincia y sus diferencias sociales, expresadas a través de los conflictos generados por el uso de tierras, pastos y otros recursos naturales como bosques, pinares y derechos de caza esenciales para la subsistencia misma, el principal problema para las clases populares, siempre amenazada por circunstancias naturales adversas, tasas, contribuciones e impuestos exigidos por un poder político local ambivalente entre la obediencia a las normas, los conatos de insumisión y revuelta -como las de 1856 o el «motín del trigo» de 1898, tratados en el libro con detenimiento- y la pobreza subyacente en una vida rural dura, a veces violenta, -como se explica con maestría en el caso de Santa María de las Hoyas- indigna de añoranza y lejana a cualquier visión edulcorada e idealizada fabricada o evocada «a posteriori».

Pero no sólo la mera subsistencia o el implacable pago de las contribuciones preocupan al menestral o al agricultor soriano de la época de la Restauración, el sistema de quintas, el servicio militar en las distintas guerras exteriores, ya fuese Cuba primero o Marruecos después, angustiaba familias y aldeas, y, en algún caso, inducía a la emigración en busca de mejores horizontes americanos, aspectos todos que trata el libro con amplitud antes de ocuparse también de repasar otros temores como el de las epidemias, como la del terrible, y no tan conocido cólera de 1855, reflejo de las condiciones científicas e higiénico-sanitarias de la época, el fenómeno del bandolerismo, con un enfoque novedoso que lo relaciona con el carlismo y otros movimientos sociales, incluido el famoso robo de Beratón, ocurrido en 1872 en la leyenda y en 1874 en la realidad.

También le queda espacio en su trabajo a García Encabo para analizar tradiciones y cultura en relación con las diferencias sociales y como forma de preservación de la propia identidad popular frente a nuevos modelos impuestos desde arriba con un cierto afán modernizador y civilizador de las costumbres de la sociedad, uniformador y controlador en realidad, que el autor también analiza refiriéndose al papel e implicaciones de la educación de la época y, capítulo singularmente interesante, a través de la delincuencia, con el análisis pormenorizado de un amplio corpus de sentencias judiciales, que nos aportan mucha más información social de la que parece desprenderse en principio de una simple documentación procesal.

Finaliza García Encabo su libro, con un capítulo dedicado a «La formación de la clase obrera en Soria» que presenta sustantivas aportaciones sobre el crecimiento de los sindicatos y sus actividades en nuestra provincia y de la, a veces, no muy tenida en cuenta, influencia creciente del anarquismo de la CNT, planteando unas líneas de investigación susceptibles de ser ampliadas.

Esta información colma un hueco importante en la historiografía soriana, como lo hace también el conjunto del libro, que, desde una lectura fresca y amena, nos da una visión muy completa y documentada de unos hombres y mujeres muy reales, muy vivos y muy bien retratados en esta obra imprescindible. Unos protagonistas que ya no están «perdidos», en realidad, nunca lo estuvieron del todo porque no son otros que nuestros antepasados más cercanos.

Javier Martínez Romera es doctor en Traducción e Interpretación y profesor de Geografía e Historia en el IES Antonio Machado

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