“Provincia de Soria. ¡Provincia desafortunada! ¡Provincia digna de compasión!”: Bañón, 31 de Mayo de 1836

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Contemplando ‘Los desastres de la guerra’ o los fusilamientos de la Montaña del Príncipe Pío, de Goya, es imposible no estremecerse ante los horrores descritos. Transformaron para siempre la forma en que miramos la guerra y forman ya parte de nuestro imaginario colectivo: cuerpos mutilados, aldeas arrasadas, rostros desfigurados y gestos desencajados nos remiten, sobrecogidos, a la cruda realidad de aquel enfrentamiento. También conocemos los estragos de la Guerra Civil, más cercanos y aún más dolorosos. Lo sorprendente es el olvido que envuelve otro conflicto, igualmente cruel y devastador pero más largo y prolongado: las Guerras carlistas (1833-1876).
Parece como si aquellas no hubieran dejado rastro alguno digno de estudio y, sin embargo, fue una guerra civil que duró más de cuatro décadas y sembró España de muerte y ruina asolando comarcas enteras, entre ellas casi toda la provincia de Soria.
Nuestra provincia fue una de las grandes damnificadas. Difícil encontrar una comarca que no sufriera saqueos, levas forzadas, violencias o represalias. Pérdida de población, exilio, casas y cosechas incendiadas, bosques talados, ayuntamientos endeudados hasta la asfixia… La guerra, que no sólo arrasó campos, se incrustó durante las siguientes décadas en las entrañas mismas de los pueblos y las gentes, deshaciendo vidas y proyectos, rompiendo familias, empobreciendo generaciones enteras
“Tantos y tan inmensos sacrificios”
En plena Primera Guerra Carlista (1833-1840) la Diputación de Soria publicó una detallada “Relación de daños” provocados por las partidas carlistas entre 1834 y 1837. El documento, recogido en el Boletín Constitucional de Soria (BCS Núm. 47. Lunes 27 de Marzo de 1837. Págs. 2 y 3), es más que una simple contabilidad: es un eco escrito del sufrimiento de una provincia atrapada en una guerra que no eligió pero pagó con creces.
Aunque son frías, cada cifra esconde una historia real: más de 741.000 reales en pérdidas, 780 fanegas de grano requisadas, 159 cabezas de ganado (entre lanar, vacuno y caballerías) y miles de raciones de víveres arrancadas por la fuerza a familias que apenas tenían lo justo para subsistir. Las partidas carlistas tomaban lo más útil y transportable: los mozos, el dinero, la comida y el ganado y dejaban tras de sí campos y aldeas vacíos, hogares arrasados y una población agotada por el miedo y la escasez.
Los pueblos más castigados fueron Ágreda (183.241 reales 24 maravedís), Yanguas (151.694 Rs.), Almazán (144.154 Rs.), Soria (141.208 Rs. 19 Mrs.) y otros muchos como Carrascosa de Arriba, Noviercas, Oncala o Vizmanos.
En Benamira, al sur de la provincia, el parte menciona un hecho estremecedor: el asesinato del alcalde. No menos conmovedor es lo acaecido en Almazán donde “fueron asesinados 4 patriotas, uno herido mortalmente y 4 prisioneros” y D. Pascual Pérez, administrador de Correos, “fue asesinado por los satélites de D. Basilio, gritando viva Isabel II”
Y en Gómara “D. Miguel Morales, comandante de Nacionales de Gómara, que estuvo para ser fusilado por D. Basilio y rescatado por dinero se vió precisado á refugiarse a esta ciudad” de Soria.
Aunque en total se documentan daños en 56 pueblos, de la comarca de Pinares, epicentro de la actividad guerrillera, solo se menciona a Molinos de Duero. El miedo estaba presente. Denunciar significaba exponerse. En 1837 la guerra estaba en su momento álgido y el silencio era, para muchos pueblos, la única forma de sobrevivir.
La “Relación de daños” exigía evidencias de los estragos sufridos como se refleja en el caso de Caracena, que “sufrió varios daños cuyo importe no se ha justificado”. Hasta el sufrimiento necesitaba pruebas.
La guerra se coló en los hogares, en los corrales, en los graneros. Y golpeó con saña. Estos documentos, hoy rescatados de los archivos, nos devuelven las voces silenciadas de muchos que aunque no empuñaron el fusil, también fueron víctimas.
“¿Qué se hizo de aquella brillante juventud?”
Soria fue golpeada por ambos bandos: unas veces por el ejército carlista, otras por el liberal. Las sucesivas levas —que abarcaban a los varones de entre 18 y 50 años— y las partidas de guerrilleros a las que muchos se unieron por voluntad o por coacción, vaciaron de hombres jóvenes el campo soriano. Con un terrible perjuicio: la tragedia se sumaba a otra anterior, la destrucción, la miseria y despoblación causadas, apenas unas décadas antes, por la Guerra de la Independencia.
