Heraldo-Diario de Soria

VOLCÁN DE LA PALMA

Una soriana en La Palma: «Me levanté con un terremoto, me acosté con un volcán»

Montserrat Alejandre reside desde hace 13 años en la isla y vive un día a día marcado por la lava, los temblores y el dolor de los vecinos

Monserrat Alejandre posa desde su jardín con el rojo de la lava a cuatro kilómetros por detrás. HDS

Monserrat Alejandre posa desde su jardín con el rojo de la lava a cuatro kilómetros por detrás. HDS

Publicado por
A. CARRILLO
Soria

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El volcán de La Palma tiene a España con el corazón en un puño y copa los informativos, pero aún así es difícil ponerse en la piel de sus habitantes. Una de ellas, Montserrat Alejandre, es soriana y reside desde hace 13 años en la isla. A cuatro kilómetros de su casa la lava brota. Los sentimientos lo hacen desde todas las grietas, entre la enorme preocupación por las zonas arrasadas, la gratitud por el apoyo recibido, el dolor por la frivolidad de algunos y la epatante estampa del volcán.

«Anímicamente hoy es el primer día que empiezo a levantar un poco cabeza, porque te tienes que hacer a la idea de que tienes esto así», relata al otro lado del teléfono Montserrat. La semana anterior, la de los microsismos, fue de  «tensión» y «expectación. Algunos los notabas más y fue una semana de ansiedad. Luego ya explotó y notas, no sé, como el alivio de saber por dónde va a salir». Acto seguido llegó «el miedo y luego ver la destrucción. Entramos todos en shock, porque además es una emoción muy contagiosa».

El día a día es tenso desde hace bastantes jornadas. «Me instalé la aplicación del Instituto Geográfico Nacional. Todas las mañanas lo primero que hacía era coger el móvil mientras estaba en la cama y ponía en la aplicación el mapa a ver dónde estaban los puntitos. El domingo me despertó a las 7.30 horas  un terremoto, directamente. Se movía la cama. Me despierto, veo que en mi casa no se había movido nadie. Me asomo a la ventana y todos los perros, todos los animales alterados. Y digo, ‘esto ha tenido que ser un terremoto, esto no me lo he imaginado yo’. Inmediatamente pita la aplicación: ‘Terremoto de 3,3’».

La primera reacción fue pensar «‘hoy van a evacuar’. Me bajo a puerto de Naos a por una niña que tengo hospedada en casa. ‘Bueno, vamos a ir evacuando, tenemos tiempo, no pasa nada. Vamos a echarnos un café, vamos a despedirnos de Puerto Naos’. Estábamos en el café y salta el terremoto de 4». Era el volcán a punto de desperezarse. «Nosotros sabemos que cuando hay un pepinazo fuerte, a las cinco horas habría un volcán. Ahí los sismólogos lo clavaron. Francamente estaban acertados. Notamos el terremoto y tiramos para arriba, para El Paso. Y luego explotó. Me levanté con un terremoto, me acosté con un volcán. Es la frase que me resume el domingo».

Por suerte su vivienda está alejada –relativamente– de las bocas. «En mi casa no está cayendo ni ceniza. Vivo en El Paso y estoy en una zona en la que el viento está empujando lejos toda la ceniza. Veo el volcán desde casa, tengo vídeos, tengo fotos, pero no tengo la parte de la ceniza, del humo. Dentro de lo que cabe soy una privilegiada, porque lo puedo vivir desde la tranquilidad», asevera Montserrat. Aún así, la situación «es un shock». 

«Todo el mundo conocemos a varias personas evacuadas. Tengo gente evacuada de Puerto Naos en casa, yo he vivido allí diez años. Tengo una compañera de trabajo que su casa probablemente se la esté comiendo la lava en estos momentos», señala a mediodía de un miércoles preocupante. «En ese sentido es difícil gestionar eso. Esto va a ratos. Estoy intentando quitar las noticias de la tele porque a veces no soy capaz de gestionarlo, me echo a llorar. Tanta desgracia no la puedo ver. Es una ruleta de emociones».

Como soriana, su tierra vive alejada de los temores volcánicos. Pero en La Palma todo se vive de otra forma, porque es el suelo que pisan. «Aquí depende de la generación. Te encuentras con personas que este es su tercer volcán. Hace un rato hablaba con un señor que se acuerda todavía de la erupción de San Juan de 1949. No nos ha querido decir los años que tenía, pero el recuerda la erupción. Hizo erupción un poquito más al sur y también fue súper dañino, porque la gente lo perdió todo y fue cuando emigraron a Venezuela y a Cuba porque no tenían nada aquí». 

El anciano les acababa de comentar que «en aquella época no había ni la mitad de edificaciones que hay ahora, no había plataneras, no había nada». Entonces «fueron daños grandes, pero es que ahora se está llevando casas vacacionales, viviendas, instalaciones agropecuarias de ganado, plantaciones de aguacate, de papas y ahora, cuando pase la carretera de Todoque, le toca a toda la platanera. Aquí la economía es fundamentalmente turismo y plátano». 

El volcán «es una herida en el corazón de la economía de aquí. En pleno valle de Aridane que es una de las zonas más pobladas de la isla. Es atroz». Incluso con la atracción que puede generar «vendrá turismo, pero hay mucha gente que antes venía aquí a vivir y va a coger miedo» a instalarse.

