Heraldo-Diario de Soria

MONCAYO

El sanador de niños del Moncayo

El médico Fernando Rubio presenta ante medio millar de personas sus memorias ‘De cazador a pedriatra’, un repaso a su 67 años de vida y a sus décadas de servicio en la comarca

Rubio recibe los parabienas de sus convecinos en la presentación.-EVA SÁNCHEZ

Rubio recibe los parabienas de sus convecinos en la presentación.-EVA SÁNCHEZ

Publicado por
Toño Carrillo
Soria

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Pocos actos han contado con tanta afluencia en la zaragozana Tarazona como la presentación, el pasado viernes, del libro de Fernando Rubio ‘De cazador a pediatra’. Cerca de 500 vecinos arroparon al doctor en la presentación de unas memorias en el que relata toda una vida dedicada a sus tres grandes pasiones, la medicina, la caza y la pediatría. Entre los invitados se encontraban vecinos y personalidades de Tarazona, Ágreda y Ólvega, tres de las localidades en las que ha transcurrido la vida de Rubio y donde, a la vista de la afluencia al acto, ha dejado una imborrable impronta entre sus convecinos.

Un trabajo que relata una vida contada en momentos puntuales como el primer parto o las lágrimas de un ciervo abatido antes de que llegue la muerte. 67 años de vivencias marcados por una constante, el arraigo a los suyos escenificado en la imagen de un árbol, una carrasca ubicada a medio camino entre Ágreda y Ólvega. «Las raíces de la carrasca son como la familia, siempre están unidas». Estas raíces se extienden por otras zonas de Soria y de hecho Rubio tiene familia directa en la capital. Es primo del empresario y presidente del Club Deportivo Numancia, Francisco Rubio Garcés.

Rubio arranca el relato por su afición a la caza y la naturaleza, «debo tener algún gen con forma de escopeta, tengo afición desde que nací». Una pasión a la que posteriormente se uniría el amor por la medicina. «El doctor Gonzalo Esteras despertó mi vocación, era un vecino de la familia, yo veía subir a la gente con dolor y bajar aliviada, eso es lo que quería hacer yo». Un referente que al recordar le provoca una media sonrisa, «era un gran profesional, lo único que no podía ver era la sangre», explicó en la cita.

Rubio se puso manos a la obra desde muy joven para cumplir con su formación. «En Ágreda estudié en la Academia, un centro educativo para la gente más modesta del pueblo, luego hice en Soria hice el Bachiller y posteriormente estudié medicina en la Universidad de Zaragoza».

Una formación que le permitió acceder a su primera plaza, «escogí ser médico titular en Borobia y 19 pueblos más. Estuvimos dos años y fue fundamental el papel de mi mujer, encargada de recoger los avisos cuando en muchos casos no había ni teléfonos, llegabas de un pueblo que podía estar a 40 kilómetros y tenías que salir a otro que estaba a 20».

No fue la única ocupación por aquellos años, «por las tardes trabajaba como médico de empresa en Revilla, en Ólvega, una fábrica de 900 obreros en la hacíamos cada día una media de 10 revisiones. Tuvimos algunos accidentes que fueron graves». Pero también hubo buenos momentos, «la primera ambulancia de la comarca vino de la mano de Revilla y la mutua San Fermín».

Años después llegaría su traslado a Nuez de Ebro, «me ofrecieron otros destinos, otros puestos pero, qué le voy a hacer, tengo vocación de médico rural».  La localidad aragonesa sería un tránsito en su vida que le permitió seguir formándose para alcanzar su gran afición, la pediatría. «A los niños les he entregado todo mi saber y mi tiempo, pues son el eslabón más débil de una cadena llamada sociedad», sentenció el prestigioso pediatra.

Rubio comenzó a ejercer su vocación en 1980 en Tarazona, cuando fue trasladado como médico titular del centro de salud.  En la ciudad abrió además una consulta por la que, a lo largo de 35 años, pasaron miles de pequeños, «no había tradición pediátrica en la comarca, en la consulta atendí a recién nacidos y años después también a sus hijos».

El prestigio de Rubio no tardó en traspasar las fronteras del Moncayo. De él se llegó a decir que tenía un don para diagnosticar y tratar a los niños. Cuenta en el libro que era capaz de identificar la enfermedad «por cómo lloraban cuando subía por la escalera de la consulta». Tratamientos acertados que se trasmitían de boca en boca atrayendo hasta Tarazona a cientos de padres con sus pequeños procedentes de muchos puntos de España. «Para mí era una tradición, una pasión».

Una fama que se extendió también entre sus pacientes del centro de salud, «comencé con 35 cartillas y me fui con 2.500, uno de los grupos más grandes de España». Muchos de ellos quisieron acompañarle el pasado viernes en la presentación del libro, «para mí nunca han sido simples pacientes, han sido amigos, he entrado a sus casas, en su vida y me he metido en su corazón».

Un sanador de niños al que, paradojas de la vida, la enfermedad le obligó a alejarse de la pediatría. Como se apunta en el libro «el médico ha cedido el sitio al paciente». Un alejamiento de la pediatría que nunca ha llegado a ser una despedida. Para Rubio es habitual compartir cafés en el Casino, batidas por los montes de Moranas o  tardes de paseo por Ágreda con las dudas sobre salud de vecinos y amigos para los que sigue siendo un escogido que nació con el don de la medicina.

En la noche del viernes cientos de ellos se lo demostraron arropándole en la presentación de sus memorias, un libro muy personal en el que también hay trocitos de historia de quienes algún día fueron sus pacientes. Hoy siguen a su lado aunque ya ‘sólo’ sean buenos y viejos amigos.

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