Heraldo-Diario de Soria

DURUELO DE LA SIERRA

Pena de muerte para los amantes por asesinar a la esposa

Una vecina de Duruelo muere de un síncope al ser atacada por su marido y la joven amante, que acaban asfixiándola en el río

Imagen antigua de Duruelo.-HDS

Imagen antigua de Duruelo.-HDS

Publicado por
P. PÉREZ SOLER
Soria

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Aquel crimen supuso una de las pocas penas capitales que se dictaban por entonces en la Audiencia Provincial de Soria, acostumbrada a ver con cierta frecuencia asesinatos y homicidios. En el banquillo de los acusados se sentaron dos amantes, Lucas Abad Escribano, de 42 años, y Buenaventura Altelarrea Abad, de 21, por haber dado muerte a la esposa de él, Plácida Martín Albina. Fue en Duruelo, cerca del monte, en el Puente del Herrero, un lugar de terreno escabroso situado en una hondonada del pinar, la noche del 17 al 18 de agosto de 1906. 

Los procesados llevaban tiempo en relaciones, hasta el punto de que habían sido padres de un niño que dejaron en la Casa de la Maternidad de Soria y habían pensado casarse después de que ella diera a luz. Los dos eran pastores y estuvieron un tiempo sin verse por el parto de ella, tras el cual volvieron a encontrarse el 15 de agosto, tal y como narra el escritor José Vicente Frías Balsa en su libro ‘Crímenes y asesinatos en Soria’. 

Al retomar su relación, ambos decidieron deshacerse del ‘problema’ que les impedía casarse, Plácida, con quien Lucas se peleaba a menudo. El día de autos, el pastor dijo a su hija Matea, de 12 años, que fuera su madre a llevarle la comida y la ropa al monte, y no la niña, según la costumbre. Y así fue. 

Cuando el matrimonio se separó en la majada Prado de San Miguel, ella retomó el camino al pueblo malhumorada y murmurando hasta llegar al lugar en que los amantes habían cordado, el Puente del Herrero, donde le esperaba Buenaventura. 

Las dos mujeres se enzarzaron en actitud de lucha y casi al mismo tiempo llegó Lucas que había seguido a la esposa sin ser visto, tras lo cual la golpeó con una piedra en la cara, el hombro y el brazo y ésta se desmayó. 

La pareja lavó la sangre de la víctima, que aún vivía, la llevaron a un río cercano y la colocaron boca abajo para que muriera por asfixia. Plácida murió de un síncope cardiaco motivado por el temor. 

El juicio llenó el Palacio de Justicia de público, en su mayoría vecinos de Duruelo y pueblos cercanos que, en corrillos, condenaban la muerte de Plácida, mientras la pareja era custodiada por la Guardia Civil y ‘examinada’ con una mezcla de «curiosidad y comprensión».

Lucas y Buenaventura estaban sentados cada uno en un lado de banco, vestidos como pastores y con la inexpresión marcada en el rostro. Sus declaraciones fueron secretas pero no así las de los numerosos testigos llamados a declarar, entre ellos la hija del procesado. 

Matea Abad Martínez confirmó las riñas entre sus padres y declaró que, a pesar de que en ocasiones el padre había amenazado a la madre con tirarle unas tijeras, nunca lo había hecho. La niña añadió que el día de autos había salido a buscar a su madre, junto con su tío Guillermo, ante el temor de que le hubiera ocurrido algo. 

Ambos encontraron el cadáver cerca del Puente del Herrero con las ropas mojadas, algunas heridas, una manta, un zurrón y un caldero. Ninguno de los testigos favorecía el destino de los acusados. 

Eduardo Martín Abad, hermano de la fallecida, dijo que ésta le decía que su esposo la amenazaba por oponerse a las relaciones que mantenía. Víctor Lafuente y Fermín Santorum, dos vecinos que custodiaron a Lucas cuando lo detuvieron, declararon haberle oído decir que tenía acordado con su querida matar a la esposa, añadiendo que estaba obcecado con el crimen debido a las relaciones con su amante. 

La vista tuvo que suspenderse algunos días por enfermedad de algunos funcionarios de Justicia, al igual que el médico de Duruelo, José Senén Valduque, aunque en este caso la Audiencia se trasladó hasta la posada en que se hospedaba. 

El fiscal fue rotundo en la acusación: parricidio y asesinato para Lucas y Buenaventura, respectivamente, con las circunstancias de premeditación, abuso de superioridad y despoblado, por lo que pidió al Jurado que les declarase culpables. 

Durante las más de dos horas que duró la exposición de Mariano Granados Campos, el abogado de Lucas argumentó en que la víctima falleció de un síncope cardiaco, no por las heridas de las que hubiera tardado en curar menos de un mes, estimando el suceso como un delito de lesiones o, a lo más, como un homicidio con cómplice. Se refirió a su representado como hombre rudo y sin cultura ni instrucción y añadió tres atenuantes a la causa: arrebato y obcecación, no querer causar tanto mal y actuar movido por una fuerza irresistible. 

La defensa de Buenaventura fue más corta, pero seguida con la misma atención por el numeroso público que llevaba la sala en las últimas sesiones del juicio. Enrique Gómez lamentó que le tocasen último lugar y habló poco de los procesados, pero sí resaltó la influencia de Lucas sobre la joven. 

Puso el acento en que el «estado moral» que produjo en los amantes la muerte de Plácida les llevó a mentir y a convertirse en «enemigos encarnizados» y pidió la inculpabilidad para Buenaventura. El parecer del jurado fue más cercano al expresado por el fiscal, que acabó pidiendo pena de muerte para la pareja. Y esa fue la sentencia, con el añadido de que, en caso de indulto, tendrían cadena perpetua. El cumpleaños de la reina Victoria, el 23 de diciembre de 1908, salvó a los protagonistas de esta crónica negra de la pena capital pero no de pasar el resto de sus días en prisión.

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