Heraldo-Diario de Soria

ENTREVISTA / JACINTO EGIDO PASCUAL

«Lo último que he descubierto de mí mismo es que me he hecho viejo; tendré que ir al fisio»

Un cura rural, de sotana arremangada y manchadas las manos de barro y cemento. Albañil, agricultor, torero, actor y, sobre todo cura, aclara, con 43 años en Baraona y apóstol de otros muchos. ‘Don Jacinto’ (Coscurita, 1932) mantiene humor y afán por cantar y contar otros tiempos, aquellos en que arreglaba tejados de iglesias en un pis pas o lo que se terciara. En su último libro se despide (seguro que hasta el siguiente).

Jacinto Egido.-GONZALO MONTESEGURO

Jacinto Egido.-GONZALO MONTESEGURO

Publicado por
P. PÉREZ SOLER
Soria

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Pregunta.– ¿Por qué sí o por qué no abriría San Pedro las puertas del cielo a un cura tan peculiar?

Respuesta.– Ah sí… Imagino que por tantas obras que he realizado en tantas iglesias, casi en 30 tejados, por cuatro perras. Eso no lo ha hecho nadie. Los curas, como estamos acostumbrados a pedir, hacemos presupuestos altos. Yo no. Son presupuestos enormes, como en los pueblos que llevo o llevaba. Bueno, llevo todavía, porque tengo el nombramiento de don Abil-io. (Incide en la primera parte. ¿Me está diciendo que el obispo es hábil?) Es hábil como yo son Donja-cinto. En Pinilla, por ejemplo, se han gastado un presupuesto de 150.000 euros. Eso es un robo, porque eso lo hago yo por 2.000. (Hable con los suyos, las cosas están muy caras). No, no. No sirve hablar. Y rápidas las hacía. Un tejado en 15 días era mucho durar. ¿De qué me valía? De la ayuda del pueblo… Si no implicamos al pueblo que tiene y quiere su iglesia, ¿qué hacemos nosotros? Sigue anda.

P.– ¿Qué haría ante la falta de vocaciones si tuviera el báculo de obispo en la mano?

R.– Lo que había que hacer es educar a los niños desde que nacen en la familia. Como a mí me educaron. Si no es en la familia, no tenemos nada. Pero es que ahora tampoco sabéis hacer niños. (¿Perdón? Yo tengo uno). ¿Y estás tan orgullosa por uno? ¿Y el 'guarni' de mi pueblo que tenía 12? (Eran otros tiempos y la mujer ahora trabaja también fuera). La mujer tiene que estar en casa. (Lo dice por provocar. Tan machista no creo que sea). Me has hecho una pregunta de vocaciones.

P.– Albañil, agricultor, campanero… ¿qué no ha sido usted?

R.– He sido de todo, todero. Hasta OTR, obispo técnico rural. Lo de obispo me lo puso Luis Carandell.

P.– ¿Qué es ser cura rural?

R.– Un cura que no se queda aislado en casa, sino que sale y habla con los vecinos, de lo que salga, del campo, del trabajo; el que no sabe solo de espíritu, sino de las cosas materiales también y las comparte.

P.– ¿Qué le cuesta perdonar al padre?

R.– ¿Cómo me va a costar perdonar? He perdonado a muchos y si hubiese sido un millón de penitentes, pues a todos. Lo que ocurre es que no hay gente.

P.– Los curas también pecan. Algo confesable de lo que se arrepienta.

R.– Sí, sí, también. Somos humanos y por lo tanto también tenemos debilidades y caemos en pecado. Sí. Pecadillos, digamos.

P.– Ya. ¿No se cansa de escribir libros?

R.– Casi lo voy a dejar ya. Son más de 90 años ya.

P.– De todas las medidas para luchar contra la despoblación ¿cuál le parece la más acertada?

