Heraldo-Diario de Soria

SALINAS DE MEDINACELI

Tira a su mujer de la mula y le da con un cajón de uva en la cabeza

Primero dice que se ha caído y pide auxilio y luego se confiesa autor de su muerte
 

Salinas de Medinaceli.-HDS

Salinas de Medinaceli.-HDS

Publicado por
P. PÉREZ SOLER
Soria

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Los gritos de auxilio que aquel día sobresaltaron a los vecinos de Salinas de Medinaceli eran de Juan Andrés Pardillo Martínez, vecino de Velilla de Medinaceli, quien acababa de perder a su mujer a la que había ido a buscar a la estación de ferrocarril, al caerse de la caballería y golpearle después una caja de uva en la cabeza. 

Todos los consuelos parecían pocos ante tan espeluznante suceso que acabó con la vida de Margarita Carretero Rodrigálvarez el 8 de enero de 1905, en el que se cumplieron de rigor todos los pasos: visita del juez y el secretario al lugar del suceso, levantamiento del cadáver... y de la caja de uva. Pero las cosas no resultaron como parecían. 

Los médicos apreciaron algo raro durante la autopsia y el esposo acabó pidiendo auxilio en el cuartel de la Guardia Civil acongojado por los remordimientos y porque temía que le mataran. Primero le creyeron loco; después, cuando confesó, no tanto. Para entonces, el juez ya había dado orden de que el viudo acudiera a declarar al Juzgado. 

El parricida dijo que tiró a su mujer de la mula y con una piedra le machacó la cabeza; cuando la creyó muerta se lavó las manos pero al ver que se movía volvió al ataque. Luego le pasó el cajón de uva por la cara para que se manchara de sangre, tal y como narra José Vicente Frías Balsa en su libro ‘Crímenes y asesinatos en Soria’. Su declaración no convenció del todo al juez, que ordenó exhumar el cadáver ante la posibilidad de que la confesión se debiera a un desequilibrio mental del hombre. 

 El examen mostró que se trataba de un crimen en toda regla y Juan fue a la cárcel antes del juicio, el cual tuvo lugar el 26 de octubre de 1905, con Felipe Gallo de fiscal, y Eduardo Martínez de Azagra, como abogado defensor. 

Aunque no era él quien le había hecho la autopsia, el médico de Medinaceli, Gabriel Fernández, indicó que la fallecida presentaba dos heridas, una en la región temporomolar izquierda y otra en la parte derecha (esto es, en ambos lados de la cara), que le produjeron una gran hemorragia cerebral y la muerte. 

Entre testigos estaban los hijos de la fallecida: Eugenio Martínez, que dijo saber de las frecuentes discusiones entre su madre y su padrastro; y Juana Martínez, que declaró que el único disgusto de su madre que conocía era por las proposiciones que le había hecho a ella su padrastro. 

Mientras, un tercer testigo, Nemesio Carenas Cabra, declaró que cuando se cruzó con ellos por el camino iban discutiendo de ciertas cartas. El rosario de declaraciones siguió con las del cartero, Julián Sobrino, que también se encontró con la pareja, sin oír discusión alguna; y Braulio Alonso. Este hombre dijo que el procesado echó un rollo de documentos al portal de su casa, pidiéndole que se los guardara «pues trataban de la administración de los bienes aportados al matrimonio por cada uno de ellos». También declararon Domingo Pardillo, hermano de Juan, quien tuvo intención de casarse con la hijastra pero el procesado le quitó la intención; Manuel Monge, hermano político de Juan, el cual dijo que su hermana no había querido darle los documentos citados. 

En la segunda sesión del juicio testificó un vecino del procesado, Fernando Peregrina, que no sabía la existencia de peleas entre la pareja. Este hombre relató un episodio vivido en su propio domicilio, al que fue llamada la difunta porque había enfermado un hijo suyo para que ayudara a la esposa. Al tiempo acudió a la vivienda la hija por la proposición que le había hecho el padrastro, según supo más tarde. 

Su testimonio fue seguido con interés, lo que no ocurrió con las declaraciones de Manuel y Francisco Martínez Carretero, hijos de un primer matrimonio de la víctima y residentes fuera de Soria, que carecieron de interés. 

Juan Pardillo negó que hubiese tenido ‘malos deseos’ con respecto a su hijastra Juana, pero reconoció que tiempo atrás había ido a su alcoba donde le dijo algunas palabras ‘de broma’. 

El fiscal elevó a definitivas las conclusiones provisionales, calificando los hechos de parricidio con agravante de despoblado, el delito «más repugnante de todos» a su juicio por el que pidió al jurado el veredicto de culpabilidad. 

La defensa reconoció el parricidio, con imprudencia temeraria o bien con las atenuantes de arrebato y obcecación y falta de intención al cometer el mal, y considero demasiado severa la acusación del fiscal. Recordó que su representado era un hombre de conciencia que deseaba ser castigado por su falta, y pidió a los miembros del jurado que atendiera bien a todas las preguntas del veredicto para una buena interpretación. 

El veredicto fue de culpabilidad de un delito de parricidio sin agravantes y con la atenuante de obcecación, lo que no restó años a la pena que le fue impuesta al acusado: Juan Andrés Pardillo Martínez fue condenado a cadena perpetua.

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