La inclusión de la provincia entre los territorios leales a Isabel II implicó una militarización constante y creciente. En 1.835 se crearon dos batallones y un escuadrón bajo el nombre de “Francos”, que empezando con 1.712 hombres fueron engrosados por nuevas quintas conforme avanzaba la guerra.
La Diputación Provincial elevó repetidas súplicas al Gobierno y a las Cortes para frenar estos reclutamientos: “Dígnese relevar a esta provincia de la presente quinta”, imploraba la Diputación, alegando, entre otras razones, “los muchos mozos que ha extraído la facción capitaneada por D. Basilio”, que fuera en tiempos coronel y comandante de armas de Soria y La Rioja y en Castilla primero en dar el grito de ‘¡Viva Carlos 5º!’ en 1833.
A pesar de todo, en la célebre “Quinta de los Cien Mil” de Mendizábal (Real Decreto de 24 de Octubre de 1835), fueron reclutados 956 mozos sorianos y 482 en la de agosto de 1836.
“Ya no existen, Sorianos vuestros hijos”
Las súplicas no surtieron efecto y los jóvenes cuerpos francos de Soria fueron enviados a frentes lejanos, el Norte y Teruel. Precisamente en esta provincia, en Bañón, a orillas del Jiloca, fue donde el 31 de mayo de 1836 sufrieron una de sus peores derrotas: trece muertos, novecientos prisioneros —que pasaron a engrosar las filas carlistas— y veintisiete oficiales fusilados, dieciocho de ellos hijos de Soria.
Como señala muy acertadamente el escritor e historiador soriano Carmelo Romero, aquella acción “bien podría figurar en los manuales de la incompetencia militar”. A pesar de que los liberales sorprendieron a los carlistas dormidos, saliendo estos medio desnudos en desbandada, el jefe liberal Francisco Valdés Arriola (1788-1864) -que un año antes, en 1835 había combatido en la provincia de Soria a Merino obligándole a abandonarla-, cometió errores fatales: dejó abierta una vía de escape por el monte Valladar y, mientras mantenía a setecientos soldados vigilando la población, envió solo a doscientos en la persecución. Los carlistas, al mando de Joaquín Quílez (1799- 1837), comandante de fina inteligencia y suicida intrepidez, se volvieron y atacando a esa débil fuerza convirtieron una derrota inminente en victoria total.
El Boletín Oficial de la Provincia (Boletín Oficial de la Provincia de Soria BOPS Núm. 81. 13 de Junio de 1936 Pág. 3 y 4) clamó con desgarro:
“El corazón se cubre de luto… al contemplar los tristes y lamentables sucesos de Bañon. ¡Treinta y uno de Mayo, dia de desolacion y de muerte!... Día de luto y desconsuelo universal para la Provincia de Soria. ¡Provincia desafortunada! ¡Provincia digna de compasión! ¿Dónde están tus caros hijos?¿Qué se hizo de aquella brillante juventud de que supiste desprenderte con tanta generosidad y a costa de tantos y tan inmensos sacrificios?... Ya no existe, toda desapareció en un momento. Ya no existen, Sorianos vuestros hijos…”
Días después, (BOPS Núm. 91. Miércoles 6 de Julio de 1836) Soria despedía con luto a sus muertos. El 2 de julio, la Colegiata de San Pedro acogía sus exequias:
“El día de ayer fue un día de luto para los leales habitantes de esta población, por celebrar las exequias de las víctimas, sacrificadas vilmente... La España toda debe lamentar la catástrofe de Bañon;... porque… se derramó copiosamente la preciosa sangre de los hijos de la patria… A los batallones de la provincia, a los que habían pertenecido aquellos desgraciados, y a la ciudad de Soria, que había visto nacer a algunos de ellos corresponde manifestar… su sentimiento y acerbo dolor”
Pero la guerra seguía. El 16 de julio entraban los carlistas en la capital al mando del brigadier Basilio García saqueando, durante dos largas jornadas la ciudad. Al cruzar la partida realista la puente de Garray, ya habían huido las autoridades, entre ellos el gobernador José Álvarez Guerra, el mismo que exclamara: “Provincia de Soria. ¿Dónde estan tus caros hijos?”. La Milicia Nacional se había revelado inoperante. Al día siguiente, Ágreda sufrió igual o peor suerte.
Un dolor olvidado
Hoy, casi dos siglos después, pocos conocen la tragedia de Bañón. Aquellos jóvenes oficiales sorianos, aquellos mozos arrancados del campo, aquellas madres desconsoladas, aquellos pueblos vacíos, apenas figuran en la memoria colectiva.
Pero fueron reales. Tuvieron nombres, familias, esperanzas truncadas. Sus vidas fueron segadas por una guerra cruel, larga y olvidada. Merecen un recuerdo. Aunque sea tarde.