Heraldo-Diario de Soria

SERÓN DE NÁGIMA

El peor final para la partida al tute en el Casino

Uno de los jugadores agrede con un cuchillo al dueño del establecimiento después de una discusión con sus compañeros de juego

Serón de Nágima.-HDS

Serón de Nágima.-HDS

Publicado por
P. PÉREZ SOLER
Soria

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El propietario del Casino de Serón perdió aquel 29 de septiembre de 1908 la partida. Y no precisamente porque le viniera una mala mano, ya que ni siquiera estaba jugando. Fue por la fatalidad y la airada reacción de un parroquiano después de que el hostelero advirtiera que en el local no se reñía. Ramón Martínez Sanz puso las cartas sobre la mesa en la advertencia, después de la partida al tute que habían jugado Ladislao de Diego, médico de la villa; Anselmo Sanz y Cecilio Hernández Ortega, la cual acabó en una acalorada discusión de los dos últimos. En el fragor de la riña Cecilio dijo a su contrincante que no se podía jugar contra él ni contra su hermano porque eran unos indeseables. Ambos llegaron a coger una silla para lanzarla al otro pero la sangre no llegó al río porque los presentes lo impidieron, tal y como recoge el libro de José Vicente Frías Balsa ‘Crímenes y asesinatos en Soria’. 

Calmada la cuestión, fue cuando el dueño del Casino hizo la citada advertencia diciendo que quien riñera saldría por balcón, ante lo cual Cecilio le retó a salir a la calle dirigiéndose fuera él mismo. No así Ramón porque se lo impidieron. Una vez calmado el enfrentamiento, el dueño -y también conserje- del Casino se dirigió a la planta baja donde fue agredido por Cecilio. 

El acusado, que había ido a su casa a por armas, asestó un pinchazo a Ramón y huyó. El herido todavía tuvo fuerzas para seguirle un trecho pero tuvo que ser rápidamente auxiliado por su esposa, María Molina, y su hijastra, Juana Martínez, y después ya en su domicilio por el médico. 

El desafortunado Ramón vivió cuatro días pero no pudo superar la infección que le provocó la herida, «por haber invadido el peritoneo las materias fecales salidas de los intestinos seccionados por el arma», tal y como se detalla en el libro. 

Pocas dudas había en el pueblo sobre la autoría de la agresión, en torno a la cual el procesado dio su versión de los hechos en el juicio. En su defensa, Cecilio Hernández argumentó que Ramón se encaró con él y le dio un puñetazo que lo derribó. Después le persiguió y le amenazó con ‘algo reluciente’, razón por la que sacó un cuchillo con el que le dio un golpe. Por supuesto, sin intención de matarle. 

La herida era mortal de necesidad por el escenario en que había ocurrido, como así constataron los médicos forenses que le practicaron la autopsia: Valentín Ramón Guisande y los doctores Sentís y Ladislado de Diego. La falta de medios fue determinante en el desenlace del suceso ya que, de haber existido, el desafortunado dueño del Casino podía haberse salvado. 

Ante el jurado, el procesado también confesó otra cuestión ya conocida en el pueblo: Cecilio había sido ya condenado con anterioridad por un delito de homicidio por el que cumplió la pena de cuatro años. 

El fiscal conminó al jurado a «hacer justicia», recordando los numerosos homicidios que tenían lugar en la provincia debido tal vez a lo que calificó de «benignidad» por parte de los jueces. 

La defensa se había encargado a un reconocido letrado de la época, Mariano Granados Campos, quien estuvo de acuerdo con que su cliente fuera castigado, pero de acuerdo al delito que había cometido. La defensa apreció como atenuantes la falta de intención, así como la obcecación y el arrebato y no pudo negar la agravante de la reincidencia. 

Al comienzo de la intervención de la defensa, el presidente de la sala, Abelardo Marroquín Ortega, tuvo que llamar al orden a la familia del acusado. 

Mariano Granados también tuvo directas palabras hacia el jurado advirtiéndole de que sus conciencias podían remorderles si aplicaban un castigo excesivo. Lo cierto es que no le hicieron mucho caso. El veredicto no ofreció duda: fue de culpabilidad y el delito, de homicidio con la agravante de reincidencia. Cecilio Hernández Ortega fue condenado a 17 años de prisión y a una indemnización de 1.500 pesetas.

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