Heraldo-Diario de Soria

El mártir de Soria olvidado que murió a manos del rey de Marruecos, fray Juan del Corral

Murió en el año 1626 a manos del monarca de entonces, quien ordenó que su cadáver fuera arrojado a un muladar para que se lo comieran los perros

Imagen de Cabrejas del Campo.

Imagen de Cabrejas del Campo.HDS

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José V. de Frías Balsa
Soria

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Cuando fray Gregorio Argáiz, en sus «Memorias ilustres de la Iglesia de Osma y de todo su Obispado. Cathalogo de los Prelados que la han regido. Noticias de sus claros varones que han florecido en ella y su diocesis en Santidad y en letras. Martyres Confesores y Virgenes. Con la vida del exemplarissimo Prelado D. Joan de Palafox y Mendoça Obpo. de la Puebla de los Angeles y de Osma», escribe del monasterio agustino de Santa María de Gracia, sito en la ciudad de Soria, se basa en la relación que remitió a Palafox fray Pedro González, religioso de esta casa.

El informante, olvidándose de las cosas materiales del convento, que se había fundado en 1522, su iglesia y otras dependencias, retablos, orfebrería, indumentaria, etc. «pasa a las mejores piedras que son las espirituales de los hijos ilustres que ha tenido» asegurando que «tiene sus mejores fundamentos en la santidad del Padre Fray Joan del Corral de los primeros hijos de esta Casa, natural del lugar de Cabrejas del Campo desta Diócesis que el Rey de Marruecos por su propia mano le mató por la defensa de le fee y está anotado su martirio en el libro de las proffesiones desta Casa; y en el Convento de Salamanca, y en otros, está pintada toda la Hystoria».

Juan fue hijo de Martín del Corral, también vecino del dicho lugar, y hermano, cuando menos, de Martín y María del Corral. Tras su formación y haber vivido en algunos conventos, manifestó a sus superiores el deseo que tenía de predicar el Evangelio en Japón y ser mártir, los que le autorizaron a embarcar. La relación de su martirio fue escrita por el padre fray Matías de San Francisco, guardián del convento de Marruecos, e impresa en Madrid, en 1644.

Cuando iba al Japón le cautivaron los moros llevándole a Marruecos, donde vivió algunos años cautivo «con notable exemplo de vida, y consuelo de los pobres cautivos». El rey de ese país, Muley Abelmelec, quiso que algunos cristianos, entre ellos fray Juan, renegasen de su fe y se hicieran moros, ofreciendo al soriano, si prevaricaba, «que le haria gran Alcaide, gran Señor de vassallos, y Consejero, y amigo suyo, y que le tendria por padre para todo».

El rey enojado, ante su resistencia, insistió en la oferta y viendo que nada conseguía le preguntó: «Pues què, quieres morir por Christo?». A lo que respondió: «Esso es lo que deseo». Y con un alfanje le dio fuertes alfanjazos diciéndole: «Pues muere por Chisto»; mas como no lo consiguió, el fraile le replicó: «Pues tyrano, aun no me acabas de hacer este bien? Vivo me dexas, muriendo por tal amor?». Abelmelec, más indignado le acabó de matar. Era del año de 1626.

Después que hubo muerto, mandó a un cristiano, que era jardinero del rey y capataz de la huerta, echase el cadáver a unos muladares con el fin de que lo comieran los perros. No lo hizo así, sino que lo ocultó en una sepultura arrimada a las murallas a la parte de dentro de la huerta. Sabido por el rey, padeció muchos azotes y tormentos hasta pensar en echarle a los leones para que se le comieran; pero a petición de alcaides, pasado el enojo, le perdonó, con la condición que desenterrase al mártir e hiciera lo ordenado. El hortelano, con dádivas, fingió que algunos amigos lo hicieran y así le sacaron y enterraron en otra sepultura más oculta, donde quedaron guardadas las reliquias.

Sigue el citado fray Matías que, cuando fue a Marruecos, yendo a trabajar a la huerta, el año 1628, con el hortelano cautivo, sacó el cuerpo y reliquias del mártir sin que faltase hueso ni algunos pedazos del hábito, aunque hacía seis o siete años que estaba enterrado. Le fue dificultoso abrir la sepultura por lo apelmazado del terreno y la profundidad de la fosa, sin que el mencionado cautivo le pudiera ayudar, por estar con una gran apostema en un brazo; y tampoco, por loque pudiera ocurrir, querer valerse de otros cristianos. Reliquias que fueron llevadas a la iglesia de fray Matías, quien las guardó en una arquita y las envió a España, juntamente con las del padre Fray Juan de Prado.

Cuando fray Matías de San Francisco redactó su memoria del martirio, las reliquias de ambos mártires las conservaba, en San Lúcar de Barrameda, el duque de Medina Sidonia, haciendo diligencias, para que la Iglesia, «los dè el nombre, y lugar de gloriosos Martyres en la tierra, que yo tengo por cierto, y fe viva, que Dios los tiene dado en el Cielo».

El hortelano que, desobedeciendo las órdenes del rey, enterró el cadáver del mártir, no esperando salir jamás del cautiverio, por ser hombre de gran capacidad y estimarle tanto los reyes, fue puesto en libertad, tras 24 años de cautiverio. «El se halla oy en su tierra con su muger, è hijos muy contento, y consolado: porque antes de ser cautivo era casado: atribuyendo su libertad á los merecimientos, è intercession del Martyr».

Sobre el mismo martirio escribió y dio a la imprenta un texto el maestro Simpliciano de San Martín, en lengua francesa, (por relación de uno de los testigos oculares, que se hallaron presentes), el año de 1641, como se puede leer en su libro de vidas de Santos de la Orden de San Agustín.

Datos, los expuestos, que hemos resumido del volumen del que es autor fray Francisco de Avilés, titulado: «Chronica espiritual augustiniana. Vida de Santos, Beatos y Venerable religiosos y religiosas del Orden de su Gran Padre San Agustin, para todos los dias de año», I, Madrid, 1731, pp. 501-503.

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