Heraldo-Diario de Soria

VILLAR DE MAYA

Espeluznante partida de las 'siete y media'

Un joven mata a otro tras una partida de carta en las eras y descuartiza el cuerpo, por lo que fue condenado a cadena perpetua

Villar de Maya.-HDS

Villar de Maya.-HDS

Publicado por
P. PÉREZ SOLER
Soria

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Villar de Maya se estremeció al descubrir el cuerpo de este adolescente, de 14 años, al que mataron de forma «monstruosa e inhumana», tras una partida a las siete y media. Cartas manchadas de sangre en la segunda mano, que también iba ganando, junto a las que perdería la vida. 

El suceso tuvo lugar el 15 de junio de 1902 en Villar de Maya en la conocida como Era del Herrero. Fue el tablero elegido por Bonifacio Ochoa Alfaro, ‘El Pequeño’, de 21 años; Cecilio Santolaya Ruiz, de 13, El Cebolla, y Feliciano, que ganó al primero. Los jugadores acordaron seguir las partidas por la tarde y también en esta ocasión volvió a perder Bonifacio, pero sin poner dinero porque jugaban ‘de memoria’. En un momento de la partida, Feliciano pregunta a su oponente qué tenía en la faja a lo que éste le responde que pronto habría él de estrenarlo. 

Apenas le dio tiempo a Feliciano a saber qué era porque el cuchillo, sujetada la cabeza contra el suelo y en el cuerpo una rodilla, le seccionó el cuello y las vértebras cervicales. Después, Bonifacio le quitó las 12,50 pesetas que llevaba. 

El cuerpo del adolescente lo encontró a la mañana siguiente su padre, alarmado porque su hijo no había vuelto a casa. Lo que quedaba de él se encontraba esparcido por la Era Nueva: la cabeza, irreconocible, separada del cuerpo a unos cien metros; los brazos, también mutilados, y abierto el cuerpo, al que faltaba el corazón, por la parte de la espalda. Junto a los restos había una baraja y un monedero vacío. 

No faltaba mucho para el primer aniversario cuando se celebró el juicio: el 20 de marzo de 1903 se sentaron en el banquillo de los acusados Bonifacio y Cecilio. Este segundo declaró entre sollozos que cuando vio lo que había hecho Bonifacio salió corriendo perseguido por éste, quien le amenazó con hacerle lo mismo y le dio diez pesetas que luego escondió en un prado. Vestido con traje de pana oscuro y a cuadros, el niño declaró también que había perdido cuatro o cinco reales que pidió a su madre. 

Bonifacio negó que hubiera matado a Feliciano y también las declaraciones de Cecilio, con quienes no solía jugar a los naipes, dijo. No obstante, reconoció que por la mañana había jugado con ellos y perdido diez reales, pero no por la tarde porque tuvo faenas en casa. El acusado -que había estado de sirviente en casa de la víctima- reconoció que ayudaba a su padre en la matanza de cerdos, y el cuchillo que se le mostró así como unas hachas, pero negó que llevara armas encima el día de autos. 

De todo ello no perdían detalle el presidente del Tribunal fue Julio Salcedo de Blas, a quien acompañaban en calidad de fiscal Felipe Gallo Díez, y Antonio Sánchez Malo y Mariano Granados Campos, como abogados defensores de los dos acusados. 

Los padres del muerto, Froilán Calleja Martínez y Antonia García, no sobrevivieron ni dos meses a su hijo: ambos fallecieron de pena y de la impresión por la muerte del hijo, primero él y después ella, según narra el escritor José Vicente Frías Balsa, en su libro ‘Crímenes y asesinatos en Soria’. 

Sí se contó con la declaración de los hermanos de la víctima, Venancio, Estefanía e Hilario, que informaron sobre el fallecimiento de sus padres. 

De más interés para el juicio resultó la declaración de los padres del principal acusado. La madre incurrió en contradicciones y dijo que había dado dinero a su hijo para el juego, asegurando que volvió a casa sobre las 12.30 y se marchó después de comer a llevar al burro a la dula, faena de la que regresó sobre las tres y media de la tarde. La mujer ocultó unas armas en harina envueltas en un trapo y las sacó a preguntas de los agentes cuando la Guardia Civil fue a su casa al día siguiente. 

Mientras, Juan Ochoa Martínez, padre de Bonifacio, coincidió con la esposa en las horas y reconoció las dos hachas como de su propiedad, añadiendo que su hijo estaba en los quehaceres de la casa. El testimonio de los forenses fue, con toda seguridad, a prueba de buen estómago y mayor entereza, según se desprende del citado libro. 

Sobre el discernimiento de Cecilio se pronunciaron tanto los médicos como los profesores, quienes dijeron que su desarrollo intelectual era excelente si bien el suceso le pudo causar fuertes impresiones, de miedo y terror. 

Por lo que respecta a la autopsia, lo único claro debido a lo desmembrado que estaba el cuerpo, es que los cortes que pudieron seccionar la cabeza así como los cortes del cuerpo fueron muy limpios, y que debieron ser hechos por alguien entendido. 

Concluyeron que exculpaban a Cecilio. El fiscal señaló siempre a Bonifacio como autor del crimen que, a su juicio, presentaba dos aspectos, uno vulgar, el de la muerte violenta, y otro anormal, el del descuartizamiento. Solicitó un veredicto de culpabilidad para ‘el Pequeño’ y de inculpabilidad para Cecilio, que quedaría absuelto. 

Claves

La defensa de Bonifacio dijo que su mayor enemigo era el odio inconsciente que predisponía el ánimo contra su representado y quitó importancia a las mutilaciones porque, a ojos de la ley, no significaban nada. Así, pidió al jurado que declarase inocente al acusado. Mientras, el letrado de Cecilio recordó el servicio de su representado para el que pidió que quedara libre. 

En un último intento, el abogado defensor del procesado solicitó que se revisara la causa por otro jurado a lo que el tribunal no aceptó. La sentencia no tardó mucho en ser expuesta: cadena perpetua e indemnización de 2.000 pesetas para los herederos de Feliciano. 

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