Heraldo-Diario de Soria

Los Martínez Blanco, maestros, y conservadores del Museo Numantino


Eduardo, Antonio y Fermín en fotografías de Campúa, MN y MAN

Eduardo, Antonio y Fermín en fotografías de Campúa, MN y MANCAMPÚA, MN y MAN

Publicado por
Juan A. Gómez Barrera
Soria

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Gente excepcional y de bien. Hablar por teléfono con Amelia Martínez Rica, hija de Raimundo y de Amelia y nieta de Eduardo y Juan Pablo, ha sido todo un privilegio para quien traza esta página con suma ilusión y vocación historiográfica. Por lo general, se camina siempre del conocimiento a la persona, pero sucedió al contrario en el caso que hoy nos ocupa, pues fue ella, casi sin querer, la que nos informó que el Numantino guardaba una fotografía de su abuelo con Alfonso XIII.

Naturalmente que conocíamos aquella imagen: tenía fecha exacta (jueves 18 de septiembre de 1919), exactos nombres (Eduardo Martínez, Alfonso XIII, Blas Taracena, José del Prado, Manuel G. Simancas), preciso autor (José Demaría Vázquez “Campúa”) y célebre revista que la acogió en sus páginas (Mundo Gráfico, núm. 413, miércoles 24 de septiembre de 1919). Recortada, con las solas figuras del monarca y el conservador, fue portada de ABC del sábado siguiente. 

Y la vimos colgada, muchos años después, exactamente donde ella la vio (en el Taller de Restauración del Museo Numantino); pero nunca habíamos reparado, más allá de la cita historiográfica, en la personalidad del restaurador de todos aquellos cacharros que transitaron del cerro de La Muela a las vitrinas del Museo. Con orgullo nos lo hizo ver nuestra interlocutora, a la que habíamos acudido para hablar de su madre (Amelia Rica Lafuente) y del trauma que a ésta le habría causado, a los pocos días del alzamiento rebelde, la desaparición violenta de su padre (Juan Pablo Rica Gutiérrez), la “expulsión” literal de toda la familia de la villa que siguió al injustificado hecho, más la depuración, con suspensión de empleo y de sueldo, y, tras el reingreso, el traslado de castigo al pueblo más extremo de la provincia (Ventosa del Ducado) de su novio (Raimundo Martínez Blanco), luego su esposo, y padre de nuestra informante, el maestro de Valdanzo y Carbonera, amén de la interrupción de los estudios, tras el bachillerato, y la imposibilidad de alcanzar ella misma el título y la condición de Maestra, siempre tan deseado. 

Amelia Martínez Rica nos dio el nombre de su abuelo paterno (Eduardo Martínez Ruiz) y su empleo (Conservador del Museo Numantino) cuando interrumpimos una de sus informaciones para decirle que, en el Padrón Municipal de Soria de 1935, figuraba aquel en el número 3 de la calle Las Lagunas; que lo hacía como nacido en la ciudad el 10 de abril de 1885, viudo de Basilia Blanco Chico (desde el 1º de abril de 1925) y de oficio “Conservador del Museo” (antes, en los padrones de 1930 y 1925, “Empleado”; y más antes, en 1920, cuando habitaba el número 21 de la calle Caballeros, “Carpintero”). Que en aquel padrón, aparecía acompañado de su madre (Paula Ruiz Arroyo, burgalesa de Rituerta, venida al mundo el 26 de enero de 1850) y de sus hijos: de Jesús Eloy (25 de diciembre de 1910, estudiante, luego Maestro interino en Las Fuentes de San Pedro, en 1934, y en Jodra de Cardos, en 1936, y, al año justo del golpe de Estado, acusado de simpatizante del Frente Popular y de pertenencia a la Federación de Trabajadores de la Enseñanza, razón por la cual fue detenido, encarcelado en la prisión Provincial y, en riguroso expediente de depuración, inhabilitado hasta 1941); de Antonio (16 de enero de 1912, jornalero); de Raimundo (29 de octubre de 1913, el ya referido Maestro); y de Fermín (7 de julio de 1916, jornalero), todos naturales de Soria. 

