QUINTA ESQUINA
Jesús Aguarón: «Ser médico en el medio rural es la cara amable de la medicina»
Manitas y amante del orden, nunca supo decir que no. Médico rural y luego en la capital, estuvo en el Colegio de Médicos, en Asamis... y ahora en la AECC. Pese a ello nunca supo distanciarse del dolor.
Pregunta.– Toda la vida escuchando dolores y ahora que se jubila se enrola en la AECC.
Respuesta.– Realmente no era éste mi proyecto para la jubilación. Me había planteado un par de años para devolverle algo de tiempo a mi mujer porque ella ha sufrido las ausencias por trabajo. He sido también secretario del Colegio de Médicos, delegado sindical, en Asamis.
P.– Quizá no sepa decir que no.
R.– Exactamente…
P.– ¿Cómo se distancia del dolor?
R.– Es bastante difícil distanciarse de la enfermedad. Soy una persona bastante emotiva, quizá especialmente emotiva. Me resulta muy difícil. He sufrido pérdida de pacientes durante mi carrera y he pasado muy malos días.
P.– ¿Qué hace cuando le cuentan cosas y casos médicos que no acaba de creerse?
R.– Siempre he dicho que el principal crítico del médico en su interior somos nosotros mismos. Si alguna vez cometemos un error, un despiste, un olvido, el primero que se echa la bronca es uno mismo.
P.– ¿Arrastra muchas visitas sin cerrar?
R.– Eso es inevitable. Hay ciertos pacientes que no voy a poder seguir, pero que la doctora que me sustituye lo va a hacer mejor que yo, es más joven y seguro que está más actualizada. Pero hay pacientes... es que la medicina no es todo ciencia. En medicina hay una parte muy importante que es el vínculo personal que se establece entre médico y paciente.
P.– Cuénteme lo más ha arriesgado que ha hecho en su vida.
R.– Asistir un parto en la puerta de un cementerio. De noche y lloviendo a mares. Y nació.
P.– ¿A qué piensa que se parece el dolor?
R.– No es que se parezca, es que es. Un malestar horroroso, tanto como cuando es físico como si es psíquico.
P.– ¿Y qué palabras dice más veces a otro ser humano?
R.– No sé, depende. A mí siempre me ha gustado desdramatizar la enfermedad.
P.– ¿Por qué hay avances y descubrimientos y esto no se cura nunca? Hablo del cáncer.
R.–Tengo fe en que el cáncer se acabará y será fácil que ocurra algo similar al sida, que se convierta en una enfermedad crónica.
P.– ¿Qué teme de ser presidente de la AECC?
R.– No estar a la altura de lo que la sociedad espere de la asociación y la asociación de mí.
P.– ¿Por qué somos tan solidarios, tan tan tan generosos en las donaciones de órganos y sangre... y parece que no nos llevamos?
R.– Es algo que no termino de entender. Este país tiene unas características muy suyas. Somos excesivamente tolerantes en algunas cosas y excesivamente exigentes con otras. A veces incluso pidiendo imposibles.
P.– ¿Qué ha descubierto de usted en los pocos días que lleva en la AECC?
R.– Cantidad de actividades que yo desconocía que se realizaban, sobre todo en cuestiones de prevención y de información. Y luego el espíritu de trabajo que hay, excelente. Ahí todo el mundo mira el bien del paciente. Yo he trabajado en sitios donde había sus parcelas, sus grupitos. Ahí no existe nada de eso, está todo el mundo adelante y a remar.
P.– Quédese con una pregunta de todas las que le han hecho sus pacientes.
R.– (Suspira). No la puedo decir. La que más me impactó no la puedo decir.
P.– ¿Hay que agradecer a Amancio Ortega los aparatos o no, porque le sobra…?
R.– Hay que agradecerlo y no mucho. Muchísimo. Y muchos pacientes de cáncer se van a beneficiar de eso.
P.– ¿Qué hace cuando le duele la cabeza más allá del Paracetamol?
R.– Aunque parezca que no es cierto no me ha dolido la cabeza nunca.
P.– Los políticos hablan mucho de medicina. ¿Demasiado quizá?
R.– Sí, y desde luego en cuestiones médicas hay que dejar que quienes decidan sean los profesionales. Que los políticos tomen decisiones políticas que hoy es blanco y mañana negro. Tenemos que recordar los brotes de meningitis que no pasaba nada porque no había vacunas, y cuando ya se recibieron había que vacunar hasta a los gatos.
P.– Un cuarto de siglo de médico en el medio rural es mucho tiempo.
R.– Para mí eso enseña la cara más amable de la medicina. Yo nunca me planteé ser médico de hospital, jamás. Y en los pueblos cuando estábamos 24 horas conocías a quien vivía allí y a toda la familia de fuera. Preguntabas por el nieto, el cuñado… Veinticuatro horas te hacen entregarte y conocer más al paciente.