Heraldo-Diario de Soria

Patrimonio

La nevera de Rello convertida en Archivo Monástico

Durante la Guerra de la Independencia se guardaron en ella documentos, indumentaria y plata del monasterio gerónimo de Guijosa

Imagen Arcos interiores del cubo volado. El inferior era un arsenal.

Imagen Arcos interiores del cubo volado. El inferior era un arsenal.PILAR POZA MIRANDA

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José Vicente de Frías Blasa
Soria

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Mucho es lo que, hasta el momento, hemos escrito, y nos han copiado y a veces mal, sobre el monasterio de San Gerónimo de Guijosa, aldea de la villa de Espeja que no se apellidaría de San Marcelino hasta la supresión del convento como consecuencia de la actividad desamortizadora del ministro Mendizábal. Actividad que fue recogida en el romancero popular y así, entre otros, en el siguiente poema en el que se hace alusión a su posible origen judío:

«¡Ah muchachos, al hebreo!

Tira del rabo, Juanillo,

aprieta tú, Periquillo.

Fuera, fuera el fariseo,

que en los templos entró a saqueo».

Pero es mucho más, y todo inédito, lo que aún queda por escribir relativo a tal casa de los hijos de San Gerónimo. En esta época estival, que tanto calor nos ha traído, vamos a referirnos una de las misiones que cupo al pozo de nieve que existió, y del que aún perduran sus restos, en la villa de Rello.

La política de reforma eclesiástica propiciada por las autoridades francesas, por lo que se refiere al clero regular, se materializó en dos momentos decisivos. El 1.º, cuando Napoleón Bonaparte, el 4 de diciembre de 1808, promulgó el imperial decreto en el que mandaba reducir los conventos a una tercera parte y prohibía la admisión de novicios hasta que el número de religiosos hubiera descendido a un tercio del entonces existente. 

Decreto que fue superado por el de 18 de agosto de 1809 cuando su hermano José, de un plumazo, suprimió todas las órdenes religiosas, dando un plazo de quince días para que sus integrantes se exclaustrasen. Como consecuencia, el «intruso» despojó a los religiosos, en el territorio en que tenía autoridad, de todos bienes que legalmente y por justos título poseían y se apoderó de muchos objetos de arte de los extintos monasterios y conventos.

De parte de lo ocurrido durante la francesada en nuestro monasterio tenemos noticias por la reunión, de 18 de agosto de 1815, en la que se juntaron el prior, fray Manuel Sánchez, el vicario, fray Juan de San Víctores, y otros siete monjes, profesos y conventuales del mismo. En la reunión se recordó que, en vista del decreto del intruso para la extinción de las comunidades religiosas sabedora la Junta Central Española dio orden a la Subalterna de Molina y ésta a un capitán o sargento mayor del Regimiento de Numantinos llamado Antonio Crespo y Domínguez para que se anticipase a recoger la plata, ropa y demás efectos que correspondían la comunidad y su monasterio de Guijosa antes que los galos se apoderaran de ello.

En su cumplimiento, se presentó tal capitán en el convento con una partida de ochenta soldados que lo ejecutaron en el mes de noviembre de 1809. El prior que lo era y los monjes «entregaron con la mayor confianza y satisfacción no sólo la ropa de la iglesia que acomodó al dicho comisionado, sino la plata con otros varios efectos y dos cajones del archivo llenos de papeles y de instrumentos que acreditaban cuantos derechos y rentas correspondían a esta Comunidad; reservándose un Libro Maestro y algunos otros pocos papeles; en el cual se expresan los documentos que obraban en cada cajón, de qué originales y oficios están sacados, lo mismo que día mes y año que todo comprendían».

Después de algún tiempo fray Modesto Garay, prior, acudió a la Junta Provincial de Soria, sucesora de la de Molina, con el fin de recuperarlo. Para ello se ofició al comisionado que lo había ejecutado con el fin de que «diese razón del paradero de papeles y demás». Al parecer, según él, lo había dejado a cargo del cura y alcalde de Rello para que lo entregasen a fray Ermenegildo Peláez, encargado por fray Modesto. El caso es que fray Ermenegildo con los citados cura párroco y alcalde fueron «al pozo de dos suelos que llaman la Nevera y existe en el castillo que hay en aquella población; sitio en donde como seguro dijeron se habían custodiado los dos cajones ya mencionados». Mas cual fue su sorpresa al encontrarse «con la inesperada novedad; y según parecía de los vestigios de algunos pedazos de papel ahumados y en parte quemados de que todos habían tenido esta suerte y lo mismo los cajones».

Gran pérdida, y nada fácil de calcular, sufrió la comunidad con la desaparición de la plata y demás efectos, además de la imposibilidad de buscar los protocolos de donde se sacaron testimonios de sus propiedades que, por muy antiguos, «no parecerán o habrán perecido en el común y general trastorno de toda la Nación, y de todos modos en la triste y miserable situación en que se halla la comunidad; mediante carecer de fondos para soportar gastos tan grandes en averiguación de los instrumentos que contenían los dos insinuados cajones».

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