Sin embargo «la generación de ahora no ha vivido ni un volcán. Por ejemplo el otro día estaba en el alto de una montaña viendo el volcán y unos chiquillos al lado, con bolsas de papas, diciendo ‘mira, mira, ahora sube’. Como si estuvieran viendo una película» cuyo desenlace sólo han conocido los más viejos de la pequeña isla. 

Montserrat apunta que en medio hay un tercer estrato social, «gente de mi edad (46), que no ha vivido un volcán pero que más o menos sabe el riesgo con esas generaciones que han vivido no uno sino dos. Te avisan. ‘Notas muchos terremotos, cuando explota paran’. El isleño de toda la vida ha vivido con volcanes. Los conoce, te cuenta la experiencia» y anticipa.

La cotidianidad, si es que queda algo de eso en La Palma, está marcada por la lava y los seísmos. «Estoy lejos, como a unos cuatro kilómetros, que para los efectos isleños es lejos. Lo bueno es que tengo la casa en una ladera, en un alto y no tengo peligro de que alcance. Es como hipnótico, oyes un estampido y ves la lave subiendo. Te acuestas viendo el volcán».

«Ahora mismo estoy durmiendo mal», confiesa. «Me acuesto tarde, de la preocupación, y me levanto como tres cuatro de hora antes de que suene el despertador. A las 6.00 horas a lo mejor estoy en pie o con los ojos abiertos. Y lo mismo» que en aquellos primeros días, cuando la corteza aún no se había desgarrado, «lo primero que hago es mirar el móvil a ver si hay noticias, si hay bocas nuevas. Me levanto y miro por la ventana. Y lo veo. Como si fuera 'El Señor de los Anillos', echando, echando, echando rojo».

Los sismos ya no son tan frecuentes «y en diez horas igual hay cinco o seis nada más y ya de nivel dos», relata. «La sensación es que cuando paren la cosa se estabilizará, pero todavía hay de vez en cuando alguno. Es eso, estás pendiente del volcán, vas por la carretera mirando, llegas a casa mirando, ves humo de día, por la noche se pone rojo... La incertidumbre es cuánto va a durar esto. Tenemos ganas de que se acabe. Llevamos tres días y ya no queremos más», aunque las previsiones son otras.

Esta soriana es interventora en el Ayuntamiento de Los Llanos de Aridane, pero también una brillante y premiada fotógrafa. Ante imágenes como las que está dejando el volcán ¿es posible abstraerse detrás del objetivo? «Es una pregunta complicada, porque un volcán, a pesar de lo destructivo que es, es una cosa bellísima. Lo estábamos comentando mis amigas y yo. Es una cosa tan bonita y a la vez tan destructiva que es como si te sientes culpable de admirar algo tan malo», sostiene Montserrat. 

«El primer día» de la erupción, el lunes, «pequé un poco de mirona y salí. Busqué un encuadre y tengo unas fotos imponentes, la verdad es que me quedaron bonitas. Me sentía hasta culpable.  Te abstraes porque estás viendo una cosa bonita, pero luego piensas ‘joder, qué destructivo es’». Con ese poso amargo «ayer (por el martes) ya no salí. Como pidieron responsabilidad a la gente y podía haber más evacuaciones todo lo que hice fue desde el jardín». 

En la propia isla «los comentarios son de que es bonito. Por la noche se ilumina y va haciendo caminitos de lava. No sabes qué pensar, es una cosa de sentimientos encontrados. Todo el mundo te dice lo mismo. Te sientes un privilegiado por ver una cosa así desde un sitio seguro, sin perder nada, sin arriesgar tu vida. Y por otro lado sientes tanta pena por todo lo que está pasando...».

El entorno laboral no invita tampoco a olvidar ni un minuto la catástrofe. «Trabajo en el Ayuntamiento y está llegando la gente a dar de baja las casas y los coches. Buf, eso pesa. Imagínate la situación. Soy la interventora del Ayuntamiento y me vienen el otro día  ‘Montse, tenemos que abrir una cuenta corriente porque hay muchísima gente que quiere donar dinero y no tenemos dónde’. Mira, me bloqueé. No atinaba del shock que tenía». El apoyo a La Palma llega «de España, de Alemania, del mundo entero». 

En su caso, también llega desde su provincia natal. «Estuve en Soria hace dos semanas y ahora está mi madre: ‘quién te manda irte a vivir allí, con lo bien que estabas en Soria, que no hay volcanes’», afirma con una risa que por unos instantes parece balsámica. 

El apoyo consigue navegar por el Atlántico y se siente. «Tengo amigos con los que había perdido el contacto hacía más de 10 años, porque llevo viendo aquí 13 años ya, y la misma tarda del volcán mi Whatsapp no paraba. Gente preguntándome cómo estaba, si me afectaba... Los contactos míos cercanos sí que lo he notado».

Pero no todo supone una mano en el hombro de los palmeros. «También me han llegado comentarios que ni he respondido porque me parecen estúpidos. ‘Me voy a coger un avión y voy a ir a ver el volcán’, como si esto fuera un circo. Hacen daño estos comentarios tan frívolos. La gente ve cierta frivolidad en algunas personas y dicen ‘esto no es divertido’». 

Incluso en la propia isla hay tensiones porque «hay gente saltándose controles para hacerse selfies, para hacer fotos, se ponen en peligro. La gente sale como si fuese de excursión. El otro día hubo un problemón en una de las carreteras principales porque saltó una boca nueva, hubo que evacuar a la carrera una zona que no tenían previsto evacuar, colapsaron la carretera y en vez de ayudar estaban todos volviendo a su casa de haber pasado la tarde viendo la lava». Ahora sólo queda una espera que también avanza. Y quema.

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