Eduardo escribió en aquella hoja poblacional su oficio, pero no especificó si del Numantino (que lo fue por orden ministerial desde 1920 y, antes, de forma ocasional y sin nombramiento, cuanto menos desde 1916, alternándolo con el de carpintero y con la docencia en la Escuela de Artes y Oficios) o del Celtibérico (que lo sería desde 1932 en que se creó). Y en otras hojas de otros padrones, de 1920, 1925 y 1930, anotó la filiación de su madre política (Juliana Chico Abad) y la de su única hija (Teresa Martínez Blanco), que también nació en Soria, el 14 de mayo de 1918. Por desgracia, falleció el 11 de julio de 1934, apenas cumplidos 16 años, en pena que ya había sentido la familia con la muerte de Eduardo, el 3 de septiembre de 1920, a los pocos días, meses, de nacer.

Fue así como adquirió interés singular la familia política de Amelia Rica. En otro lugar, sin sospechar nada de cuanto antecede, se escribió sobre el restaurador del Numantino Eduardo y de sus hijos, Antonio y Fermín, continuadores de su artística tarea. 

Se reprodujo la citada fotografía en la biografía dedicada a Taracena y hasta se dio cuenta de algunos avatares, como la presencia sucesiva de Eduardo y Antonio como profesores del Taller de Modelado y Vaciado de la Escuela de Artes y Oficios; o las gestiones que el propio director del Museo hubo de hacer ante el Director General de Bellas Artes, a fin de que el nombramiento de Martínez Ruiz como conservador del Celtibérico, sin dejar de ocuparse de iguales tareas en el Numantino, no le impidiera cobrar su salario. Taracena estuvo presente, tal que director de la Escuela de Artes, en la toma de posesión de Antonio, en julio de 1936, como Ayudante-Meritorio de Vaciado, no sin haberle recomendado para el puesto ante el mismísimo marqués de Lozoya. Recomendó a la Diputación Provincial de Córdoba, el 8 de octubre de 1937, la solicitud de traslado a la ciudad, en comisión de servicios y por un plazo no superior a dos meses, de Eduardo, a fin de que, como “obrero especializado”, pudiera extraer, restaurar y volver a instalar el notable mosaico de las bodegas de Cruz Conde; e igualmente avaló a Fermín para que, tras proponerle como Conservador del Museo Celtibérico de Soria con carácter interino en fecha 12 de enero de 1939, lograra una Comisión de Servicios en el Museo Arqueológico Nacional, situación que se prolongaría desde el 21 de agosto de 1939 hasta el 7 de agosto de 1947 en que falleció. Ambos aconteceres llevaron consigo “la obligación de cambio temporal de residencia para efectuar trabajos de restauración en otros Museos Arqueológicos del Estado”, lo que ocasionó su marcha a Madrid, tras breve estancia en Valladolid, y, ya en el Nacional, sus múltiples encargos de arranque, restauración, limpieza y nueva instalación de mosaicos, así los de Hellín, Liria y Camarzana de Tera. Empero, el encargo más específico que la Superioridad le hizo fue regresar a Soria, en junio de 1940, para llevar a cabo el embalaje de la maqueta de la Villa Romana de Cuevas –la misma que, por sugerencia de Taracena, gastos de la Diputación y misión de representar a Soria en las Exposiciones de Sevilla y Barcelona del año 1929, habían construido su padre y su hermano– y su traslado a Madrid a fin de que el Arqueológico pudiera obtener copia que exponer en sus salas.

 Antonio, por el contrario, no abandonó nunca Soria y hasta 1952 no llegó a la disciplina de los museos Numantino y Celtibérico, pero en ellos –y en su unificación como Museo Provincial en 1968– permaneció hasta agosto de 1976 en que alcanzó la jubilación, en una dedicación poliédrica, pues ora actuó de restaurador, jardinero y vigilante, ora de conservador-director, ya fuera por la muerte de Ricardo Apraiz (1968-1969), la comisión de servicios y traslado de Juan Zozaya a Madrid (1972-1973) o la llegada de José Luis Argente (1974). Antonio fue tan versátil, que aún hay en Soria quien le recuerda como sacristán de Ntra. Sra. del Espino.

Una familia, los Martínez Blanco, de gente honorable, excepcional y de bien. 

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