R.– Haría lo que hace la fundación Madrina, comprar casas y tierra para que llegara gente. Yo les he ofrecido que la casa de Baraona la cogiera gente, con la casa y el huerto, que es bastante grandecito, para que llegara una familia. Hoy día ser labrador es ser millonario. Por mucho que diga el presidente de la Diputación, nada. O Soria Ya… No hay solución, poco se puede hacer. No viene nadie. Todavía en Pinares sí, pero en el campo, en el campo seco, como en la tierra de Almazán, nada.

P.– Lo último que ha descubierto de usted mismo.

R.– Lo último que he descubierto es que me he hecho viejo. Que tengo que andar ya con muletas y palos de estos porque me duelen las rodillas. Hoy ha sido el primer día que he ido con dos muletas. Hoy. Tendré que ir al fisio a ver si me da unas friegas en condiciones. Soy limitado y los 90 pesan.

P.– ¿Cuál ha sido su principal misión en la vida?

R.– He sido de todo. Ahí lo cuento en el último libro (Jacinto Egido y su vida de infartos, presentado ayer). He sido cura por encima de todo. Cura, de almas, que por eso se llama cura, con ese destino de curar almas. Pero he sido también sobre todo albañil. Mi padre me enseñó desde niño a hacer adobes, a ponerlos. Y lo primero que hice es hacer un chalé en Coscurita. Y enseguida empecé la construcción del chalé y ahí está.

En aquel tiempo primero iba a un pueblo y les decía ¿quieren ustedes arreglar la iglesia? Pues yo vengo con cinco gitanos, solo tienen que darles la comida y la cena y alojamiento. Y así lo hacían en los pueblos. Necesito cuatro personas mañana, y allí que venían cuatro a hacer cosas.

P.– ¿Qué nos convendría hoy rescatar?

R.– Uy!!!! Tendríamos que rescatar la fe, que se ha perdido. Sobre todo, la juventud de hoy, que tiene muy poca. Somos culpables también nosotros, porque no hemos profundizado. Además, el ambiente que rodea a los jóvenes les ofrece muchas cosas, aparentemente buenas, pero no mejores que la fe.

P.– Un momento importante de su vida.

R.– Cuando me ordenaron de sacerdote. Fue el momento más ilusionante de mi vida, con vocación y sin saber dónde iba.

P.– Buscamos atajos para llegar a las cosas. ¿A qué merece la pena acercarse despacio?

R.– Hay que tener una plena confianza en Dios. Si no, estás perdido.

P.– La última vez que le llamó al orden el obispo.

R.– No, no. Me llamó una vez equivocadamente el 28 de diciembre Saturnino Rubio y Montiel, un día de mucho frío que había llegado a El Burgo. No me llamó al orden, quería reprenderme por algo en lo que yo no había estado.

P.– Alguna pregunta que se haga y no encuentre respuesta.

R.– Una no, muchas. De todo no sé en la vida.

P.– ¿Qué le queda por decir?

R.– Echarle un sermón a la juventud.

P.– ¿Y qué echa de menos de sus pueblos?

R.– No tienen cura, ni maestro. No tienen de nada. Anteayer estuve en Coscurita.

P.– Cura, padre, sacerdote, reverendo… ¿Qué es Jacinto?

R.– Era cura y ahora soy solo sacerdote. Ya te he dicho antes que llevaba un pueblo, o más, donde era cura de almas. Ahora aquí (en la Casa Diocesana, donde reside) no hacemos nada. Nos levantamos y solo hay que pensar que hay que ir a desayunar, a comer, a tal hora a merendar… Nos dan todo hecho. Tendríamos que estar ocupados. Aquí hay 21 sacerdotes, pero no nos juntamos. Esto parece un entierro de tercera pagado a plazos, pero estoy bien.

P.– Sin pelos en la lengua.

R.– Ya me lo han dicho alguna vez. (¿Y?). Que me lo digan es bueno, porque así uno se da cuenta de que algo hay que hacer. Me gustaría hacer una coral. Yo canto mucho.

P.– Lo más duro que ha dicho a sus feligreses.

R.– No, no he sido muy duro.

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